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El Papa Francisco durante el rezo del Ángelus en la plaza de san Pedro, en Vaticano.

El Papa Francisco durante el rezo del Ángelus en la plaza de san Pedro.GTRES

Papa Francisco: «¿Soy discípulo del amor de Jesús o discípulo del chismorreo que divide?»

El Papa ha recordado en el Ángelus la reticencia del hombre a ver a Dios como misericordia, en vez de justiciero y acusador

En la la Fiesta del Bautismo del Señor, Francisco ha presentado la escena asombrosa de la primera aparición pública de Jesús, a la orilla del río Jordán para que Juan lo bautice (Mt 3,13-17).

«Viendo que Jesús se mezcla con los pecadores, uno se queda sorprendido y se pregunta: ¿por qué Jesús tomó esta decisión?», ha señalado el Papa: «Él, que es el Santo de Dios, el Hijo de Dios sin pecado, ¿por qué tomó esa decisión?».

Haciendo que Juan le bautice, el Papa ha señalado que «Jesús nos desvela la justicia de Dios, esa justicia que Él ha venido a traer al mundo. Muchas veces tenemos una idea limitada de la justicia, y pensamos que significa que el que se equivoca, paga, y así repara el mal que ha hecho». Pero la justicia de Dios, como enseña la Escritura, a juicio de Francisco «es mucho más grande: no tiene como fin la condena del culpable, sino su salvación y su regeneración, volverlo justo: de injusto a justo», ya que es una «justicia que proviene del amor, de esas entrañas de compasión y misericordia que son el corazón mismo de Dios, Padre que se conmueve cuando estamos oprimidos por el mal y caemos bajo el peso de los pecados y de las fragilidades».

No un Dios justiciero

Así, la justicia de Dios «no busca distribuir penas y castigos sino, como afirma el apóstol Pablo, consiste en hacernos justos a nosotros, sus hijos (cfr. Rm 3,22-31), librándonos de las ataduras del mal, resanándonos, levantándonos». Por eso, «el Señor está siempre con la mano tendida para ayudarnos a levantarnos, no está nunca listo para castigarnos».

El Papa ha insistido en que «la verdadera justicia de Dios es la misericordia que salva. Nos da miedo pensar que Dios es misericordia, pero Dios es misericordia, porque su justicia es la misericordia que salva, es el amor que comparte nuestra condición humana, que se hace cercano».

Este modo de amar de Dios invita a los fieles a ejercer su misma justicia «con los demás, en la Iglesia, en la sociedad: no con la dureza de quien juzga y condena dividiendo las personas en buenas y malas, sino con la misericordia de quien acoge compartiendo las heridas y las fragilidades de las hermanas y de los hermanos para levantarlos. Quisiera decirlo así: no dividiendo, sino compartiendo» . Por eso, Francisco ha insistido para finalizar en hacer como Jesús: «compartamos, llevemos los pesos los unos de los otros, en vez de chismorrear y destruir, mirémonos con compasión, ayudémonos mutuamente. Preguntémonos: ¿yo soy una persona que divide o que comparte? Reflexionemos: ¿soy un discípulo del amor de Jesús o un discípulo del chismorreo que divide?».

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