Hay motivos para la esperanza: llega la Pascua
Lo único que el hombre puede hacer es lo que propone Job: esperarle, aunque incluso la vida peligre. Una desesperada esperanza
La inocencia de los que sufren y mueren gratuitamente pone en entredicho la bondad de Dios. Todos nos preguntamos: «¿Vale la pena la guerra, pasar por el covid, la enfermedad y la muerte, los crímenes terribles que padecemos, la muerte anticipada de inocentes ancianos y fetos que serán abortados? ¿Por qué no quitarse en medio antes de que el dolor insoportable llegue? La legitimidad de la eutanasia, la de la guerra, la del aborto suponen la victoria del nihilismo: la vida no vale nada. Invitar la fe, a esperar en Dios, ante estas situaciones… ¿no sería todo un gran y genial juego macabro, pero cuyas reglas son demasiado complicadas para los simples? Consuelo para los idiotas y crédulos, escándalo para los que lo sufren, y sobre todo para los filósofos que lo anticipan en sus elucubraciones.
El misterio insondable, de si Dios existe y dialoga con los hombres, es puesto en el centro con la encarnación de Cristo. La kénosis de Dios en Cristo es lo único que permite dar un paso más en el litigio entre el hombre y Dios por la existencia del mal arbitrario y gratuito. La solución del antiguo testamento desdice la crítica del ateísmo que tiene su origen en Feuerbach. Dios no es la proyección antropomórfica del hombre, de sus necesidades y carencias. El Dios de Job es anti-antropomórfico. No se deja apresar. Su naturaleza está más allá de su ser, al modo de los hombres o de las cosas, es presencia/ausencia, es paradoja y misterio, es el que es o será, («Yo soy el que seré», dice a Moisés) pero no se deja ver. Su invisibilidad, su «esconderse» es el modo de amar al hombre, que no deja que este se construya un ídolo a su imagen y semejanza. No hay imagen de Dios posible para el hombre que no sea un ídolo.
Lo único que el hombre puede hacer es lo que propone Job: esperarle, aunque incluso la vida peligre. Una desesperada esperanza. El juego de paradojas que nos plantea la Biblia es interminable, no vale una explicación simple o maniquea. No nos basta traer al campo de batalla a los amigos de Job, razones o imaginar, nada le vale al que está sufriendo. Sólo consuela a los filósofos que se complacen en sus argumentos para no creer, no confiar en que la Cruz sea algo más que un símbolo de un Dios sádico que busca masoquistas que le adoren.
En el tiempo en el que se escribe el libro de Job, en torno al VII y el III antes de Cristo, no hay todavía fe en la resurrección que garantice la creencia en una vida después de la muerte. Sin embargo, subyace una esperanza que de algún modo abre el cielo cerrado de Job. Job menciona a su Go’el, -aquel que rescata, el redentor; en el Antiguo Testamento el que «venga la sangre». Una y otra vez Job insiste en lo que toda la mística cristiana nos repite una y otra vez: «se trata de aprender a esperar contra toda esperanza». La esperanza es un don de Dios, que nadie puede darse a sí mismo. En el cristianismo, la escatología está ya realizada. El cristianismo, ha disuelto la tensión dialéctica de la esperanza (no) esperanza, mediante la resurrección de Cristo en el domingo de pascua, como si su resurrección desatase el nudo del drama de Job, de todos los viernes santos de cada persona que en este momento se debate entre la vida y la muerte. Pero esta confianza en los testigos es absurda para los hombres de hoy.
Levinás, que no es un nihilista, se toma en serio el absurdo, porque del absurdo se debe salir siempre a la luz, pero no deja de ser el problema que el hombre tiene que resolver… ¿si la vida es sufrimiento por qué seguir en ella? Kafka, como todos los judíos, es experto doliente en el absurdo y en el abandono: el caso del profeta Elías, después del supuesto triunfo contra los falsos profetas de Baal, retoma el reto de confiar o no en la presencia/ausencia de Dios. El silencio de Dios en el salmo 22,2, Mt 27,46; Mc 15, 34…, el problema del silencio es el no-silencio del Dios viviente, choca con el mutismo de los ídolos. Dios es locuaz en el silencio, porque habla en él. Saúl recurre a la magia, a los ídolos para suplir el supuesto silencio de Dios que no responde a su oración. Un rey (y aquí estamos retratados todos en nuestros pequeños reinos) no acepta el esconderse silencioso de Dios, y en lugar de esperar acude a los ídolos. Consulta a los nigromantes. El negocio del siglo XXI. Cuando los demonios ven la casa limpia retornan en masa. No entiende que «ya le ha hablado Dios», porque su silencio no es tal, son los propios hechos en la historia los que hablan, son la voz silenciosa de Dios. No aprendemos de la historia porque no hemos entrado a comprender el código de Dios: la Cruz es la puerta para toda esperanza, aunque sea estrecha
Esperanza contra toda esperanza. Un ejemplo sencillo pero fácil de comprender. Primo Levi, prisionero en el Lager (extraído del libro de Shmuel Yosef Agnon, Racconti di Gerusalemme) nos dice que el lager murió cuando unos judíos, al intuir con «esperanza» que se acercaban los rusos a liberar los Campos, y que antes de ayer se mataban entre ellos por un chusco de pan duro, decidieron compartir su ración con otros enfermos para que resistieran hasta la llegada de los aliados. El amor brota de la esperanza -ya llegan los rescatadores- y abate el absurdo. Rosenzweig, Levinas, Neher, encuentran la solución al absurdo en la «generosidad ilimitada» hacia el prójimo. Pero esta solo es posible si se da la esperanza.
Todos los comentaristas judíos están a las puertas de la caritas cristiana, sólo, pienso humildemente, que les falta el incluir en la ecuación la Gracia que mana de la Resurrección, la auténtica fuente de la esperanza: «hay vida más allá, somos creados para la vida eterna», y en el «mientras tanto», tenemos al Paráclito -Go’el- que nos defiende de nuestra desesperación. «Conviene que yo me vaya para que venga a vosotros el Espíritu Santo» (Jn 16, 7), el paráclito. La Gloria, la shekináh, que habitaba el Sancta Sanctorum, cerrado por un velo de una sola pieza, Cristo la ha liberado desgarrando ese velo del templo con su crucifixión/resurrección en una noche de pascua, de tinieblas. El sufrimiento, la cruz de cada cual, solo puede ser vivida como Gloria si Cristo ha resucitado. No puede ser entendida, ni explicada, solo vivida, en el seno de la Iglesia, en la ausencia-presencia de Cristo en los sacramentos y en su Palabra proclamada en la Liturgia Pascual, de la que beben todas las liturgias. Sin esa esperanza solo tenemos desesperanza, cuyos síntomas de plenipotencia son evidentes en nuestro mundo.