La odisea para viajar a tu pueblo en Galicia en plenas vacaciones
Desplazarse a muchos puntos del norte de España sigue siendo un quebradero de cabeza a pesar de la llegada del AVE, pocas opciones y en ocasiones medios de transporte precarios
Los problemas vienen juntos y que no te pillen en vacaciones. Con el coche muerto en el taller y la necesidad obligada de viajar un viernes a Cerdido –un municipio de La Coruña– tenía varias opciones: autobús o tren hasta Ferrol –la ciudad más cercana–, o encontrar un viaje compartido; desde allí ya se vería. La sorpresa fue que cuando me puse a buscar no había billetes, de nada, así que ni siquiera podía ir hasta la ciudad más cercana. ¿Había alguna opción? Sí, pero la ruta era digna de Odiseo.
Hace unos cuantos años, La Voz de Galicia (si no recuerdo mal) había publicado un artículo mofándose de lo que tardaba el tren en el trayecto Coruña-Ferrol y calculando la velocidad determinaron que se tardaba menos en bicicleta. No me quería imaginar cuánto podía tardar en llegar a Ferrol desde Madrid y teniendo que coger un avión.
La ruta más asequible –económicamente hablando– era empezar con un vuelo a Santiago de Compostela que salía de Madrid a las 6.15 horas de la madrugada, autobús a Ferrol y terminar con tren a Cerdido. Recorriendo casi de pe a pa la red de transportes de España a excepción de puertos.
Así que, con una mochila del tamaño de una nuez –que ya sabemos lo que pasa con Ryanair–, a las 4.15 horas salí a coger el bus al aeropuerto Adolfo Suárez. Embarque sin problemas, siesta y vuelo de una hora, y aterrizando a las 7.25 en Lavacolla. Llegábamos 10 minutos antes de lo previsto –los minutos de rigor que las aerolíneas suman para evitar reclamaciones– que me venían estupendamente bien para llegar al autobús de la estación intermodal.
En la cartera solo tenía un billete de 20 euros para pagar el euro que costaba el billete, así que me temía la mala cara del conductor. Pero menos mal que estamos en Galicia y la gente se toma las cosas con filosofía. En el trayecto del aeropuerto a la estación intermodal –como ya estaba segura de que llegaba al autobús de las 8.50 horas– aproveché para comprar el billete de autobús Santiago-Ferrol desde el móvil. Me ahorraba un trámite y me daría tiempo a tomarme un café y un cruasán en la cafetería antes de subir.
Todo estaba saliendo tan bien que ni yo me lo creía. Lo difícil iba a ser el transbordo de la estación de autobuses de Ferrol a la de tren, que, aunque están muy cerca la una de la otra, suponía unos cinco minutos y llegábamos con el tiempo justo. Maldita la hora en la que lo pensé. Salimos hacia Ferrol con el tiempo tan justo que las tres mujeres que decidieron en Pontedeume que tenían que ir al baño consiguieron retrasar el trayecto obligándome a perder el tren.
Por suerte mi madre decidió recogerme en Ferrol, así que me ahorré lo de esperar al siguiente tren en la estación de ferrocarril fantasma por excelencia. Allí solo hay movimiento cuando sale el tren hacia Madrid los domingos. Me había ahorrado el trayecto en el Feve (Ferrocarril de Vía Estrecha) con parada en todos ayuntamientos de la comarca –exagerando, claro–.
Ese tren es de lo peor que tenemos al norte de Galicia a pesar de que, por ejemplo en verano, lo utilizan muchos de los temporeros que trabajan en la recolección del arándano (Horticina es la mayor explotación del norte de España). Es que a veces ni siquiera llegas al destino.
No hace falta que Óscar Puente empuje tres vacas a las vías para averiarlo, porque, aunque a él le haga gracia su propio chiste, este Feve, si te descuidas, descarrila solo. Los billetes no se pueden comprar por internet, a veces ni siquiera en las estaciones en las que para –y no hablo de apeaderos–, porque no te encuentras ni un solo trabajador. Lo más fácil es subir al tren y esperar a que pase el revisor –con suerte hasta viajas gratis–.
Había logrado mi objetivo, en parte porque si todavía queda algo bueno a día de hoy es que se mantienen suficientes horarios en las rutas de tren y autobús a pesar de la escasa afluencia de pasajeros en muchas ocasiones. Aunque no está de más recordar de vez en cuando que si no hay un coche disponible para viajar existen puntos de España a los que a veces dan ganas de no ir con tal de evitar la odisea.
Marcho que teño que marchar.