Anabel González

Anabel GonzalezJAVIER OCANA

Anabel Gonzalez: «Frente al miedo, las soluciones mágicas no existen»

La psiquiatra analiza en su libro ¿Por dónde se sale? las claves para deshacerse de los miedos

La psiquiatra Anabel Gonzalez, autora de Lo bueno de tener un mal día y Las cicatrices no duelen, vuelve a las librerías con ¿Por dónde se sale?, un libro en el que la doctora nos enseña a entender el miedo, controlarlo, gestionarlo y deshacerlo para evitar que éste limite nuestra vida o nos impida avanzar.

–¿Qué es el miedo?

Es una emoción básica que tenemos todos los seres humanos desde que nacemos y que cumple una función, sobre todo para la supervivencia: nos avisa cuando hay un peligro, hace que nuestro organismo se active y nos haga reaccionar. Lo que ocurre es que muchas veces el miedo se queda metido en el cuerpo, sigue ahí de forma permanente y no bajamos la alerta. Es entonces cuando se complica y forma parte del mecanismo que da lugar a muchos problemas de salud mental.

–¿Cómo influye la educación en esa regulación del miedo que es necesaria para vivir?

–En casa, en el colegio o en aquellas relaciones que tenemos fuera de esos contextos, aprendemos qué hacer con lo que sentimos. Cuando estamos asustados, cuando tenemos miedo, si tenemos a alguien al lado que entiende que estamos asustados y nos transmite seguridad, ese miedo se va dulcificando o, al menos, no coge más envergadura porque tenemos a alguien que nos da un modelo de cómo se puede manejar el miedo. Si nos referimos a educación como algo que se da en clase, yo creo que la salud emocional puede que ayude un poquito, pero no va a mejorar sustancialmente porque nosotros aprendamos teoría. Esto es algo que necesitamos experimentar. Entender cómo funciona también nos podría ayudar, porque si no podemos hacer cosas cuando sentimos miedo, que son contraproducentes, que nos incrementan más el miedo, que nos van haciendo estar cada vez más asustados y quizás no nos estamos dando cuenta de que es eso que estamos haciendo está complicando más las cosas.

–Cuando los niños son pequeños es muy evidente que tienen miedo a la oscuridad, miedo a estar solos. Pero cuando van creciendo, ¿cómo pueden los padres transmitirles esa seguridad?

–Para empezar es muy importante que los padres se cuiden, porque si están muy estresados o muy asustados, difícilmente pueden transmitir seguridad. Los padres tienen que darse cuenta de que lo que transmitimos sin palabras es a veces más potente que lo que transmitimos con lo que decimos.

La segunda parte está relacionada directamente con el miedo y con darse cuenta de que está ahí, de que existe. Es muy frecuente decirles a los niños «no llores» o «no tengas miedo» y nos parece que con decir eso ya está, que se quita, pero está claro que no. Si un niño tiene miedo, lo primero es ver qué pasa, escucharlo, analizar de dónde sale ese miedo y luego hacer algo que al niño le puedan aportar seguridad, como puede ser darle un abrazo para que no se sienta solo frente a un peligro que el niño siente o imagina. Ese abrazo dulcifica, suaviza y reduce el miedo.

Hoy en día los padres tienen una sobredosis de información sobre cómo ser padres y lo importante es procurar estar emocionalmente bien para poder ser un modelo para nuestros hijos: estar con los niños, escucharlos, acompañarlos y abrazarles sin miedo.

–En el libro habla de que el pensamiento mágico no es la solución. Pero, ¿qué se puede hacer?

–Las soluciones mágicas tienen la ventaja de que son rápidas y tienen la desventaja de que no son verdad. Yo pruebo una maravillosa receta para quitar todos mis miedos: me miro al espejo y me digo que no tengo miedo. A lo mejor me lo creo pero es algo que dura solo dos segundos porque el miedo está ahí, si yo no entiendo de dónde sale va a seguir estando ahí.

Cuando se logra saber de dónde sale tendré que probar cosas distintas de las que estoy haciendo, porque a veces queremos que las cosas cambien, pero seguimos haciéndolo todo de la misma manera. Es complicado que pueda haber cambios si todo sigue igual. La clave está en la reflexión, que es uno de los elementos de los que se habla en el libro, que nos da más trabajo porque es lo que hay que ir cultivando, hay que ir aprendiendo, que no es tan sencillo, pero es mucho más eficaz. Por poco que avancemos en ese camino siempre vamos a sacar más a medio y largo plazo que yendo a la desesperada y usando recetas 'mágicas'.

–Desde hace unos años se ha puesto de moda la palabra resiliencia. ¿Es esta la clave?

–La resiliencia realmente lo que define es por qué unas personas tienen más capacidad para lidiar con la adversidad y otras personas tienen menos. Por ejemplo, una de las cosas de las que hablo en el libro, es el estilo de apego que se va a formar en las primeras relaciones que tenemos con las personas con las que crecemos y que luego puede ir cambiando conforme vamos viviendo y nos vamos relacionando. La seguridad en las relaciones es un factor de resiliencia. Por ejemplo, se vio en algunos estudios que niños que habían vivido en la guerra de Sarajevo y que habían estado con cuidadores con un apego seguro y otros niños que habían estado con cuidadores con otro estilo de apego más inseguro o sin una familia que les apoyase, a los primeros la guerra no les afectaba ni de lejos lo que les afectaba a los segundos y era la misma guerra.

Hay una serie de factores que hacen que podamos pasar por las dificultades que nos trae la vida y salgamos, a veces incluso aprendiendo cosas, pero por lo menos salimos no peor que como entramos.

–Hay veces que el miedo nos lleva a seguir, por ejemplo, en una relación tóxica, ¿qué podemos hacer?

–Pongo en el libro una nube de palabras que fueron haciendo las personas con las que yo me relaciono en redes sociales y que normalmente asociamos con el miedo. La palabra más recurrente fue 'parálisis'. Cuando el miedo nos bloquea y se nos queda dentro –en lugar de llevarnos a salir, que es para lo que está programado– , nos bloquea. Es tanto miedo que tenemos que no hacemos nada para protegernos, no ponemos distancia en esas relaciones que son dañinas, a veces realmente peligrosas, o como mínimo, relaciones en las que no crecemos y que no nos van bien. Quizás también porque nos da más miedo estar solos o alejarnos que el hecho seguir en el daño. Al final son emociones que están dibujadas por el miedo y no por la conexión, por la confianza, que son esas otras cosas que podemos encontrar en las relaciones cuando vamos aprendiendo a escoger mejor y cuando vamos aprendiendo dónde quedarnos y de dónde marcharnos.

–Hoy en día muchos adolescentes o jóvenes tienen ansiedad o depresión y toman medicación. ¿No puede convertirse esa medicación en una fórmula sencilla para no tener que enfrentarse a sus miedos?

–Sí, yo creo que hay veces que usamos la medicación como un anestésico, pero el anestésico no resuelve. Nadie se cura de una apendicitis con un analgésico, te puede quitar el dolor pero si hay que hacer una intervención, hay que hacerla. Yo creo que los jóvenes están muy perdidos, que viene con la cabeza muy cargada de todos estos años que han sido complicados para ellos porque les han cortado una de las fuentes principales de bienestar en los adolescentes que es la conexión con el grupo. En esa etapa necesitan mucho la conexión con el grupo y esto llevamos unos años muy particulares en este sentido y los medicamentos pueden ser una ayuda. Yo creo que bien utilizados, en un momento determinado pueden ser un apoyo para salir adelante. Pero yo siempre les digo a los pacientes que la medicación sola no resuelve nada si no hemos aprovechado ese momento, con el alivio de la medicación para poder entender mejor lo que nos está pasando y hacer cosas diferentes para salir de ahí.

–Que aconsejaría a una persona que tiene un gran dolor, como, por ejemplo, la pérdida de un hijo

–Yo creo que ese es el dolor más grande que podemos sentir. No estamos preparados para enterrar a nuestros hijos. Es un dolor muy grande. No podemos minimizarlo, ni dar un consejo para que eso desaparezca, porque no tendría sentido. Cuando perdemos a alguien, sea un hijo o cualquier persona querida, pensar en lo que esa persona querría para nosotros si nos estuviese viendo nos puede ayudar, porque creo que nadie querría que las personas que se quedan aquí se pierdan la vida que tienen. Hay personas que pierden un hijo que tienen otros hijos, que tienen otras personas con las que se relacionan y para las que son importantes. Centrarnos en ellos y llevar nuestro dolor a cuestas durante un tiempo, cuidar ese dolor, abrazar ese dolor hasta que el dolor se suaviza. Creo que es la mejor opción.

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