El faraón se levanta en cada generación
Los falsos profetas que manipulan nuestras conciencias, filósofos y políticos, y algunos científicos que juegan con la vida, han decidido expulsar a los indefensos de este mundo fuera de las murallas de nuestras ciudades
El faraón se levanta en cada generación, dice el midrash hebreo. Y no le falta razón. Si no coinciden sus nombres: Nebpehtyra Ahmose, Ramsés II, Nabucodonosor, Herodes, Adriano, Diocleciano, Domiciano, … damos un gran salto: Hitler, Stalin, Putin, Netanyahu, Ismail Haniye, Macron, sí coinciden, al menos, sus obsesiones: matar primogénitos o niños inocentes de cualquier nivel.
«¿Por qué? «No hay pregunta más urgente para los hombres»» decía Urs Von Balthasar. Este tiempo tan único y especial, nos ha llevado, querámoslo o no, hasta el umbral del misterio del sufrimiento. En el contexto de la cuaresma, periodo de tiempo escatológico que se renueva cada año, esta pregunta nos inquieta más si cabe. La liturgia viene a imponernos que reflexionemos, tratando de librarnos de la alienación a la que estamos siempre tentados.
El evangelio de Juan 11, 45-57 anuncia algo que no hemos entendido nunca: Caifás hace una profecía terrible que tiene que ver con la historia de la humanidad. Conviene que alguien muera en esta pascua por el pueblo (v.50). Esta frase esconde el significado de la vida y la misión de Jesús.
Los falsos profetas que manipulan nuestras conciencias, filósofos y políticos, y algunos científicos que juegan con la vida, han decidido expulsar a los indefensos de este mundo fuera de las murallas de nuestras ciudades. Las palabras de los Caifás de turno en la historia humana muestran el recelo que las instituciones sienten hacia el cristianismo y hacia la Iglesia. Opacan el misterio de un amor que se hace cargo del pecado de los demás, del mal y la muerte, para «salvar».
Salvar no es dar la salud, es resucitar. Cuando hemos tenido salud los hombres han seguido matándose, odiándose, sacrificándose unos a otros por razones, por ideas, y algunos quitándose la vida a sí mismos. Estamos ante el misterio de la libertad del ser humano y los designios misteriosos de Dios.
Detrás de los caifases, herodes, putines y macrones , etc., de este mundo, lo que hay son evidencias aparentes, razones oscuras, hilos que mueven el pensamiento que manan del odio, del resentimiento, del miedo a la muerte, masas sonámbulas que tienen pánico al sufrimiento y cuyos líderes interpretan su fórmula de satisfacción.
Ahora, como siempre, son las masas indiferenciadas, de descreídos del judeocristianismo y crédulos de cualquier cosa, las que vociferan: «¡crucifícale!». Cada pascua lo mismo. ¿A quién toca esta vez? A los inocentes de esta generación, ancianos, enfermos, niños no nacidos. Vendrán otras pascuas en las que los gritos de resentidos pedirán que se crucifique a los discapacitados ya nacidos, a los mayores de 65 años, pasado mañana de 60… y luego a la serie infinita de descartados que hacen cola en las periferias de la humanidad (en lenguaje del papa Francisco).
Los labios de Caifás descifran esta apertura a la Verdad inmutable que hace de Jesús un chivo expiatorio legitimado por la masa para sustituirla en el altar del sacrificio. Caifás susurra a Jesús el deber de su misión. Son palabras de políticos o de Sumo Sacerdote de cualquier tiempo. Buscan y encuentran que alguien asuma la misión de morir por todos. Si no desahogamos nuestra furia resentida y asesina contra alguien nos volveremos lo unos contra los otros en una violencia exponencial interminable que amenaza con acabar con la humanidad.
La profecía de Caifás cumple sin darse cuenta con el ardiente deseo de Jesús, la «lujuria santa», (Leon Bloy) de celebrar y cumplir su Pascua. La astucia política, mundana, mezclada con celos, rencor, envidia del Sumo Sacerdote según la carne - cualquier estadista de turno-, intervienen aprovechándose de la mansedumbre, la misericordia, el amor del Sumo Sacerdote único y auténtico según el Espíritu, Jesús”. Los hombres solo saben solucionar sus problemas de rivalidades interminables sacrificando a inocentes, cuya elección como víctimas fue puramente azarosa: estaban ahí siendo significativos en ese momento para actuar de pararrayos de la violencia social. Esa misma función ha sido la de los miles de mártires, víctimas inocentes que han muerto como catarsis social para asumir una culpa que no tenían. Jesús es el paradigma para una Teología de la Historia que se repite cada generación.
La sangre de esos inocentes es lo que se necesitan los faraones de turno para congregar una identidad nacional perdida, para que el populacho pudiera reencontrase con su identidad: adoradores del único Dios, Manmón, el dinero. Caifás tenía un plan muy inteligente y lleno de amor a su pueblo. Esperaba que la sangre de Jesús amansara los ánimos del populacho para una mejor estrategia: la forja de la identidad.
A otros sumos sacerdotes y faraones no le guía el amor a su pueblo, solo su seguridad personal, su apoltronamiento en el poder, y se lavan las manos como Pilato haciendo encuestas que convierten en norma de ley: ¿qué piensa la masa? (que no deja de ser un oxímoron)… pues eso es la verdad que hay que aceptar. La bondad detrás de cada acción o decisión política es incuestionable, el mundo está lleno de buenas intenciones e ideas cristianas que se vuelven locas (parafraseo ad libitum a Chesterton): ¡es el mal mismo el que clama por el bien para destruirlo!, pero solo se destruye a sí mismo. Hacemos leyes siempre disfrazadas de bondad (el derecho de la madre, el bienestar de la familia, la protección de nuestros ciudadanos oprimidos en país extraño) que se vuelven contra nosotros.
Sembramos el mundo de cadáveres cuya sangre claman desde el suelo y que pocos o nadie se atreve a escuchar. Nuestra esperanza está en que el mal solo puede lanzarse hacia su destrucción. La pena que necesita un muro contra el que estrellarse y ese muro es la fe de los cristianos, que empiezan a ser los únicos que piensan contracorriente.