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Las figuras de un Nacimiento navideño

'Alegría, alegría', el villancico con más variantes cuyo origen nadie conoce

Cada una de las estrofas tiene un foco de atención distinto: en la primera, es un humilde pastorcillo transido de cordialidad; y de ahí que pretenda convertir su corazón en pañales para el Niño

De las muchas variantes que presenta este villancico, según el lugar donde se canta –los especialistas en folclore navideño no se ponen de acuerdo en el cuándo y en el dónde de letra y música–, hemos elegido una de las más breves y comunes; si bien, en todas ellas hay un elemento recurrente: los dos primeros versos del estribillo, en los que se repite, hasta cinco veces, la palabra «alegría», que termina haciéndose sinónimo de «placer»: algazara por el Nacimiento del Niño, que es «el Mesías esperado»; y es ritmo machacón proclama a los cuatro vientos tal suceso: «¡Alegría, alegría, alegría! / ¡Alegría, alegría y placer!».

Tres cuartetas de versos octosílabos conforman el cuerpo del texto: en la primera, los pares riman en asonante /á-e/ («llevárle/pañáles»); en la segunda se entremezclan la rima consonante /-ón/ en los pares («jabón/corazón») y la rima asonante /á-o/ en los impares («lavándo/mános»); y en la tercera, los pares riman en asonante /é-a/ («primavéra/tiérra»). A esta variedad de rimas hay que añadir la de los versos pares del estribillo (rima asonante aguda /é/: («placér/Belén»). De esta manera, la rima contribuye a difundir esa grata musicalidad acorde con el sentimiento de alegría que expresa el estribillo.

Hay, por otra parte, otro elemento recurrente que cohesiona el villancico: el verso inicial se incorpora al estribillo: «Esta noche nace el Niño» (con verbo en presente de indicativo); y el verso con el que acaba el texto da el alumbramiento como algo que acaba de suceder: «ha venido ya a la tierra» (con verbo en pretérito perfecto, acompañado del adverbio de tiempo «ya»; que expresa un tiempo presente que hace referencia al pasado). Estas «transiciones temporales» son muy propias de la lírica popular, y hay de ellas abundantes ejemplos en los romances medievales.

Y cada una de las estrofas tiene un foco de atención distinto: en la primera, es un humilde pastorcillo transido de cordialidad; y de ahí que pretenda convertir su corazón en pañales para el Niño, al no tener otra cosas que poder ofrecerle; en la segunda, es la Virgen, que «está lavando» (ahora la forma verbal es una perífrasis durativa) a la intemperie, con las manos ateridas por el frío, lo que provoca la reacción amorosa del pastorcillo (y nuevamente asoma la palabra «corazón»: «le llevo mi corazón/manos de mi corazón»); y en la tercera, el Mesías, con su nacimiento, trae la renovación de la vida; y por eso, «En el portal de Belén / el invierno es primavera». Si ahora intercalamos el estribillo entre cada una de las tres estrofas, proclamaremos esa desbordante «alegría» que el villancico pretende y -logra- contagiar.

Esta noche nace el Niño,
yo no tengo que llevarle;
le llevo mi corazón
que le sirva de pañales.
¡Alegría, alegría, alegría!
¡Alegría, alegría y placer!
Esta noche nace el Niño
en el portal de Belén.

La Virgen está lavando
con un trozo de jabón;
se le han picado las manos,
manos de mi corazón.
¡Alegría, alegría, alegría!
¡Alegría, alegría y placer!
Esta noche nace el Niño
en el portal de Belén.

En el portal de Belén
el invierno es primavera:
el Mesías esperado
ha venido ya a la tierra.
¡Alegría, alegría, alegría!
¡Alegría, alegría y placer!
Esta noche nace el Niño
en el portal de Belén.

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