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Ángel Barahona

El silencio de la ciencia sobre las leyes sexuales

La ciencia ha dejado de tener valor prescriptivo de qué es lo objetivo y la verdad

Actualizada 04:30

No quiere decir nada que el libro de Abigail Shrier (Un daño irreversible) haya sido elegido libro del año por The Times y The Economist, pero dado el eco y la persecución mediática a la que ha sido sometida merece la pena tenerlo en consideración. El grupo de afinidad LGTB de AMAZON llamado Glamazon trató de retirarlo de las librerías, siguiendo el alineamiento explícito de la cultura de la cancelación. Las redes sociales, las tiendas Target, la prensa de izquierdas no ha dudado en etiquetarlo de tránsfobo. ¿Por qué lo han estigmatizado?

En el prólogo del libro Juan Soto empieza haciendo un recorrido por los famosos que han sido víctimas de persecución en los medios y en las redes por su posición contraria a la llamada «locura» trans. Una cadena de chivos expiatorios, empezando por los padres, siguiendo por la autora de Harry Potter, J.K. Rowling, la famosa feminista española Lidia Falcón, Scarlet Johanson, por unas u otras razones fueron expuestas al linchamiento social. El último y más actual es la estigmatización del profesor de la Pompeu Fabra Pablo de Lora boicoteado por las feministas por defender el razonable y científico determinismo de la sexualidad binaria.

¿Qué problema, entre los muchos que podrían destacarse, es para mí uno de ellos más relevantes? Que la ciencia ha dejado de tener valor prescriptivo de qué sea lo objetivo y la verdad. Los nuevos inquisidores (léase «inquisición» en el sentido en el que se nos ha transmitido desde la perversión llevada a cabo por leyenda negra) son los políticos que pervierten la democracia actuando como dictadores. Usan a su antojo la ciencia como arma arrojadiza para que corrobore –tergiversando los datos y desviando la mirada de la verdad contumaz de los hechos–, lo que estos visionarios quieren creer. La ciencia ha invertido su papel de potenciadora y creadora de salud y bienestar, patente de la verdad, para convertirse en su contrario: facilitadora de la muerte, justificadora de mentiras, sierva de los caprichos del deseo, servidora aséptica amoral de las aberraciones nihilistas más insospechadas. Ivan Illich ya hablaba, hace mucho tiempo, proféticamente de la Némesis médica (diosa trágica de la venganza, castigo fatal que trata sembrando el caos de establecer un orden nuevo) como el horizonte que nos espera derivado del culto a la ciencia y a la tecnología. Un mundo despiadado, despersonalizado, que se va a llenar de mutantes que usarán la cirugía a capricho para mimetizarse con sus modelos virtuales de ficción.

La transexualidad constituía menos del 0,01 por ciento de la población, afectaba de manera casi exclusiva a los hombres. Ahora se ha convertido en moda mimética. En las universidades, colegios de secundaria y escuelas de primaria, grupos enteros de amigas afirman ser «transgénero». Son niñas que nunca se habían sentido interpeladas por su condición sexual biológica hasta que escucharon a alguien dar una conferencia, o las indujeron a frecuentar determinados grupos de TikTok o youtuberos, grupos de wasap, que alardeaban de su experiencia trans. En un momento de inmadurez afectiva, de inseguridad existencial, a través de influencers descubren que serán más aceptados entre sus amigos y en sus redes sociales si se declaran transexuales. Quedan seducidas por las youtuberas estrellas, por los profesores que juegan a caer bien a los alumnos siendo transgresores, postmodernos, induciéndoles a buscar su identidad adoptando cambios irreversibles en su apariencia física, a hormonarse para bloquear la pubertad. Cambios con graves consecuencias que pueden provocar infertilidad o efectos psicológicos indeseables para siempre.

El motor de la reacción vendrá del grito de los débiles, de los que se habrán sentido manipulados

La infinidad de alertas que ha suscitado en pensadores e investigadores que piensan en libertad, sin cortapisas políticamente correctas es un dato importante para sospechar de la supuesta bondad de las leyes trans. Filósofos de reconocido prestigio como Savater, psicólogos como Errasti y Pérez (Nadie nace en un cuerpo equivocado), inequívocos homosexuales que tratan de ser objetivos y que respetan el dictamen de la ciencia no contaminada por las modas como Douglas Murray (La masa enfurecida), o periodistas como Shrier, hacen saltar las alarmas ante el abuso y la injerencia de los políticos en la vida de los ciudadanos.

¿Qué estamos haciendo, permitiendo, aplaudiendo? Países como Suecia, Reino Unido, Finlandia, si bien, tal vez, por meros intereses económicos, están dando marcha atrás tratando al fenómeno como contagio mimético, que necesita ser revisado científicamente. No puede ser que un tema de inmadurez afectiva en la infancia y en la adolescencia se trate de resolver con amputaciones irreversibles, que no solo no solucionan el problema sino que lo agrandan. La ciencia que se deja utilizar y manipular comete un terrible error porque a partir de ahora su fiabilidad y objetividad está en entredicho. La Covid–19, la transexualidad quirúrgicamente tratada, el aborto y la eutanasia, serán las razones que el juicio de la historia esgrimirá como argumento para imputar a los científicos su corrupción al arrojarse en brazos de la política. Los científicos serios, respetuosos con los principios, que defienden su independencia moral, serán incluidos en el mismo paquete que los que colaboran con Némesis, verán degradada su integridad moral, serán criticados por su negligencia, cuando no por su perversión. La oleada reactiva no se hará esperar mucho cuando los que ahora guardan silencio empiecen a hablar, cuando las sociedades de científicos asuman su responsabilidad ética y despertando levanten la voz. El motor de la reacción vendrá del grito de los débiles, de los que se habrán sentido manipulados, de los que habrán sufrido el suicidio de sus hijos (las estadísticas no engañan), de los que fueron impelidos a pensar que la transición era la solución a su problema.

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