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Ángel Barahona

Francisco, los fariseos y el documental de Évole

El documental ha despertado a otro tipo de fariseos: los que juzgan cómo tiene que ser Pedro. Su pecado es que no quieren reconocer que ellos también son adúlteros

Actualizada 04:30

El pasaje que evoco es el de Juan 8. Una turba de fariseos se congrega contra una mujer pillada en flagrante adulterio. La acusación es inapelable. Tal vez sea así: una adúltera imperdonable. ¿Y si fueran todos los demás los adúlteros? Nada cambia. Jesús siempre los salvaría dándoles una oportunidad: «¿Y si se trata de una infancia desdichada? ¿Y si se ha visto obligada desde la infancia a buscarse la vida vendiéndose a cualquier postor, sin hallar el medio para escapar de la situación? En esa historia de vejaciones, humillaciones y violaciones aprovecharé –se dice Jesús a sí mismo– esta encerrona para hacerme el encontradizo y amarla como todos desean ser amados, como son. Me tendré que enfrentar a la turba de los que no han tenido esa historia, aunque a lo mejor la han usado en secreto –pues si no acaba en el encuentro conmigo será sin duda desdichada– y de paso, ellos a su vez tendrán una oportunidad de conversión, viendo mi actitud».

Cristo habla en parábolas (para–ballo: echar pasto a la multitud para decir lo que no aceptarían si se les dijera de modo acusatorio, pero dándoles la posibilidad de una salida airosa) para facilitar que el implicado en este tipo de conductas perciba que está involucrado hasta las heces en el juicio que lanza contra los otros… para que el que quiera darse por aludido se dé y, el que no, quede exonerado de toda culpa. Porque al final, el pasaje habla de una llamada a conversión para todos: los acusadores, la adúltera, los pasivos espectadores (que como Pablo contemplaban la muerte de Estaban) tienen el mismo pecado. Les denuncia, pero les exime del flagelo. «Nadie te ha condenado, yo tampoco, vete y no peques más» «el que esté libre de pecado» –una frase impersonal salvadora del honor–… En ese «vete» no hay amenaza, no hay lamento, sino intento propositivo de hacer ver (llamar a conversión es arrojar una luz nueva sobre una situación que antes estaba opacada) a dónde nos conduce el pecado, con ternura y compasión, y cómo se sale de él, si uno quiere acoger dicha luz. Acoger la luz es librarse de estar a punto de ser lapidado. Aquí no hay más que teología clásica: el pecado conduce a la muerte óntica, y se sale de ella por el perdón y la misericordia (se deja de pecar por agradecimiento y por amor, no por cumplir una ley). ¿A dónde conduce el pecado?: a los abusos, al adulterio, a la lujuria, a la soledad, al resentimiento, al juicio, a la separación del otro. ¿Qué nos trae el perdón?: la comunión, la paz, la reconciliación con la propia historia, el propio cuerpo.

Pedro, Francisco, mira para abajo, escucha, no juzga, acoge, sentencia a veces con solemnidad, pero no señala con el dedo. Ve la historia de sufrimiento, de un uso de la libertad o de un padecer la libertad de otros para el mal que hace daño, en todos aquellos que le interrogan pidiéndole, en el fondo, una explicación a su dolor, y que algunos imputan a la iglesia. ¿Nada más? ¿Qué más hace falta?: «¿Alguien te ha condenado?: yo tampoco, vete en paz y no peques más». No como una nueva imposición moralista, sino porque el pecado te hace mucho daño… como hemos dicho.

Pero estamos en tiempos en los que las parábolas han de ser actualizadas y traducidas. En el documental de Jordi Évole en Disney sobre el Papa Francisco y los jóvenes actuales, la acusación se torna. Hay fariseos que miran desde la Iglesia al Papa como si fuera un adúltero de la doctrina, fariseos que miran desde la ideología de género a la Iglesia porque no se sienten acogidos, fariseos que contemplan la escena sin tomar parte activa pero que juzgan todo. Todos son fariseos porque todos son víctimas.

Nueve acusadores instigados por un líder carismático –Jordi–, rodean a una vieja adúltera –la iglesia– representada por un anciano entrañable –el Papa–. Y una espectadora que contempla la escena sin saber cuál va a ser su papel. Nuevas leyes nuevos fariseos, nuevas víctimas. ¿Cuál será el resultado? Son los adúlteros (en sus más variopintas figuras: lesbianas, trans, gais, abusados, caleidoscopio social bien entresacado) los que acusan a la Iglesia de fariseísmo – de adulterio contra la verdad antropológica de moda que nos hemos dado en las leyes–. Los acusadores, que se auto presentan como víctimas del antiguo fariseísmo, son los nueve invitados. Los acusadores –nuevos fariseos intachables– son los que saben cómo se tiene que ser, cómo debe ser la Iglesia y cómo debe ser la sociedad. Y una chica, invitada como sparring, resultó ser un testimonio inequívoco de la verdad que salva al hombre y lo hizo con determinación, sin juzgar, como un cronista imparcial: el mal está ahí... pero es un buen momento para que aprovechemos la oportunidad que nos da la templanza misericordiosa de Pedro, para que encontremos cada uno nuestro sitio en la iglesia o el retorno sincero, para no tener que cometer más crímenes huyendo del sufrimiento que no aceptamos, con actos que llamamos de libertad pero nos abocan al crimen contra inocentes no nacidos, a la soledad y al resentimiento.

El documental ha despertado a otro tipo de fariseos: los que juzgan cómo tiene que ser Pedro. Su pecado es que no quieren reconocer que ellos también son adúlteros. Lanzan un juicio morboso y acusador contra los otros adúlteros y contra el que representa a Pedro, al que también quieren lapidar porque le gusta vivir en las periferias de la Ley de la que ellos son el centro puro.

Cristo quiere rescatarlos a todos de la mentira en la que viven… pero para eso no queda más remedio que exponerse al juicio público, que le puede costar la vida, según cómo responda a sus expectativas. Si la/los señala con el dedo acusador, ella/ellos están muertos socialmente al instante. Si no los señala, y garabatea en la arena, no es Dios, no conoce ni respeta la ley (nuestra ley). La trampa está tendida. El arrastre mimético de la masa no permite pensar, funciona como un sonambulismo colectivo: decimos, pensamos, y hacemos, lo que todos, sin reflexionar dónde estoy yo personalmente en esa historia. Si alguien le tira «la primera piedra» la/lo/los lapidan en un plis plas. Pero dice el evangelio que se fueron «marchando, empezando por el más viejo». El linchamiento colectivo está siempre dispuesto a ponerse en marcha. No hay escapatoria. ¿Pero no es eso, lo que nos auguró Cristo a los que estamos llamados a tratar de seguirle?

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