Ciencia y religión
Jaime Tatay, sacerdote e ingeniero: «La religión ha sido promotora de la ciencia»
El sacerdote jesuita y co-director de la cátedra de ciencia, tecnología y religión en la Universidad Pontificia Comillas aboga por el diálogo entre la lógica científica y la religiosa
Jaime Tatay es sacerdote jesuita, ingeniero de montes y profesor en la Universidad Pontificia Comillas. Como co-director de la Cátedra Hana y Francisco José Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión, una de sus principales inquietudes es la relación entre las lógicas religiosa y científica, dos ámbitos –dice– con un gran potencial para enriquecerse mutuamente. Habla de todo ello en el último episodio de El Efecto Avestruz, la serie de entrevistas de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP).
–¿De qué modo se pueden relacionar la lógica científica y la religiosa?
–A mí me gusta decir que son dos ámbitos de la experiencia y del conocimiento humano, y entre ellos identifico cuatro posibles relaciones. En primer lugar, el conflicto entre dos posiciones extremas, el cientificismo y el fundamentalismo, que tratan de imponerse una sobre la otra. Otra forma de plantear la relación sería concebirlos como ámbitos separados, como «magisterios que no se solapan», como decía Stephen Jay Gould.
–Es decir, o están en conflicto o se ignoran…
–Habría un tercer modo: el de quien cree que en ciertos momentos y ciertos temas hay un solapamiento entre ciencia y religión, y que ahí es necesario un diálogo. Por ejemplo, pensemos en avances científicos como la energía nuclear, las técnicas de edición genética o la inteligencia artificial. Son desarrollos técnicos que plantean dilemas éticos y políticos, y aquí la religión tendría legitimidad para aportar una palabra. Y habría un cuarto modo que es ir más allá, y consiste en que ciencia y religión se perciban mutuamente como una posibilidad de enriquecimiento. Yo me identifico con los tres últimos modelos. Creo que hay ciertos ámbitos en los que quizá es necesario separar las lógicas, y no pasa nada.
No creo que ayude tratar de justificar científicamente qué sucede en la oraciónSacerdote e ingeniero
–Póngame algún ejemplo: ¿qué ámbitos convendría mantener separados?
–En el ámbito puramente espiritual, por ejemplo. No creo que ayude tratar de justificar científicamente qué sucede en la oración. O intentar traducir la experiencia de salvación en claves más terapéuticas o fisiológicas… Creo que es interesante, y, de hecho, hay una correlación estadística entre la religiosidad y el bienestar, pero también insuficiente. Es decir, llega un momento en que la experiencia espiritual va mucho más allá de cualquier esfuerzo por medirla y matematizarla. Y también al contrario: hay ámbitos muy técnicos de la investigación científica en los que la religión ha de mantener una reserva hasta que el conocimiento madure.
–¿En qué sentido?
–En el de que el diálogo, el tercer modelo de relación, ha de esperar al momento adecuado. Es necesario, primero, una ciencia bien asentada, un paradigma, aunque luego pueda ser sustituido. Y segundo, un cierto conocimiento, por parte de ambos lados. Muchos filósofos o teólogos no tienen un conocimiento técnico, y eso hace peligroso saltar directamente a una reflexión ética o espiritual sobre estos desarrollos. Y muchos científicos no tienen una mínima formación filosófica ni han entrado a fondo en el mensaje de las religiones, y pueden descalificar o menospreciar sus aportaciones.
–Desde esta perspectiva, ¿qué ámbitos considera maduros, hoy en día, para que haya esta aportación mútua?
–Se me escapan muchas cosas, pero un ámbito interesante sería la economía, que es una ciencia social. Creo que la reflexión milenaria de las religiones, no solo la cristiana, en torno a la usura o el bien común ofrece luz sobre estas cuestiones, aunque hoy suenen ajenas al lenguaje económico más técnico. Y en la tradición católica, la doctrina social de la Iglesia se ha preocupado en gran medida por temas laborales y económicos. Otro ámbito sería el de la inteligencia artificial (IA), que citaba antes.
–¿La religión puede enriquecer el debate sobre el Chat GPT, por ejemplo?
–Hay unas preguntas de fondo que son filosóficas y religiosas. El Chat GPT nos está planteando que vamos a poder saberlo casi todo, pero la pregunta previa es ¿queremos saberlo todo? O ¿para qué queremos el conocimiento? Y desde la tradición teológica monoteísta, quien es omnisciente es Dios, la divinidad. ¿En qué medida todo el hype sobre la IA podría haberse iluminado por este debate? O pensemos en el mito griego de Prometeo, que buscó el fuego de los dioses: ¿en qué medida hay una tentación prometeica en ese sueño de la IA? O en el transhumanismo, que es otro debate muy interesante y que tiene que ver con la inmortalidad, otro atributo divino.
En las últimas dos décadas se ha incorporado la sensibilidad y la pregunta por la dimensión espiritual y religiosaSacerdote e ingeniero
–Recientemente ha estudiado la relación entre ciencia y religión en la gestión de espacios naturales protegidos. ¿Qué conclusiones saca?
–En este ámbito, la lógica religiosa se había dejado completamente al margen, pero en las últimas dos décadas se ha incorporado la sensibilidad y la pregunta por la dimensión espiritual y religiosa, que lleva a una gestión más armónica del medio natural. Por ejemplo, en lo que se han llamado Sacred Natural Sites, o «lugares naturales sagrados». Pensemos, en España, en sitios como Covadonga, Montserrat o el Rocío: enclaves de alto valor ecológico que a menudo han sido gestionados de una manera muy eficaz y donde la participación de la comunidad ha jugado un papel clave. La lógica de la gestión de esos lugares se debe a motivaciones religiosas y espirituales, y aunque aparentemente no tenga una fundamentación científica, en la práctica resulta igual o más eficiente que la gestión de entornos similares circundantes. Hay ahí una línea muy interesante de re-sacralización de los entornos naturales, diría yo.
–En el ecologismo también hay choques: por ejemplo, entre quienes ven a la humanidad como jardineros de la Creación o como amenaza para el planeta.
–Este es un ejemplo claro de la contribución que pueden hacer las tradiciones filosóficas y religiosas al debate contemporáneo de la sostenibilidad o del medio ambiente, porque, e insisto mucho en ello, bajo el debate científico, técnico y económico hay un debate antropológico. Es decir, hay muchas posibles metáforas antropológicas o modos de imaginar al ser humano en relación con el mundo natural. ¿Somos dueños y dominadores o somos jardineros? ¿Somos peregrinos? El Génesis dibuja esa imagen del ser humano como jardinero, y el jardinero, no olvidemos, no es sólo alguien que gestiona, sino alguien que mejora.
–Habla de diálogo y de enriquecimiento mutuo, pero a menudo parece que solo el pensamiento científico tenga autoridad social para iluminar verdades.
–Si los planteamientos científicos acaban reduciendo la realidad a una única dimensión, aun siendo ella cierta excluyen otras posibles miradas… pero la propia biología necesita de la química. O la química de la física. La interdisciplinariedad nos abre a otras perspectivas y nos hace más humildes. Creo que cuando la ciencia trata de explicar toda la realidad desde un solo ámbito, entra en contradicción.
–Hemos hablado mucho sobre aportaciones de la lógica religiosa a las ciencias. Para terminar, ¿qué cree que puede aportar la lógica científica a la religión?
–Bueno, la religión ha sido promotora de la ciencia. No olvidemos que, al menos en Occidente, las universidades surgen en contextos eclesiásticos, y que durante siglos las personas ilustradas fueron los sacerdotes y los monjes. Entonces, ¿qué puede aprender la religión de la ciencia? Muchísimo, evidentemente. Por ejemplo, la biología o la física nos asoman a universos inimaginables para el ser humano, a escala macroscópica o microscópica. Los avances sobre el origen de la vida, de la conciencia, de la materia… Eso puede enriquecer enormemente la sensibilidad religiosa. La fascinación que los propios científicos expresan, fruto de sus investigaciones, resuena con esta sensibilidad. Hay muchísimos ejemplos, y creo que excluir la ciencia es una pena, porque nos empobrece. Ojalá los cristianos, y los creyentes en general, supieran más de ciencia, y disfrutaran y dialogaran con ella.