Una muñeca flotaba en La Albufera de Valencia

Una muñeca flota en La Albufera de ValenciaEuropa Press

Cómo afrontar el duelo tras la pérdida de una persona amada en un desastre como el de Valencia

Manuel Gurpegui, catedrático de Psicología, desvela los puntos clave tras un desastre natural o accidente

Una inundación masiva, como la ocurrida el 29 de octubre 2024 en las cercanías de Valencia, es un suceso de los considerados como desastres naturales, al igual que los terremotos, los tsunamis y las erupciones volcánicas. Otras catástrofes son consecuencia de accidentes masivos (ruptura de una presa, gran incendio, escape de gases tóxicos, avería con escapes radiactivos) y de acciones de guerra o de terrorismo. Las epidemias caben en cualquiera de las categorías anteriores. No obstante, también en los desastres naturales y en los accidentes masivos cabe la responsabilidad humana, por omisión de acciones preventivas o de un rescate a tiempo.

Las catástrofes tienen enormes consecuencias sanitarias: numerosas muertes, lesiones sin cuento, enfermedades transmisibles (infecciosas), privación de alimentos… y perturbación de la salud mental de mucha gente. Al estrés intenso y repentino se une la pérdida de familiares directos, sin respetar sexo ni edad y en ocasiones ante los ojos de uno mismo.

La quiebra de la salud mental no es tan evidente inicialmente como las lesiones físicas, pero las consecuencias son a menudo devastadoras. Unos meses después del suceso trágico adquieren particular relevancia los trastornos psiquiátricos. Lo más frecuentes son el trastorno de estrés postraumático, la depresión, los trastornos de ansiedad y el aumento del consumo de tabaco, alcohol y drogas ilegales.

Lo primero que se puede apreciar en muchos supervivientes es el duelo agudo ante la pérdida de una persona amada, con las manifestaciones sintomáticas que describió magistralmente el psiquiatra bostoniano Erich Lindemann en 1944, tras atender a un centenar de familiares de fallecidos en el incendio, en 1942, de una sala de fiestas en el que murieron cerca de quinientas personas. Esas manifestaciones incluyen:

  1. Malestar corporal (suspiros, agotamiento y molestias digestivas)
  2. Preocupación con la imagen del difunto
  3. Sentimientos de culpa en torno al fallecido
  4. Enfado y hostilidad hacia otras personas
  5. Alteración de los patrones de conducta, con mucha actividad y desasosiego

Lindemann recomienda compartir el trabajo de duelo del paciente y ayudarle a encontrar un nuevo modo de relacionarse con el difunto (emancipación), a aceptar nuevas emociones sin auto-reproche en un entorno en el que el difunto ya no está, y a encontrar nuevas relaciones personales gratificantes.

Pasada la fase aguda del impacto traumático, el riesgo de trastornos de la salud mental va a depender de la elasticidad personal –capacidad para recuperar la posición previa–, basada en la eficacia intelectual y la seguridad emocional; y del apoyo familiar y social, incluidos el soporte financiero, la conservación de recursos y el sistema de creencias. Estas fortalezas reducen el riesgo de depresión ulterior. La intensidad del estrés agudo ante las experiencias traumáticas –o el repetido visionado de imágenes trágicas– aumenta el riesgo de desarrollar trastorno de estrés postraumático.

La comunidad necesita recuperarse

Además de la persona individual, también la comunidad necesita recuperarse. Dos psicólogos canadienses han propuesto (2024) varias explicaciones de cómo ocurre ese proceso. Entre ellas, me quedo con la que distingue seis fases hasta la recuperación:

  1. Fase pre-catástrofe (aviso, amenaza)
  2. Catástrofe (muertes, lesiones, daños, desplazamiento)
  3. Fase heroica (ayudar a otros, promover seguridad, apoyo de las autoridades)
  4. Fase de luna de miel (cohesión comunitaria)
  5. Fase de desilusión (decepción, agotamiento)
  6. Fase de reconstrucción (recuperación a corto, medio y largo plazo)

Es deseo de los profesionales sanitarios, incluidos los psiquiatras, encontrar la mejor manera de ayudar a nuestros hermanos de Valencia, unidos a ese gran movimiento solidario que se puso en marcha desde que les golpeó la avalancha de agua y barro, para que no sufran la desilusión y salten a una sólida recuperación.

  • Manuel Gurpegui es catedrático de Psiquiatría
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