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El Papa Francisco no se ha cansado de denunciar el formalismo de ciertas posturas cristianasGTRES

El integrismo: la tentación de rigidez denunciada por el Papa Francisco

El integrismo dificulta la comprensión racional de la fe y desfigura el rostro y la misión de la Iglesia en el mundo

Alo largo del pontificado del Papa Francisco hemos podido escuchar profusamente de su boca los usos de una manera de entender la fe cristiana propia del fariseísmo del siglo I, que se enfrenta abiertamente con la revolución religiosa que trajo Jesús de Nazaret.

Durante el siglo XX, el siglo de las ideologías, y tras el paso de la teología de la secularización y la teología de la de la liberación, de fuerte raigambre marxista, en la que la acción humana termina por vaciar el contenido de la fe cristiana, el integrismo religioso ha aparecido como otro golpe del péndulo ideológico de la Historia, aunque con la misma tentación de fondo: el esfuerzo prometeico de la voluntad humana como motor del cambio del corazón.

Literalismo irracional

La tentación integrista no es nueva y ha acompañado toda la historia de la Iglesia, desde el Montanismo, el Donatismo, el Catarismo o el Jansenismo.

En la actualidad, dicha tentación integrista se alimenta de la falta de una educación en la apertura del hombre al mundo como creación buena de Dios y a la falta de una lectura mínima de los grandes maestros, que han sido olvidados y reemplazados por blogs de Internet y por el abuso de las redes sociales, debilitando la capacidad de hacer preguntas y fortaleciendo posturas irreconciliables e ideológicas.

Por integrismo se entiende la comprensión de la fe reducida a la literalidad de las formulaciones teológicas, por tanto a una interpretación unívoca y rígida de la religiosidad, que impide un modo de pensar y de vivir libre.

Como síntesis adecuada, sirve la hecha por Maurice Blondel para comprender el fenómeno del integrismo.

Este desprecio del mundo rompe a la persona, que la encierra en sí misma y le impide todo acercamiento a Dios

Condena de la realidad

Según Blondel, el integrismo identifica el concepto con la realidad, como si esta pudiera agotarse en un razonamiento. Para Blondel, esta reacción brotaría inconscientemente de un anhelo de seguridad innato en el hombre, que sirve de mecanismo de defensa ante lo desconocido y ante la multitud de matices y factores que se escapan en la compresión del mundo.

Por eso, la reacción del integrista es la acusación y la condena del distinto, y su consecuencia inmediata es la incapacidad para el diálogo interreligioso, es decir para la misión, que es el anuncio del amor de Cristo.

Otra consecuencia de un pensamiento integrista es la comprensión unívoca de una tradición teológica y litúrgica, olvidando la contingencia histórica de las formas dentro de esa misma tradición, a la que confunde con costumbre intocable de una época.

Huida del mundo

Es frecuente encontrar en las actitudes integristas una manera negativa de entender la relación entre lo natural y lo sobrenatural, que aparecen en clara confrontación y que, por tanto, rompe el equilibrio y la autonomía de las realidades creadas. En esta confrontación negativa, el integrista minusvalora y condena como mala a la creación, que ya no sería signo en el reconocer al Creador, sino realidad de la que huir o ignorar para santificarse.

Este desprecio del mundo rompe a la persona, la encierra en sí misma y le impide todo acercamiento a Dios a través de las realidades visibles.

Inevitablemente, este desprecio por el mundo tiene consecuencias políticas, ya que, si solo importa lo sobrenatural, es fácil caer en la tentación teocrática, tan dañina para la libertad religiosa y la misión de la Iglesia.

Esa imposición de formas históricas idealizadas para instaurar un orden divino, puede verse hoy en la reinterpretación histórica de la Cristiandad y de la civilización cristiana entre grupúsculos de intelectuales.

Ortodoxia sin caridad

Otro rasgo integrista es la primacía del intelecto sobre el amor que, como en la relación negativa con el mundo, se superpone una preocupación excesiva por la ortodoxia y las ideas, concediendo al seguimiento de las normas, a la casuística y el intelectualismo, todo el primado en la espiritualidad.

Al despreciar la caridad (el amor) frente a lo normativo, la sana libertad pierde terreno frente al rubricismo o el canonismo, vividos estos como absoluto.

Lo evangélico siempre es primar la caridad; una caridad no separada ni en confrontación con la ortodoxia. Pero la caridad, como conocimiento más alto y del que brotan todas las verdades conocidas en la Iglesia, es el motor de la santidad, según la teología paulina de la libertad y la Gracia.

Maniqueísmo y división

Una de las tentaciones más visibles hoy en día es la del maniqueísmo, como simplificación y división del mundo entre 'bueno' y 'malo', traducido en los enfrentamientos eclesiales o políticos en torno a la realidad.

La superación de un pensamiento integrista pasa, precisamente, por el abandono de este nuevo maniqueísmo religioso y político que concibe al mundo y a las personas como enemigos irreconciliables, y así poder descubrir la presencia de Cristo en «todo y en todos». El cristianismo, tal y como lo concibe Cristo y lo recoge la Iglesia en su riquísima tradición bimilenaria, es la historia de personas concretas que han encontrado al Resucitado en la contingencia y los problemas de la vida cotidiana. En ella, en la vida, se puede participar de la vida nueva en Cristo, que se traduce en una relación positiva con el mundo y con los otros hombres, porque en ellos está Dios. Por tanto, las categorías de enfrentamiento integrista son una rémora para vivir la fe y anunciarla «hasta los confines de la tierra».

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