Fundado en 1910

Una recreación de Hipatia de Alejandría

Desmontando cuatro bulos anticristianos: «Son el timo que ahora nos cuelan en las películas»

El escritor y economista repasa en el último número de La Antorcha algunos de los mitos que se empeñan en «demostrar» una Iglesia «enfrentada al saber»

«Se supone que lo sabe todo el mundo: la ciencia ha avanzado a pesar de las trabas que le ha ido poniendo en su camino la Iglesia católica. Está demostradísimo. Lo enseñan en el cole, lo dicen en YouTube, lo repiten algunos famosos y lo confirman las pelis con subvenciones del Ministerio de Cultura». Así arranca el escritor y economista Jorge Soley su repaso por algunos de los tópicos anticristianos más asentados en nuestra cultura, publicado en el último número de La Antorcha.

En esta revista gratuita, editada por la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP), el también columnista de El Debate señala, en concreto, cuatro de ellos: el caso de Hipatia de Alejandría, la condena de Galileo Galilei, el pavor del milenarismo medieval y la creencia sobre la tierra plana.

La muerte de Hipatia de Alejandría

En el caso de la filósofa, matemática y astrónoma asesinada en Alejandría por una turba en el siglo V, y sobre cuya historia rodó Alejandro Amenábar la película Ágora en 2009, «lo cierto es que, para disgusto de cinéfilos, la realidad es que a Hipatia no le dieron muerte por ser científica, sino que murió trágicamente en medio de los tumultos que sacudieron la Alejandría de su tiempo», recuerda Soley.

Jorge Soley en el último Congreso Católicos y Vida Pública sobre la corrección políticaPaula Argüelles

«Una ciudad –apunta– donde una muchedumbre sacó de su iglesia al obispo Jorge, lo ató a un camello, lo despedazó y quemó sus restos; o donde arrastraron al obispo Proterio por las calles y luego lo echaron al fuego». Porque, «en tiempos de Hipatia, había dos facciones, y en ambas había cristianos: la del obispo Cirilo y la del gobernador Orestes, y a Hipatia la mató una turbamulta por su posición política, no por nada que tuviera que ver con el saber o la ciencia».

Y es que, «aunque pagana y neoplatónica, Hipatia había dado clases sin problemas durante muchos años siendo obispo Teófilo. Pero abandonó su neutralidad para aliarse con el gobernador Orestes, un recién llegado a Alejandría, que estaba enfrentado con el obispo san Cirilo», y «fue en este contexto de violentos enfrentamientos en los que Hipatia encontraría la muerte a manos de descontrolados. Algo que lamentaron ya los cristianos de la época en sus escritos, como es el caso de su contemporáneo, el historiador Sócrates Escolástico», explica Soley.

Entonces, ¿cómo ha llegado hasta hoy semejante mito? Porque «la Ilustración, ansiosa por encontrar ‘mártires de la ciencia’ que achacar a la Iglesia, no desaprovecharía la ocasión de manipular la historia y sacarse de la manga el fantasioso relato de una Hipatia asesinada por causa del fanatismo cristiano, que ahora nos cuelan en películas como la dirigida por Alejandro Amenábar».

La Tierra es plana… en Internet

La vuelta del terraplanismo, hoy esgrimido en no pocos foros de internet, ha devuelto también a la actualidad un mito ligado a esta creencia irracional: que fue la Iglesia quien impuso la idea de que la Tierra era plana.

Sin embargo, como recuerda Soley en La Antorcha, «ya san Agustín, en un comentario al Génesis, consideraba que la Tierra es un planeta esférico, y muchas copias medievales de los escritos de Macrobio (siglo IV) contienen mapas que representan la esfera de la Tierra (globus Terrae) en el centro de las esferas celestes. San Isidoro de Sevilla lo confirma, y Beda el Venerable, referente del periodo carolingio, escribe que ‘la Tierra es un globo… como una bola’». También santo Tomás «confirma que ‘tanto el astrólogo como el físico pueden concluir que la Tierra es redonda’».

El emblema cartujo con su lema: «Stat Crux dum volvitur orbis»

Algo que también confirma la propia iconografía cristiana del medievo, como «el globo crucífero, que representa un globo terráqueo rematado con una cruz: su uso se remonta a comienzos del siglo V, en el reverso de las monedas del emperador Teodosio II, y acabó siendo el emblema de la Orden de los Cartujos fundada por san Bruno en el año 1084, cuyo lema es Stat Crux dum volvitur orbis (La cruz permanece estable mientras el mundo da vueltas), una imagen de la que nacería la inspiración de Chesterton para su novela La esfera y la cruz», explica Soley.

De modo que «lo del terraplanismo medieval no es más que una invención decimonónica para intentar desprestigiar el periodo de mayor influencia social y cultural de la Iglesia, pero la realidad es que en el Occidente latino medieval tenían muy claro que la Tierra era redonda», remarca.

Sin terrores en el año 1000

Soley, que es fundador y presidente de European Dignity Watch y del Center for European Renewal, también desmonta el mito de «los terrores del año mil» porque, en realidad, «en el año 1000 no ocurrió nada, no hubo pánicos ni terrores y se tendrá que esperar unos siglos para que se intente reescribir la historia».

En concreto, se trata de «una falsa leyenda construida mucho más tarde, en los Anales Renacentistas de Hirsau (1511-1513), con el fin de desprestigiar la Alta Edad Media y que fue retomada en el siglo XIX». Porque «todo vale contra la Iglesia, convertida en chivo expiatorio que, con su supuesto oscurantismo, sería culpable de esclavizar a los pueblos y frenar el progreso. Se trataba de difundir una imagen de la Iglesia católica como fuente de oscurantismo, ignorancia, fanatismo y superstición, una Iglesia responsable de inocular ideas absurdas en la gente para mantener al pueblo sometido», sintetiza Soley.

Monumento a Sigebert de GemblouxPicasa

La realidad es que «existe sólo un escrito medieval que habla de sucesos inquietantes acaecidos en el año 1000: el Chronicon, del monje benedictino Sigebert de Gembloux, pero se trata de un texto del siglo XII. Y tan sólo cita un fuerte terremoto y poco más; sobre los supuestos terrores que se habrían extendido entre los cristianos, nada de nada», explica.

Las mentiras del caso Galileo

Por último, el autor de Manual para comprender y resistir a la cultura de la cancelación, editado por la ACdP, desmonta el más que manido tópico de la condena –que en algunas versiones del bulo anticristiano llega hasta la muerte en la hoguera– de Galileo Galilei, por decir que la Tierra giraba alrededor del Sol.

Retrato de Galileo, por Justus Sustermans, de 1636

«En realidad, Galileo erró desde un punto de vista científico al presentar su sistema como algo probado y no como una hipótesis», destaca Soley. En el proceso, «el influyente cardenal san Roberto Belarmino indicó que la Iglesia no tenía ningún problema en abandonar una interpretación literal de algún pasaje de la Biblia (como el de Josué deteniendo el sol en la batalla), pero que para hacerlo exigía pruebas. La prueba que aportó Galileo para demostrar su tesis heliocéntrica se basaba en las mareas y estaba equivocada, pues las mareas no dependen de que la Tierra gire alrededor del sol, sino de la luna».

Galileo, recuerda Soley, «no quiso bajarse del burro y tildó a quienes defendían la hipótesis de la influencia selénica en las mareas, que finalmente se demostraría correcta, de imbéciles. Lo cierto es que, en aquel momento, no había pruebas definitivas a favor de ninguna de las dos hipótesis. El resultado del proceso fue que a Galileo le prohibieron difundir el libro del Diálogo sobre las mareas, pero siguió investigando y afinando sus teorías».

Ni quemado, ni encarcelado

Así, Galileo no fue ni quemado vivo, ni encarcelado, ni torturado: «La sentencia de 1633 condenaba a Galileo a recitar los salmos penitenciales una vez a la semana durante tres años. No sabemos si llegó a hacerlo, pero lo que sí sabemos es que consiguió que se le permitiera ceder ese castigo a su hija carmelita, María Celeste, quien los recitó muy gustosamente. Y la prisión a la que fue sentenciado consistió en un periodo de cinco meses en la villa del Gran Duque de Toscana, en Trinità dei Monti, seguida de una estancia en Siena en el palacio de su amigo el arzobispo Piccolomini».

De hecho, «en diciembre de 1633 pudo marcharse a su villa en el campo, cerca de Florencia. Allí siguió trabajando y recibiendo a numerosos colegas y religiosos, entre ellos Hobbes, Torricelli y Milton. El mismo Galileo escribe: ‘Yo, que jamás he estado en una cárcel’», apunta Soley.

Más aún, pues sus Discorsi, «el libro que lo consagra como un gigante de la ciencia y que se publicó sin problemas en 1638, fue redactado durante estos años posteriores a la condena. Años en los que siguió gozando de la amistad de clérigos, obispos, cardenales y hasta del Papa». Una amistad que duró hasta el final de sus días, cuando en 1642 murió «en su cama, con indulgencia plenaria y bendición del Santo Padre. Tanto fue el reconocimiento que se le tributó que, en 1734, se erigió un mausoleo en su honor en la iglesia de la Santa Cruz de Florencia».

La mentira de «Eppur si muove»

En este caso, fue de nuevo «la Ilustración, y su obsesión por denostar a la Iglesia, la que creó el caso Galileo, sin demasiados remilgos a la hora de poner en práctica la consigna de Voltaire: «¡Aplastad a la Infame!». Por ejemplo, la famosa réplica que habría pronunciado Galileo: Eppur si muove (Y, sin embargo, se mueve), en realidad no fue nunca pronunciada: fue un invento, para aportar un tinte melodramático a un artículo periodístico, obra del ilustrado Giuseppe Baretti en 1757, retomado en el siglo XX por el dramaturgo marxista Bertolt Brecht», aporta Soley.

Un intento tras otro de presentar a la Iglesia «como lo que nunca ha sido, como la tenebrosa madrastra que quiere mantener engañados a sus hijastros, cuando ha sido siempre la madre que ha animado a sus hijos a saber más, a penetrar más profundamente en una creación que es inteligible precisamente porque es obra de Dios». Y concluye: «Quienes intentan engañarnos, desde tiempos de la Ilustración, tienen a su disposición medios descomunales, pero nosotros contamos con la verdad y sabemos que, aunque puedan taparla por cierto tiempo, al final su luz siempre acaba por superar los obstáculos y brillar, iluminándonos».