El «Caravaggio coreano»: así es la Pasión de Cristo vista desde la perspectiva del lejano Oriente
En Semana Santa, recuperamos la serie sobre la vida de Cristo que el coreano Kim Ki-chang pintó en 1952 como respuesta a los horrores de la guerra en su país
Cuando Caravaggio pintó a san Mateo como un banquero romano de su época y no como a un publicano de la Cafarnaún del siglo I, sabía perfectamente lo que estaba haciendo. «Los anacronismos se popularizaron a partir del siglo XV: a mi juicio, es una forma de acercar la historia sagrada a los fieles, que se ven más reconocidos en las pinturas al ver que los personajes visten como ellos», explicaba la doctora en Historia del Arte María Rodríguez Velasco en una entrevista para La Antorcha, la revista de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP).
Este mismo impulso lo encontramos también en el «Caravaggio coreano», el artista Kim Ki-chang, que hace unos 70 años pintó una serie de 30 acuarelas retratando la vida de Jesucristo con la estética propia del periodo Joseon en Corea, una etapa que duró cinco siglos, entre el XIV y el XIX. En la obra de Kim, por ejemplo, el ángel que visita a María está representado como una hada de la mitología coreana, y el Niño Jesús va vestido con un jeogori tradicional.
Pinturas de guerra
Nacido en una familia devotamente cristiana, Kim Ki-chang empezó a pintar las imágenes en 1952, durante la guerra de Corea. El artista se encontraba refugiado en casa de sus suegros, en Gunsan, y un misionero estadounidense le lanzó una propuesta: pintar a Cristo de tal modo que sus compatriotas se sintieran identificados, como lo habían hecho Caravaggio, Da Vinci y tantos otros en la tradición occidental.
Gracias a la ayuda del que sería alcalde de Seúl tras la guerra, Kim consiguió los materiales necesarios y dedicó un año y medio a pintar la vida de Jesús desde esta perspectiva. «Rezaba por un final rápido de la guerra y por una paz unificada, y con el pincel calmaba los dolores que afligían a mi mente», escribió Kim años más tarde, en un ensayo de 1984, según recoge The Korea Times.
Kim –también conocido por su nombre artístico, Unbo– recuerda que estaba tan involucrado en su obra que tuvo un sueño en el que abrazaba el cuerpo inerte de Cristo mientras lloraba amargamente. «¿Por qué se me apareció Jesucristo en un sueño? Podría ser la voluntad de Dios», escribía el pintor, a quien hoy se reconoce como uno de los pioneros en la modernización de la pintura tradicional coreana. Falleció en 2001, con 86 años.
«Él pensaba que la tragedia de los coreanos durante la guerra era comparable a los sufrimientos de Jesucristo», explicaba en 2013 el director del museo de Seúl, Yi Joo-heon, al inaugurar una exposición con todas estas acuarelas, titulada Jesús y la oveja sorda, en referencia a la sordera que Unbo sufrió desde los siete años. Este año, el museo volvió a exponer las piezas, esta vez con el título La vida de Jesús.
La Pasión de Cristo
Aunque las escenas representadas por Unbo abarcan toda la vida de Jesús, según la narran los Evangelios, tal vez en estas fechas conviene recordar especialmente las últimas diez, que representan la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, vistas con la citada perspectiva tradicional coreana. Por ejemplo, en la Última Cena los comensales van vestidos como estudiosos confucianos, con sombrero gat y túnica dopo.
Otro detalle significativo lo encontramos en el juicio ante Pilato, que aquí no es la corte de un rey en Judea, sino una elegante escalinata oriental de piedra blanca. El editor del portal New Liturgical Movement, Gregory DiPippo, señala que en muchas partes de Asia se consideraba poco honorable que un hombre apareciese en público sin sombrero, motivo por el cual Cristo aparece a partir de aquí sin el tocado que exhibe en el resto de la serie… hasta la Resurrección, cuando vuelve a mostrarse con gat.
«Somos parte de una Iglesia universal. Ver nuestra tradición compartida conjugada a través de otra cultura es revelador, puede hacernos pensar que Cristo y su mensaje son una forma de memoria colectiva a la que todos podemos acceder», escribe el doctor en Historia del Arte Robert Gordon en un artículo para el Instituto Benedicto XVI, en el que acuña la comparación entre Unbo y Caravaggio, un vínculo, dice, que requiere empatía, intuición y un cierto gusto por la paradoja.