Entrevista
La importancia de la fe en la planta de Oncología: «Me dijo que se estaba muriendo con una serenidad increíble»
Rafael Núñez Martín, oncólogo del hospital Universitario de Getafe, asegura que los pacientes son para él como una especie de escuela para aprender a amar
Sentir al Señor cerca es algo muy complicado de explicar. Nos acompaña en nuestros momentos buenos, regulares y malos. Sin embargo, nunca nos deja solos. Esta fuerza y sentimiento es lo que ayuda a muchos de los enfermos ingresados en la planta oncológica de los hospitales de todo el mundo. Algunos de ellos, cuando van a morir, ya que no han respondido al tratamiento o las complicaciones son incurables, aseguran irse en paz, con confianza. Tienen la fe puesta en Él.
Lo mismo sucede con los doctores que trabajan en la planta de Oncología. Es el caso del doctor Rafael Núñez Martín, oncólogo del hospital Universitario de Getafe, quien confiesa a El Debate que los pacientes a los que ayuda a seguir adelante son para él como una especie de escuela para aprender a amar.
–¿Cómo llega la enfermedad a los pacientes que tienen fe?
–Nosotros, como en todos los centros, tenemos pacientes que tienen fe y otros que no creen en algo trascendente, en lo que diríamos una salvación, como creemos los cristianos.
No me atrevería a hacer comparaciones, porque para eso habría que hacer estudios y es verdad que en ese sentido los científicos somos muy cuidadosos a la hora de decir que la persona o paciente que tiene fe vive mejor que el que no la tiene. Pero te diría que por mi experiencia, las personas que tienen la fe viva, es decir, los que no se la toman como una cuestión cultural de que mi abuela iba a misa y entonces yo tengo esa cultura cristiana, sino los que viven su fe con arraigo, van a la Eucaristía, viven en oración, ayudan a los demás y tratan de ser una persona que refleja a Cristo, se nota perfectamente que la enfermedad se lleva una forma más liviana.
–¿Ha tenido algún caso que pueda contar?
–Recuerdo un caso de hace dos semanas de un hombre de 66 años. Este paciente tenía un tumor raro llamado tumor neuroendocrino, unas masas de glándulas del organismo. En este caso, el enfermo tenía las células cancerosas localizadas en el páncreas con metástasis en el hígado y llevaba ya cuatro líneas de tratamiento, cuatro diferentes quimioterapias y estaba ingresado en la planta por un fallo hepático. No había mucho más que hacer por él.
Siempre he dicho que ser oncólogo es un privilegio porque estás en contacto con la verdad
A este hombre lo tenía ingresado un compañero mío del Hospital Universitario de Getafe. Un día se me ocurrió pasar a verlo porque no estaba mi colega y viví un momento muy curioso. En el reverso del móvil de su mujer vi Santa Maravillas. Les pregunté por la fe y me dijeron que sí, que tenían fe. Tras decirme que tenía ya su confesor, le pregunté cómo estaban, ya que era un momento muy complicado. Sin embargo, su respuesta fue asombrosa. Luego me dijo: 'Pues mira, Rafael (no me conocía, pero ahí se ve la cercanía de las personas creyentes) nosotros sabemos que nos estamos muriendo. Yo sé que me estoy muriendo, que probablemente no haya más tratamientos y lo que me gustaría sería morirme en casa, cerca de mi familia'. Me lo dijo con una serenidad increíble.
Después vi a una persona que se encontraba en la habitación llorando. Supimos que no cree en Dios, pero estas palabras le supusieron un espejo clarísimo respecto a su propia experiencia. A mí me encantó y disfruté muchísimo. Al día siguiente, cuando volví a ver al paciente, vi a esta persona de nuevo hablando con él sobre el mismo tema: la muerte. Tras esto, mi sensación es que esa autenticidad de un encuentro con la muerte como debe ser, como Dios manda, le sobrecogió.
–Rafa, usted como doctor, ¿cómo vive esta fe con los pacientes? ¿Cómo le influye?
–Para mí los enfermos son una escuela de vida. Yo siempre he dicho que ser oncólogo es un privilegio porque estás en contacto con la verdad, porque la mayoría de los pacientes a lo largo de su enfermedad, sobre todo los pacientes que están en momentos cercanos a la muerte o cuya enfermedad saben que no se va a curar, empiezan a zafarse de cosas superficiales que no les sirven ya para vivir. Se van quedando poco a poco con aquellas cosas que les importan. Para mí son como una especie de escuela para aprender a vivir. Yo siempre digo que es una escuela para aprender a amar, porque al final aprender a vivir es aprender a amar.
Estamos hechos para amar. Eso lo vemos claramente cuando percibimos que los pacientes están en sus últimos momentos. En este momento nadie se arrepiente de no haber montado tres empresas o de no haber echado tres horas más en el trabajo cada día. La mayoría de los pacientes de lo que se arrepiente es de no haber estado más tiempo con su hijo, de no haber cuidado más a su esposa, de haberse divorciado de su mujer, de no haber cuidado más a sus padres. En este momento vemos que realmente el ser humano está hecho para amar y eso es una escuela. Si estás con los ojos abiertos te llevas muchísimas lecciones.