Qué hacer para que los niños vivan bien la Primera Comunión
Es difícil para una generación que va perdiendo el sentido de lo sagrado y que incluso va dejando de ser sensible al lenguaje simbólico poder reconocer el misterio de la Eucaristía
Mes de mayo –como si fueran aves migratorias–, vemos por nuestras calles niños vestidos de primera Comunión. Los vemos en las puertas de nuestros templos, llenando los salones de los restaurantes y también, según las posibilidades de sus familias, en algún que otro parque temático.
La vida de la Iglesia
Las primeras Comuniones forman parte de nuestra cultura. Muchos padres que decidieron no bautizar a sus hijos, en cierto modo, se ven obligados a reconsiderar su decisión cuando estos les piden hacer la Comunión con sus amiguitos. ¿Qué pasa por la mente del niño?: ¿tener un día de fiesta?, ¿ser el centro de atención?, ¿vivir la sorpresa de unos regalos? ¿Participar de un «misterio»?... En cualquier caso, la presión social es tan fuerte que muchos papás y mamás, refractarios a la Iglesia, se sienten forzados a organizar una «comunión civil» para su hijo.
¿La última comunión?
¿Y las parroquias?, ¿cómo viven las parroquias la preparación de las primeras comuniones? Es, sin duda, un momento central para la vida de la Iglesia. Un momento que en nombre de la comunidad cristiana, durante dos o tres años, los catequistas han preparado con mimo y también aquellos sacerdotes que tienen el gusto de acompañar la catequesis. Un momento, sin embargo, que tiene un sabor agridulce. Los catequistas saben que en ese día, al comulgar los niños el Cuerpo y Sangre de Jesús, habrán cumplido con la tarea que les ha encomendado la Iglesia; pero su gozo se ve nublado por la tristeza de saber –lo han experimentado otras veces– que esa puede ser la primera y la última comunión y que la relación de los niños con Jesús no llegará a fraguar en verdadera amistad. Los catequistas achacan esta decepción a la poca implicación de los padres: ¿Cómo van a vivir los niños lo que ni ven en casa ni sus familiares les facilitan?
Por su parte, las mamas y papas –también los abuelos– viven ajenos a estos sentimientos que embargan a los catequistas. Ellos viven la primera Comunión de sus pequeños con la alegría y el orgullo de verlos crecer y disfrutando de la vida. Pero, también –reconozcámoslo–, la viven como una autentica liberación: ya dejan la obligación de llevar al niño a la catequesis, de atender las requisitorias de su catequista y de tener que ir los domingos a misa. Siendo sinceros, pocos padres viven la primera Comunión de sus hijos con sentido cristiano. Muchos, sin embargo, llegan a reconocer en ella la expresión de ese «misterio» que envuelve la vida. Y es que cuando uno llega a ser responsable de otros es cuando se hace consciente de que la vida –también la propia– está envuelta por un halo misterioso con el que tarde o temprano uno tiene que tratar.
Lo esencial es invisible
«¡Este es el Misterio de la fe!» Con esta aclamación, concluye el sacerdote el relato de la institución de la Eucaristía por el que el pan y el vino, por el poder del Espíritu, se convierten en el Cuerpo entregado y la Sangre derramada de Jesús, el Hijo de Dios y de María. El pan y el vino consagrados son presentados ante la asamblea litúrgica como Cuerpo y Sangre de Cristo y los creyentes –con los ojos de la fe que han graduado en la catequesis– reconocen que en ese pan y vino se les ofrece el amor de Dios hasta el extremo. La Eucaristía es el sacramento de la redención liberadora de Jesús y de su fiel compañía. Comulgar con sus dones divinos es acceder a la fuente de la vida y de la vida que nunca acaba. Celebrar la Eucaristía es constituirse en familia de Dios y servidores de su proyecto en favor de todos los hombres…
Una historia de amistad
Respecto a la Eucaristía, como con ninguna otra realidad, se hace cierto el secreto que el zorro descubre al principito: «lo esencial es invisible a los ojos». El libro de Antoine de Saint-Exupéry desvela este secreto en el diálogo que mantienen ambos sobre la amistad. Y, justamente, la Eucaristía, y la consiguiente comunión que de ella forma parte, es la celebración y realización de la alianza de amistad entre Dios y el hombre. Iniciar a los niños en la Eucaristía–Misa, llevarles de la mano para que por primera vez participen de la entrega amorosa de Jesús, es introducirles en una historia de amistad en la que, en cada Eucaristía, Dios renueva su amor, al tiempo que sostiene por su gracia la respuesta filial de sus hijos. Una respuesta que solo se puede sostener a lo largo de la vida comulgando, junto con resto de la comunidad cristiana, en el Cuerpo de Jesucristo, Hijo de Dios.
Comprender a Dios
«¡Este es el Misterio de la fe!» «Lo esencial es invisible a los ojos». Es difícil para una generación que va perdiendo el sentido de lo sagrado y que incluso va dejando de ser sensible al lenguaje simbólico poder reconocer el misterio de la Eucaristía. Es decir, poder pasar de lo visible a lo invisible, de aquello que es su expresión y realización sacramental a aquello que es esencial para vivir y vivir en abundancia: la amistad con Dios.
Las primeras Comuniones, junto con las catequesis que las acompañan, han de ser la ocasión, no solo para los niños y sus progenitores sino también para toda la comunidad cristiana –incluidos catequistas y sacerdotes–, de poder recuperar la capacidad simbólica que es propia del ser humano. Solo sobre esta base que da cauce al deseo de hallar la plenitud en el Misterio que se dona es como se podrá comprender el dinamismo sacramental de la Liturgia eclesial y aun de la vida cristiana. Solo bajo esta premisa se podrá penetrar en el lenguaje celebrativo por el que Dios ama hasta el extremo a los hombres y la reunión de los cristianos se convierte, por la comunión con Jesucristo, en comunidad de hijos y hermanos.
- Juan Carlos Carvajal Blanco es profesor de Evangelización y Catequesis en la Universidad San Dámaso