Las urracas contribuyen a la reforestación plantando hasta 200 encinas por hectárea y año
Urraca, pega, picaza o picaraza. Todos estos sustantivos se refieren a un mismo animal, cuyo nombre científico es pica pica y se trata de una especie de ave paseriforme, una de las más comunes en Europa.
Se le considera una de las aves más inteligentes, gozando incluso de mala fama debido a su depredación sobre ciertas especies como la perdiz, así como por su condición de carroñeras, que les lleva a revolver en las basuras en las ciudades o a «robar» comida para esconderla en sus nidos. Igualmente, existe la creencia de que les gustan los objetos brillantes, como las joyas, pero un estudio publicado en Animal Congnition rechazó que sean unas aves cleptómanas.
Ahora, varias investigaciones apuntan a que el papel de las urracas es muy beneficioso para el medio ambiente debido a su capacidad de reforestación. La Universidad de Alcalá (UAH) ha hecho público un estudio –que se ha extendido durante 15 años– que ha descubierto cómo el comportamiento de estas aves ayuda a la reposición forestal, ya que siembran semillas por el campo con la intención de guardar provisiones de alimento.
En concreto, el análisis publicado en la revista Quercus, expone cómo estas aves ejercitan un método eficaz para almacenar y recuperar bellotas en el que la memoria espacial, al contrario de lo que se pensaba, parece tener un papel secundario.
La investigación comenzó en Guadalajara, donde existen muchos bosques de las especies del género Quercus, al que pertenecen los robles, los alcornoques, los quejigos, los melojos y también las encinas. El fruto de estas últimas es la bellota, muy pesada para las aves, y que al caer por gravedad queda debajo del árbol madre sin posibilidades de prosperar.
Almacenamiento de bellotas
Como las encinas producen una gran cantidad de bellotas, las urracas no son capaces de comérselas todas, motivo por el que deciden esconderlas para épocas en las que hay menos alimento. De esta forma, según afirman los autores, ambas especies se benefician, ya que las aves prolongan el período de disponibilidad de las bellotas y el árbol consigue que una parte de sus semillas sea transportada y ocultada lejos.
Mediante un monitoreo de urracas y la inserción de radiotransmisores en las bellotas, se ha logrado hacer una estimación del número de estos frutos que las aves pueden acumular. Los resultados son sorprendentes: cada pareja de urracas puede llegar a esconder entre 1.100 y 2.000 bellotas cada otoño. De ellas, un 1,5 % puede llegar a producir una plántula, similar a las densidades utilizadas en reforestación, «pero la urraca lo hace todos los años y, además, gratis», señala el estudio. Según los cálculos, ese 1,5 % supone la generación de unas 200 plántulas de encima por hectárea y año.
Hasta hace poco se creía que los córvidos tenían un mapa mental preciso de las ubicaciones donde enterraban bellotas. Sin embargo, en un experimento realizado por expertos de la UAH, se observó que las urracas recuperaban no solo las bellotas que ellas mismas habían enterrado, sino también aquellas que los investigadores habían escondido.
Las urracas no solo dependen de su memoria espacial, sino que simplifican su entorno jerárquicamente, reduciendo el territorio de búsqueda. Estas aves son territoriales y nidifican en áreas concretas. Aunque buscan alimento tanto dentro como fuera de su territorio, esconden sus provisiones solo dentro de él, eligiendo lugares favorables para el crecimiento de las encinas, como zonas aradas o cortafuegos, donde el suelo es más suelto.
Además, las urracas entierran sus bellotas cerca de sus propios nidos, evitando los de sus vecinos, lo que explica que solo el 11 % de las bellotas sean robadas y dispersadas por otras urracas. Este trabajo lo realizan en pareja, lo que les permite recuperar el alimento si uno de los dos muere, una colaboración que, según explican los expertos, está motivada por la supervivencia, no por razones románticas.