El franciscano que cambió la letra de canciones populares y las trasformó en poemas sacros
Fray Ambrosio Montesino, igual que Cristóbal de Castillejo, no se dejó influir por la nueva poesía italiana y se mantuvo fiel a la tradicional poesía castellana del siglo XV
El conquense fray Ambrosio Montesinos (¿1450?-¿1514?), popularmente conocido como «el villanciquero de la reina», estuvo al servicio de los Reyes Católicos —fue confesor y predicador real, y el poeta preferido de Isabel— y de la Iglesia —y encontró en la Orden de los Franciscanos los principios e ideales que palpitan en toda su obra: caridad, austeridad, compasión y profundo respeto por la naturaleza—. Su poesía religiosa recoge fundamentalmente episodios de la vida de Cristo y de la Virgen, ya sea relacionados con su nacimiento o con su Pasión y muerte.
Y como moralista, adoptó una posición de crítica social, satirizando el comportamiento egoísta de quienes acumulan poder y riqueza, o el poco edificante de clérigos ajenos, en todo caso, a la piedad que es consustancial al carisma franciscano. En 1508 se publicó en Toledo el Cancionero de diversas obras de nuevo trovadas, que recoge todas sus composiciones poéticas.
Ambrosio Montesino, igual que Cristóbal de Castillejo, no se dejó influir por la nueva poesía italiana de corte petrarquista y se mantuvo fiel a la tradicional poesía castellana del siglo XV, apoyada fundamentalmente en el verso octosílabo, con el que reelabora, «a lo divino», canciones, romances coplas y villancicos inspirados en estribillos populares de carácter profano; actitud esta marcadamente medieval, al mantener una cierta ambigüedad entre el mundo de lo profano y de lo sacro.
Y de su poesía de carácter navideño seleccionamos dos poemas: uno referido al Nacimiento («La noche santa») y otro que recoge la huida a Egipto de la Sagrada Familia («Coplas al destierro de Nuestro Señor para Egipto»).
La noche santa
la noche sancta.
No la devemos dormir.
La Virgen a solas piensa
qué hará,
quando al rey de luz inmenssa
parirá:
si de su divina essencia
temblará,
o qué le podrá decir...
No la devemos dormir
la noche sancta.
No la devemos dormir.
Qué pensamientos te rigen
a tal hora,
no menguada santa Virgen
mi señora.
Gloria son que no te afligen
causadora
de Dios en carne venir.
No la devemos dormir
la noche sancta.
No la devemos dormir.
Quando la parió la virgen [dama]
singular
no le [se] puso en blanda cama
a reposar [a regalar]
más con pura [toda] fe se inflama
en adorar
al hijo que fue a parir [al que pudo tal parir].
No la devemos dormir
la noche sancta.
No la devemos dormir.
Montesinos compone un villancico insuflado de fervor religioso y con imágenes «tiernamente pueriles», apoyándose en un estribillo que encierra el tema del poema: la noche santa debe seguir despierta para propagar el mensaje de la Encarnación. Y tres son las coplas que lo conforman (a modo de otras tantas «mudanzas» que sirven de glosas), de siete versos con distintas rimas consonantes, entre las que se intercalan un estribillo de tres versos con las que se inicia y finaliza. Este estribillo repite el verso octosílabo agudo «No la devemos dormir» (1, 3, 11, 13, 21, 23, 31, 33), en alusión a «la noche sancta» (versos pentasílabos 2, 12, 22, 32), que se convierte así en el leitmotiv del poema. Y precisamente cada una de las tres coplas termina en verso octosílabo agudo («decír»/10, «venír»/20, «parír»/30) que rima con el estribillo, forma de anunciar que la voz solista da paso a la parte coral que constituye el estribillo, con el que rima en /-ír/ («dormír»).
Estas coplas de siete versos mantienen como pie quebrado los versos pares: un tetrasílabo agudo en las coplas primera [rima /-á/] («hará»/5, «parirá»/7, «temblará»/9) y tercera [rima [-ár/] («singulár»/25, «reposár»/27, «adorár»/29); y llano en la copla 2: [rima /-óra/] («hóra»/15, «señóra»/17, «causadóra»/19). Y las tres coplas terminan —como decíamos— con la rima que entronca con el estribillo: /-ír/; rimas que por ser todas ellas agudas aumentan la sonoridad y musicalidad del poema.
La primera copla recoge la inquietud de la Virgen, en su soledad, ante la inminencia del parto: viene al mundo el «rey de luz inmenssa» (verso 6), y ante su «divina esencia» (verso 8) ignora cómo reaccionará (verso 5), quizá se estremezca o tal vez se quede sin palabras, en un sorpresivo silencio (versos 9-10).
La segunda copla presenta a María «no menguada» en su virginidad (verso 16) y, no obstante, madre («causadora») del Verbo hecho carne (verso 20); y de ahí los contradictorios pensamientos en esos momentos que la desasosiegan, pero que no deben ser motivo de aflicción, porque se va a convertir en la Madre de Dios. Una copla en la que con palabras ingenuas se anuncia el misterio de la Encarnación.
Y la tercera copla, una vez producido el nacimiento, y dado que se produjo en un establo, no tuvo Dios recién nacido «blanda cama» (verso 26, con una eufónica rima interna en la que se reitera el fonema /a/ y, a la vez, que se establece implícitamente un enorme contraste con la pobreza de un pesebre); pero la primera en adorarlo, y ya proclamada la singularidad de su virginidad (verso 2), fue su propia madre, «inflamada» —es decir, enardecida— con la «más pura fe» (verso 28, quizá uno de los más emotivos de todo el poema).