Reportaje
La cara silenciada del maltrato: «Mi exmujer llevó a mi hija a 7 hospitales para denunciarme falsamente por abuso»
El Debate relata las duras historias de maltrato de Pablo y Patricia y analiza con expertos en la temática las numerosas lacras de la actual ley de violencia de género
El artículo 14 de la Constitución española reza que «todos los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social». Aunque este principio de la Carta Magna debería ser inquebrantable, hay algunas normas, incentivadas por movimientos sociales, que corren el riesgo de incumplir en ocasiones este mandato constitucional.
Pablo espera sentado en una cafetería ubicada en la calle San Nazario, en el madrileño barrio de Prosperidad. Tiene apariencia de hombre tranquilo y recibe a este medio con una amplia sonrisa. Pablo se define como «un afortunado», ya que después de innumerables denuncias por parte de su exmujer –que recorren desde el abuso sexual hacia su hija hasta la violencia de género–, su caso ha sido archivado por la Justicia y la que fue su esposa ha sido condenada en costas por estas falsas acusaciones. Pero, para él, la gran victoria es que «después de esta tormenta, mi hija me adora y puedo estar ella», privilegio del que se priva a muchos otros hombres en su misma situación.
«Tienes que tener la cabeza fría de no reaccionar mal. Con un simple insulto te puedes meter en un lío. Tuve la suerte que desde el primer momento el juez instructor de violencia de género se dio cuenta de que el relato de mi exmujer era un fraude», afirma, sereno, a El Debate. Pablo recibió varias denuncias por parte de su expareja: maltrato hacia su hija, abuso sexual a la niña y violencia de género contra ella.
«Con esta ley de violencia de género partes de culpable. Y más cuando te ponen las esposas y tienes que pasar una noche en calabozo sin haber hecho nada», lamenta. «Lo primero que mi exmujer denunció fueron abusos sexuales hacia mi hija». Pablo relata que la niña, con tan solo dos años, tuvo una infección en la vulva a causa de los pañales, arma que utilizó la madre para inculparle: «La llevó a siete hospitales para intentar acusarme de abuso sexual. La niña repetía: 'Papá me ha hecho daño' porque la madre se lo había enseñado. En uno de los hospitales, al que he decidido no denunciar, aunque podría, me abrieron diligencias para investigar y en ese momento toda la maquinaria se puso a funcionar».
Pablo cuenta que los plazos fueron pasando y ganó todos los juicios, y aunque esta batalla había resultado en victoria, su exmujer siguió abriendo frentes. Llegaron las denuncias por acoso y, posteriormente, por violencia de género, ambas archivadas finalmente por el juez. «Estuve cuatro meses sin ver a mi hija. Me he pasado años teniendo que verla acompañado de un familiar y en un punto de encuentro. Ahora mismo tenemos la custodia compartida», narra a este medio. A pesar de la pesadilla que vivió, Pablo reflexiona con sensatez que «podría pedir la custodia total y probablemente me la darían. Pero entiendo que la niña quiere a su madre y yo quiero que esté también con su madre».
La ley de violencia de género
«La ley de violencia de género es exclusivamente para las agresiones de un hombre a una mujer que tengan o hayan tenido relación de pareja», explica a El Debate Carmen Sánchez Durán, abogada en ejercicio desde hace más de 35 años, especializada en derecho de familia y violencia de género, además de criminóloga. Recalca que esta ley excluye las agresiones de mujeres a hombres en el ámbito de la pareja y la violencia en las relaciones homosexuales.
Se pueden considerar denuncias instrumentalesAbogada especializada en violencia de género
Aunque Carmen afirma que desconoce las estadísticas, confirma a este medio el gran aumento de las denuncias por violencia de género que posteriormente acaban archivadas: «Se pueden considerar denuncias instrumentales porque desde el año 2021 una denuncia de violencia de género también conlleva de manera casi automática que se suspenda el régimen de visitas. Por otro lado, compensa el sistema de ayudas, ya que recientemente varió la legislación y ahora tan solo con la denuncia puedes acceder a ellas, cuando antes se exigía una sentencia».
Una ley poco igualitaria
«Cuando una mentira se repite mil veces, acaba convirtiéndose en verdad», expresa a El Debate Jesús Muñoz, presidente de la asociación Anavid, entidad que vela por los derechos de todos los afectados por violencia doméstica. «Nadie puede negar que los asesinatos a mujeres existen, y hay que condenarlos. El problema es que si centramos el foco en un determinado grupo de personas y solamente esas existen como víctimas, se está ocultando otra realidad», afirma.
En el año 2024, para el Ministerio de Igualdad solamente hay diez niños asesinados, 40 mujeres y cero hombres. Sin embargo, Anavid recoge que existen 29 niños víctimas mortales de violencia, 59 mujeres y 29 hombres. Jesús Muñoz explica a este medio que en el informe al anteproyecto de la Ley del Consejo General del Poder Judicial, concretamente en el apartado 11, «que los delitos de violencia de género se basen tan solo en que el agresor sea hombre y presumiendo en la ley de su intencionalidad, lleva al derecho penal de autor, incompatible con el artículo 14 de la Constitución».
Además, critica que «el tipo agravado de lesiones se basa en la presunción de inferioridad de la mujer, sin que tal regla se aplique a menores, ancianos o minusválidos. Todos ellos susceptibles también de ser víctima de violencia de género». Asimismo, el CGPJ recoge que «carece de justificación crear una categoría de juzgados solo para mujeres, lo que lleva una suerte de jurisdicción especial basada la intención del agresor y el sexo de la víctima». «Si los órganos judiciales no pueden crearse por razón de raza, ideología o creencias, tampoco puede hacerlo por razones de sexo», sentencia Muñoz.
La violencia hacia las mujeres
A pesar de estas injusticias jurídicas, la violencia contra la mujer sigue siendo una cruel realidad que muchas sufren, a veces en silencio. Patricia tenía tan solo 23 años cuando se casó con su exmarido. Ambos vivieron en Asturias y a los 27 años tuvieron a su hija, que era buscada y deseada. «Cuando me quedé embarazada, él empieza a salir mucho. Se metió en el mundo de la ludopatía, con todo lo que conlleva: alcohol, drogas y prostitución, aunque yo, inocente, no lo sabía», relata esta víctima de violencia de género a El Debate.
Su padre, que pertenecía a la Policía Nacional, le advirtió que no tenía por qué aguantar esas cosas, pero el empeño de Patricia era sacar a su marido de ese mundo. A su padre le ascendieron en el cuerpo y tuvo que trasladarse a Melilla. «Ahí mi exmarido se vio más fuerte y empezó a imponerme muchas más cosas».
Yo tenía mucho miedo. Solo quería salvar a mi hijaVíctima de violencia de género
Entre lágrimas, relata cómo su expareja estuvo ausente durante todo el embarazo y fue su padre quien cada viernes volaba desde Melilla para acompañarla a las ecografías. Aún así, Patricia siguió aguantando gritos, exigencias económicas y ver como con cada enfado su marido tiraba cosas, pegaba puñetazos a las puertas y destrozaba mobiliario de la casa. «Sabía que en el fondo eso me lo quería hacer a mí», reconoce.
La niña nació mientras la situación se agravaba. Un 25 de diciembre, tras la comida de Navidad, «él iba muy borracho y me pidió dinero porque quería seguir bebiendo. Al decirle que no, me pegó una ostia. Se la devolví y seguimos hasta que me dejó la cara destrozada y no pude devolvérsela».
Su exmarido llegó a casa dos noches después, a las 4 de la mañana y Patricia ya había preparado todo para irse con su hija. «Yo tenía mucho miedo», expresa, emocionada. Esa noche volvió a pedirle dinero, pero Patricia se negó a dárselo. «Empezó a gritar y la niña se despertó y se puso a llorar. La cogí y cuando la tenía agarrada a mi cuello, nos lanzó la televisión. Estaba fuera de sí. Cogí las cosas y me fui. El salón quedó destrozado. Yo solo quería salvar a mi hija», narra.
Patricia relata cómo esa noche le salvó una amiga de su familia que regentaba un bar cerca de su casa. Las acogió a ambas y contactó con su familia. Su padre la instó a mudarse a Melilla y avisó a su exmarido de que debía abandonar el país en menos de una semana. Patricia decidió no denunciar y solo pidió a su expareja que firmase los papeles para poder escolarizar a su hija en Melilla. Él aceptó y, aunque las amenazas continuaron, consiguió huir con su hija.
«Yo nunca le quité de ver a la niña. Iba con mi padre y mi exmarido solo estaba 10 minutos con ella porque tenía otras cosas que hacer. Todos los años, en Reyes, tenía un regalo de su padre, que le compraba yo, porque no quería que ella creciese con odio», expresa.
Ahora, Patricia ha rehecho su vida y vive felizmente con su hija y su segundo marido, que es quien ejerció de padre con la niña. Casualmente, su pareja actual también ha sido víctima de maltrato por parte de su exmujer, quien no le deja ver a sus hijos. «Con esta situación me siento más desprotegida como mujer que cuando sufrí violencia de género», concluye.