¿Qué se estudia para ser sacerdote?
El corazón de la carrera es la teología dogmática, que estudia los grandes temas de la fe y de la tradición: quién es Dios, quién es la Iglesia, quién es el hombre, qué es la gracia
De mis primeras semanas en las clases de teología, hace algunos años ya, recuerdo el asombro. Entiendo este asombro como un afecto cercano a la sorpresa, pero con un plus especial. La sorpresa viene del gusto inesperado por los estudios, que resulta que son interesantísimos. Pero el asombro tiene un matiz, quiere decir algo más: avisa de encuentro con la Verdad, del impacto en cada uno cuando se descubre, y de la admiración de sumergirse, de la mano de la Iglesia, en el misterio de Dios. Pero de esto uno se da cuenta después. Primero vienen las clases, los cursos, los compañeros, los profesores.
En teología, se estudia, entre las primeras materias del currículum, la Sagrada Escritura. Dice el Concilio Vaticano II que es «el alma de la teología», es decir, lo que la anima, lo que la pone en movimiento. Volver a la historia de la salvación, de Génesis a Apocalipsis, se parece a leer cuidadosamente las memorias de la propia familia, descubriendo cómo su camino ha estado siempre abierto a Dios. Repasar los Evangelios y las experiencias de los apóstoles, capítulo a capítulo, carta a carta, enciende el corazón, ayuda a amar al Señor y a la Iglesia. En fin, estudiar la Escritura da la claridad que se necesita para volver a contar a los hombres esta historia.
Pronto se enfrenta uno a algunos cursos de filosofía, que en el proyecto educativo de la Iglesia suponen la primera fase de los estudios teológicos. Por puro prejuicio, no tienen buena fama, pero la mentira pronto se cae. La metafísica, la antropología, la psicología, la sociología… son ojeadas al hombre de hoy, en este mundo, aquí y ahora. Es decir, observaciones sobre la persona a la que habla Dios, a la que se anunciará el Evangelio. Ni qué decir tiene que, también, es una mirada retrospectiva sobre el mismo estudiante. Digamos que la filosofía abre el diálogo que busca la teología, hace las presentaciones, por decirlo de alguna manera.
Los grandes temas de la fe
La teología moral continúa esta conversación, de hecho. La moral cristiana considera al hombre en acción, qué hace para responder a sus ganas imborrables de bien y a su deseo innato de felicidad, cómo se empeña en esta búsqueda con todas sus fuerzas –a estas, las llamamos virtudes, renovadas, transformadas e impulsadas por la ayuda de Dios –a esta, gracia–. En la Universidad San Dámaso, las catequesis sobre el amor de san Juan Pablo II se han convertido en una luz enorme para estas lecciones. En su magisterio, se descubre de manera honda y finísima cómo el ser humano está llamado al amor. Como dice Gaudium et spes, «existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó […], y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor».
El corazón de la carrera es la teología dogmática, que estudia los grandes temas de la fe y de la tradición: quién es Dios, quién es la Iglesia, quién es el hombre, qué es la gracia. Se descubre que Dios es un misterio, pero no un secreto de pocos, o un tabú que frena las preguntas. Se descubre que el misterio de Dios es una fuente y un diamante, que mana vida y luz inagotables. De la mano de santos y teólogos, se van mostrando las joyas: el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo… el cuerpo, el alma, la hondura del corazón… el perdón, la inhabitación, el pecado… la Virgen, la Iglesia, la misión… Cuando el profesor consigue explicarse, y al estudiante le apetece escuchar, ocurre algo maravilloso: se cumple un antiguo estribillo, que afirma que el teólogo es el que ora, y el que ora se hace teólogo. De vez en cuando pasa: estás sentado en la biblioteca, pero acabas en el sagrario.
Además, todo esto se hace entre hermanos, en comunidad. Contra el tópico que afirma que se piensa mejor solo y retirado, la Iglesia mantiene que la teología es un acto de comunión, que solo es posible abriéndose. Ante todo, a la tradición, con humildad y obediencia, recibiendo las experiencias, las preguntas y las respuestas de los Padres, de los monjes medievales, de los doctores escolásticos, de los místicos. Pero también a los profesores y a los compañeros de aula, secretaría y pasillo, que mantienen viva y real esta apertura, con la convivencia, con el diálogo, con el trabajo común.
Al servicio del Evangelio
Lo que más me preocupa como profesor de teología es explicar bien que todo este esfuerzo, intelectual y espiritual, personal y eclesial, está al servicio del anuncio del Evangelio. Que la tarea hoy no es la erudición eclesiástica, acumulando hagiografías, concilios, controversias. La teología pertenece a la misión de la Iglesia. Esta es muy amplia, abarca desde el kerygma hasta el nacimiento de la nueva comunidad eucarística, e incluye momentos decisivos para la vida de la Iglesia. Entre ellos, está la experiencia de la razón iluminada por la fe, para comunicar mejor y más universalmente la buena noticia de Jesucristo. Si no sirve para ser misioneros, no cumple su papel en la vida de la Iglesia.
En fin, confieso una audacia que cometo a veces: cuando me encuentro alguien inquieto por la verdad, con muchas preguntas, suelo invitarle a que asista a una mis clases, como oyente, sin más compromisos. No falla. Suelen matricularse al curso siguiente, y comienzan su propio camino de asombro.
- Jaime López Peñalba es profesor de la Facultad de Teología de la Universidad Eclesiástica San Dámaso.