El Efecto Avestruz
Enrique Martínez, catedrático de Filosofía: «Cristo debe ser Rey de la educación, el verdadero maestro»
El catedrático de Filosofía y director del Instituto Santo Tomás de Barcelona defiende en ‘El Efecto Avestruz’ que «Cristo debe ser el rey de la Educación»
Enrique Martínez es catedrático de Filosofía de la Universidad Abat Oliba CEU y dirige el Instituto Santo Tomás de Barcelona. Recientemente publicó el libro Ser y educar. Fundamentos de pedagogía tomista, en el que pone en valor la propuesta educativa de santo Tomás de Aquino, a quien destaca como «maestro de la verdad». De ello habla también esta semana en El Efecto Avestruz, el programa de entrevistas de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP).
–En un contexto pedagógico como el actual, tan marcado por los desafíos tecnológicos, ¿qué tiene que decir santo Tomás?
–Sí, estamos en una tecnocracia, particularmente en el ámbito educativo. El problema esque los medios se han convertido en fines, y ya decía Jacques Maritain –filósofo tomista– que cuando las técnicas se vuelven fines, se convierten en algo infinito. Estamos infinitando las metodologías. Es agotador, y no conduce a ninguna parte. Claro, ante esto, ¿puede decirnos algo santo Tomás, un fraile dominico del siglo XIII que daba clase en latín? Creo que sí: nos puede decir precisamente lo que no dicen las tecnologías, porque estas no saben decir nada propio, solo reproducen. No son capaces de generar palabras de maestro. En el Sermo Puer Jesus, santo Tomás explica cómo buscar la sabiduría: preguntando a los maestros, tanto a los antiguos como a los presentes, que también los hay.
–¿Cuáles considera que son los principales desafíos pedagógicos en este momento?
–Hablaba de que los medios se han convertido en fines, pero creo que el mayor desafío es por qué ha ocurrido esto: porque se ha olvidado el fin, que surge de la naturaleza de las cosas. El fin del manzano es dar manzanas, el fin del hombre es manifestar la verdad y vivir conforme a ella. El problema es que hoy se quiere eliminar la naturaleza, porque es —como decía el filósofo posmoderno Clément Rosset— el último vestigio de Dios en el mundo contemporáneo.
–¿Se trata de un movimiento secularizante?
–Se quiere sustituir la naturaleza por el azar. Esta es la posmodernidad: no hay ningún orden, no hay ningún fin y por tanto no hay naturaleza. Lo que pasa es que, dicen, tiene que ser un azar creativo, creador de nuevas naturalezas. Y esto es lo vemos en ámbitos como la perspectiva de género, pero también en el ámbito de la educación, en ese constructivismo que, en realidad, pretende que cada alumno construya la realidad. Por eso digo que el mayor desafío para el pedagogo, para el maestro, hoy es recuperar la naturaleza. Contemplar la naturaleza de sus alumnos y ayudarla, secundarla, para que crezca y dé fruto.
–Hay cierta reivindicación de las Humanidades en el mundo educativo, ¿lo ve como un síntoma de esperanza o como el canto de cisne del modelo pedagógico clásico?
–Bueno, la reivindicación de las Humanidades ayuda a darse cuenta de la importancia que tiene el saber por sí mismo, a recuperar la búsqueda de la verdad por la verdad. «Un cerdo es un cerdo», decía Chesterton. Pero también creo que en nuestros días reivindicar las Humanidades se queda corto, porque hay que ir mucho más allá y reivindicar la auténtica sabiduría. Juan XXIII hablaba de la Sapientia Cordis, la «sabiduría del corazón». Una sabiduría contemplativa, que sepa mirar la realidad y ver en ella el Amor que mueve el cielo y las estrellas, como refleja la Divina Comedia.
–Ahora que plantea la cuestión de la trascendencia, en Ser y educar reflexiona sobre la educación cristiana. En los colegios, ¿esta se limita a la clase de Religión?
–Decir que la educación cristiana es introducir en la escuela una clase de Religión es casi una herejía, porque Cristo ha asumido íntegramente la naturaleza humana. Excepto el pecado, ha asumido todo lo humano: el alma, el entendimiento, la voluntad, las pasiones, la corporeidad… Asumió la familia, el estar en un pueblo, en una historia y unas tradiciones. Lo asumió para que todo quedara sanado por la gracia, no solo la clase de Religión. Por eso, la escuela tiene que hacer presente a Cristo en todo, porque todo lo ha asumido. Y sin la gracia no se puede educar frente al naturalismo: Cristo tiene que hacerse presente y ser el rey de la educación, el verdadero maestro.