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El filósofo y escritor, durante su entrevista

El filósofo y escritor, durante su entrevistaDaniel Vara

Entrevista con el filósofo y escritor francés

Rémi Brague: «Si se olvida de su identidad cristiana, Europa no podrá sobrevivir a largo plazo»

El profesor emérito de Filosofía Medieval y de Historia del Cristianismo Europeo conversa sobre la capacidad de adaptación de la cultura europea, de griegos y romanos y de los peligros que cometen quienes se olvidan de las raíces cristianas del continente

Rémi Brague tiene un secreto muy bien guardado. Su obra, que ha plasmado ya en más de una treintena de libros y artículos, ha sido alabada por una claridad expositiva difícil de compaginar con la profundidad del argumento filosófico.

–¿Cómo logra ese estilo tan claro?

–El bolígrafo rojo de mi mujer.

Ella es el secreto. Madame Brague, con sus gafas de cristal volado y su stylo rouge, corrige lo que escribe su marido y le receta la reescritura cuando un argumento no se comprende del todo bien. El reputado profesor emérito de la Sorbona está estos días en Madrid para celebrar una conferencia organizada por la fundación Neos y que lleva el sugerente título de ¿Por qué el hombre occidental se odia a sí mismo? A esta y otras preguntas responde el filósofo y escritor francés en su entrevista con El Debate.

Rémi Brague, en la redacción de El Debate

Rémi Brague, en la redacción de El DebateDaniel Vara

–En Europa: La vía romana describe que una característica clave de la civilización europea es la adaptación a distintas culturas como Roma ante Grecia. ¿Cree que esta capacidad de adaptación sigue vigente en la Europa actual?

–Es la herida por la que sufre la cultura europea. Hemos olvidado esa llave de la cultura europea que es la actitud romana, es decir, saber que hay otra gente de la que podemos aprender. Por ejemplo, el mensaje de China es sin trabajar no se puede sobrevivir. Y lo que decimos nosotros, tomando las palabras de una ministra francesa, es que los chinos son hormigas amarillas. Los americanos nos dicen que no vivimos en paz, que la guerra es una posibilidad. Eso lo sabemos ahora a causa de Ucrania. Y nosotros les decimos: ustedes son cowboys. El mundo islámico nos dice: sin tener hijos no se puede sobrevivir. Y lo que respondemos es: ustedes son fundamentalistas.

Hemos olvidado el arte, la técnica, de aprender de otros. Y eso era lo que hicieron los romanos con los griegos. Militarmente los romanos eran superiores, pero culturalmente entendieron que no podían compararse con la cultura griega. Los griegos son astrónomos, son filósofos, son filólogos, son médicos... y los romanos tuvieron que aprender de ellos. Eso es lo que tendríamos que seguir haciendo, pero tenemos un orgullo de europeo. Creemos que somos mejores, más hermosos, más civilizados. Hay un poco de verdad en esto. Europa ha hecho progresos fenomenales. Sin embargo, sin un poco de humildad, creemos que ya hemos tenido éxito en todo lo que era nuestra misión.

Soy enemigo de los valores, no de su contenidoRémi BragueFilósofo y escritor

–¿Por qué ha cambiado esta capacidad de adaptación de Europa?

–Se ha transformado porque la historia de Europa es la historia de un éxito. Por eso, nos figuramos que el progreso va a continuar, que seguimos haciendo avances. Pero si hemos perdido la condición primera del progreso, no se puede seguir. ¿Por qué lo hemos perdido? Somos víctimas de nuestro éxito. Demasiada suerte.

–¿Hemos cambiado la adaptación por la imitación?

–Lo estúpido de la imitación es que vamos necesariamente después, somos el número dos. Hace falta esa actitud de humildad, un sentimiento positivo de inferioridad, la impresión de que tenemos que aprender, que no somos aun el primero de la clase. La imitación no basta. Tenemos que imitar lo que hace la imitación posible: la condición de posibilidad; y no directamente la imitación. Cuando imitamos a Estados Unidos, por ejemplo, tenemos McDonald’s, pero hay cosas más interesantes en la cultura americana, por ejemplo, ese modo de reírse de uno mismo.

–¿Qué papel cree que juega el cristianismo en la identidad cultural europea contemporánea?

–El papel de un manantial olvidado. No me gusta hablar de valores, soy enemigo de los valores; no de su contenido. Es interesante que ahora se habla de valores y no, por ejemplo, de virtudes, de principios, de leyes o de mandamientos. Cuando se habla de valores suponemos que son algo que ponemos nosotros. Los valores se quedan en el cielo de las ideas, ahí los hemos colgado nosotros mismos. Hay una dialéctica autodestructiva en el concepto de valor. Cuando digo que algo tiene un valor, quiere decir que yo he decidido que eso tenía un valor y por eso yo podría decidir, al revés, que ya no vale más. Hay una frase de Nietzsche que lo dice muy claramente: el valorar, el dar valor a algo es un tesoro. Es un juego de palabras en alemán, ya que ambas palabras tienen la misma raíz. El dar valor a algo tiene más valor que lo que considero como valioso. Puedo decidir si algo tiene valor, o al revés, y por eso me hago yo mismo el principio de los valores. Esto hace posible un relativismo radical, si yo decido sobre el valor de las cosas, si las cosas no tienen un precio o no son buenas en sí mismas, entonces yo soy el principio de todo valor. Y le puedo quitar el valor a eso que quiero desvalorizar. Por eso, prefiero hablar de bienes o de principios.

Rémi Brague

Rémi BragueDaniel Vara

–¿Qué consecuencias tendrá para Europa olvidarse de sus raíces cristianas?

–Antes de todo, quisiera subrayar que el hecho de que mucha gente entre las élites de Europa de hoy odien el cristianismo es la mejor prueba de la importancia cultural del cristianismo. Cuando se odia a sí mismo, se debe odiar lo que me constituye, lo que hace que sea, mi esencia. Por eso, la gente que odia el cristianismo lo hace porque se odia a sí misma. Porque se odian a sí mismos, tienen que odiar todo lo que los hace lo que son.

Sin la presencia subterránea, más o menos consciente, de bienes de origen cristiano, no podría sobrevivir Europa a largo plazo. Puede ser que continúe como un coche al que se le ha cortado el motor. Europa pudiera bien seguir andando sin los principios cristianos, pero a largo plazo no. El cristianismo ha hecho Europa posible. Lo que los romanos hicieron ha podido seguir sus efectos benéficos gracias a la presencia del modelo cristiano, de la relación del nuevo al antiguo testamento. El cristianismo es al judaísmo lo que los romanos son a los griegos. Se podría escribir como aun ecuación muy sencilla. Puesto que el nuevo testamento, la nueva alianza, se puede entender solo sobre la base de la antigua alianza, por eso los europeos han podido seguir haciendo con el manantial griego lo que los romanos hicieron en el siglo II a.C. Sin ese motor, sin esa fuente de energía cristiana, no me parece que pudiera subsistir una cultura europea que mereciera el nombre de europea.

Sin una nueva evangelización, me pregunto si Europa no solo vale la pena, sino si podría sobrevivirRémi BragueFilósofo y escritor

–¿Cómo podría evitarse?

–Redescubriendo el papel fundamental del cristianismo, y no solo como realidad cultural, que es cosa de historiadores o de filósofos de la cultura, sino como un tesoro que tenemos que apropiarnos otra vez. Los valores son cosas que están en el horizonte o en el cielo. Los bienes son cosas que tenemos que apropiarnos, cosas que podemos, por ejemplo, comer. La gente piensa que la tortilla de patatas es buena, y es buena porque pueden apropiársela comiéndola. Y eso mismo se puede decir con el cristianismo. Si el cristianismo no es una cosa viviente, una cosa vivida, con la cual y gracias a la cual podemos vivir, si el cristianismo es solo un conjunto de valores, entre comillas, entonces va a quedarse como objeto de estudio para los filósofos o los historiadores del pensamiento, y no algo que hace vivir. Sin una nueva evangelización, me pregunto si Europa no solo vale la pena, sino si podría sobrevivir a largo plazo.

–La conferencia que va a dar próximamente en Madrid lleva por título una sugerente pregunta: ¿Por qué el hombre occidental se odia a sí mismo? ¿Cuál es la respuesta?

–Mi tesis fundamental es que la raíz última de ese odio a sí es la envidia de sí mismo. Es un concepto muy paradójico. La envidia de sí viene del hecho de que las élites europeas se figuran que todo lo que son es el resultado de fuerzas ciegas, del azar y la necesidad. Cuando algo positivo acontece a una persona, cuando se gana un millón en la lotería, la reacción de los demás es la envidia: ¿por qué él y yo no? Lo mismo se puede decir con todo lo que acontece solamente porque el azar o la necesidad, o ambos, lo han decidido. ¿Por qué el hombre y no los demás animales? ¿Por qué el ser y no la nada? Lo que viene exclusivamente del azar tiene que producir envidia, la envidia de mí mismo. Por eso este concepto resulta paradójico. Se va a odiar todo lo que me hace lo que soy: mi sexo, mi edad, mi época, mi país, mi cultura, etc. Todo eso va a devenir objeto de odio, porque se cree que es solamente el resultado del azar, algo que hubiera podido no ser o ser otra cosa.

La izquierda ha olvidado su dimensión socialRémi BragueFilósofo y escritor

–¿Tiene que ver este odio con fomentar políticamente la muerte, como el aborto y la eutanasia?

–Sobre asuntos políticos tengo poquísimo que decir, especialmente sobre lo que acontece en España, porque soy francés. Tiene la gente que nacer en algún lugar. No he escogido el lugar de mi nacimiento. Sin embargo, lo interesante es que los políticos se entremeten en asuntos que no tienen nada de político, en el sentido propio de la palabra política, los asuntos comunes. Eso es lo que acontece en Francia. Los políticos cometen el mismo error que los demócratas en Estados Unidos, se preocupan de los problemitas de una élite muy superficial y no de los problemas de la gente común. Hemos inventado un adjetivo que no había, ahora se habla de problemas societales en Francia. Social describe los problemas de la gente pobre, cómo van a ganarse el pan. Societal son los problemas de los homosexuales, de la gente que quiere cambiar de sexo, problemas de gente rica, problemas de lujo. La izquierda ha olvidado su dimensión social.

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