Los tres discípulos más importantes de Jesús que no llegaron a ser apóstoles
El elegido para sustituir a Judas Iscariote fue Matías, quien se asocia desde entonces con los Once. Pero también se ha llamado a Pablo y a María Magdalena apóstoles, por pertenecer al grupo más cercano a Jesús
El grupo de los Doce es bien conocido. Encabezado por Pedro, eran uno por cada tribu de Israel, el mismo número de hijos que tuvo Jacob. En la Edad Media, Santiago de la Vorágine explicaba que solo podían ser doce los apóstoles puesto que este es el resultado de multiplicar las tres personas de la Santísima Trinidad por las cuatro partes del mundo en que la doctrina de este misterio habría de ser predicada –así lo afirma en su Leyenda Dorada–, pero esto es bastante posterior a los tiempos en que Jesús recorrió a pie Galilea.
No fueron doce para siempre, puesto que tras traicionar a Jesús por 30 monedas de plaza, Judas Iscariote eligió la muerte. Según cuentan los Hechos de los Apóstoles, los once restantes volvieron al Monte de los Olivos y echaron a suertes quien debía sustituirle. El elegido fue Matías, quien entró en ese momento a formar parte del grupo predilecto de Cristo. Pero también se ha llamado a Pablo y a María Magdalena apóstoles, por pertenecer al grupo más cercano a Jesús.
El reemplazo de Judas
A los pocos días de la Ascensión de Jesús, san Pedro les explicó a los cristianos de Jerusalén que se había cumplido lo que las Escrituras ya revelaban (en el Salmo 41). Judas Iscariote se había ahorcado en el «campo de sangre» y había que escoger a alguien para relevarle. La única condición que había que cumplir era haber acompañado al grupo en todo el tiempo que Jesús pasó con ellos, desde el bautismo en el Jordán hasta su resurrección, de la que tenía que ser considerado un testigo.
Barajaron dos nombres, José Barsabá y Matías, pero tras orar lo echaron a suertes y le tocó al segundo. No se conoce detalle alguno de su vida anterior, y aunque nunca fue considerado un apóstol más, sí que estuvo asociado al grupo de los once y siguió los pasos de sus compañeros tras Pentecostés. Sus pasos le llevaron a Etiopía para difundir el cristianismo, donde fue martirizado. Se dice que sus restos fueron llevados por encargo de santa Elena a Tréveris (Alemania), aunque reliquias suyas también se pueden venerar en Roma, Padua y Lima.
Conversión de san Pablo
La caída del caballo de Pablo de Tarso que convirtió a un judío en soldado de Cristo
El Apóstol de los gentiles
Cuando Saulo iba de camino a Damasco para encarcelar a todos los cristianos que encontrara, oyó una voz del cielo que le preguntaba: «¿Por qué me persigues?». En ese momento cayó al suelo cegado por una luz que hizo que sus ojos dejaran de ver durante tres días, hasta que Ananías le visitó de parte de Jesús y le dijo que tras recuperar la vista quedaría lleno del Espíritu Santo.
Este episodio, plasmado en múltiples ocasiones a lo largo de la historia del arte, resume la conversión de san Pablo, quien después de haber expulsado a todos los cristianos de Jerusalén viajó hasta Damasco con la misma misión. Allí toda su vida cambió: salió de la ciudad predicando a Jesús en las sinagogas. Supo ganarse pronto el reconocimiento de los cristianos, a los que tanto había perseguido, y tuvo que enfrentarse para el resto de su vida a tener que ser él mismo el perseguido por los judíos, que le consideraban un traidor.
La portadora de siete demonios
No se sabe mucho de la vida de la joven de Magdala de la que Jesús expulsó siete demonios, según cuenta Lucas en su Evangelio. Después de eso, dedicó su vida a seguir a Cristo junto a los Doce e incluso le alojó y le proveyó todo lo necesario para su predicación en Galilea. También se conoce a través de las Escrituras que María Magdalena estaba presente junto a la Virgen y san Juan durante la Crucifixión, al igual que en la sepultura. La joven fue testigo, junto con otras mujeres, de la Resurrección, y fue quien acudió corriendo a los Apóstoles para contarles lo que el ángel les contó en la entrada del sepulcro.
Hay distintas tradiciones acerca de como transcurrió el resto de sus días. Algunos afirman que se retiró a Éfeso junto a la Virgen María, pero también se cuenta que junto a Lázaro y otros 70 cristianos huyó por el mar Mediterráneo hasta Francia, huyendo de la persecución en Tierra Santa. Aunque nunca fue reconocida como una de los Doce, en su carta Mulieris Dignitatem, Juan Pablo II en 1988, se refirió a ella como la «apóstol de los apóstoles».