La semana de la tele
Estiércol en Telecinco
Esta gente que se deja bañar en boñigas intentará después ganarse las habichuelas en la cadena, como tertuliano, tentador o superviviente y, si la suerte le acompaña, puede incluso acabar de presentador
Esta semana tocó ver Got Talent por motivos profesionales (me resulta incomprensible que 1.202.000 personas lo hagan por voluntad propia). A la hora exacta, pulsé Telecinco en el menú y, en lugar de con Risto Meijide, me encontré con un baño de estiércol. Nunca es agradable ver al antaño azote de triunfitos, pero mucho peor fue la alternativa. Y más indigesta. Aún estaba dando cuenta de la cena y en ese momento agradecí que Mediaset aún no haya descubierto –todo llegará, demos tiempo al tiempo– las virtudes del odorama. Ahorremos la visita a la Wikipedia: odorama es aquel experimento del cineasta John Waters que consistió en repartir a los espectadores de Polyester (1981) una tarjeta con diez olores diferentes, un rasca y gana en el que siempre perdías.
Estiércol a pulso se llamaba la prueba de marras, una bobería que no se descarta que el COI eleve a categoría olímpica en la edición de 2036, si es que Putin nos deja llegar tan lejos. De esto iba el asunto: tres muchachas y un muchacho, todos ellos en edad adulta y en plena posesión de sus facultades mentales, evitando ser bañados por excrementos en el prime time televisivo. La guapa e impoluta presentadora, que es la misma que en Supervivientes, los animaba a resistir, porque ya se sabe que «en España el que resiste, gana», como le dijo Camilo José Cela al hoy Rey de España cuando le dieron el Príncipe de Asturias. Para mejor comprensión del reto de marras, copio y pego de la web de Telecinco: «El juego ha consistido en que los cuatro se han tenido que subir a un pedestal cada uno, han tenido que sostener a pulso las compuertas que han tenido sobre sus cabezas, teniendo que aguantar para que el estiércol no caiga sobre ellos, porque esto hace que no puedan conseguir la inmunidad ni la herradura dorada que se la da».
En definitiva, una más de esas pruebas de mal gusto con las que se riegan los programas de telerrealidad, se llamen Supervivientes, La casa fuerte o –como es el caso– Pesadilla en el paraíso, que es la versión española de The Farm, el original sueco. En el caso español, esas pruebas siempre tienen que ver más con la fuerza o la forma física que con la inteligencia. De hecho, en Supervivientes es un oasis la prueba del test cultural, que se emplea para mofarse de la ignorancia supina de nueve de cada 10 robinsones y robinsonas.
Esta gente que escribe en una pizarra «Beladqued» y «Gogen» para referirse a dos célebres pintores (véase Supervivientes 2020) o que se deja bañar en boñigas intentará después ganarse las habichuelas en la cadena, sea como tertuliano, tentador o superviviente, y, si la suerte le acompaña, puede incluso acabar de presentador. Es impresionante la capacidad de reciclaje que tiene Telecinco con sus recursos humanos.
Estiércol en prime time. Nos podríamos poner pesimistas, en plan, «esta es la tele que tenemos». O ser aún más catastrofistas: «Esta es la tele que tenemos y que nos merecemos». Pero no lo seremos. Porque lo cierto es que este tipo de tele cada vez tiene menos adeptos, como bien indican los índices de audiencia: ni al millón de audiencia llegó la gala potente de Pesadilla en el paraíso, que es la de los jueves (es cierto que la del estiércol tuvo más –1,3, millones–, lo que podría animar a Telecinco a profundizar en la senda escatológica).
Aquel modelo de tele que se inició en 1990 con las Cacao Maravillao, las Mamachicho y las Chicas Chin-Chin de ¡Ay, que calor!, que continuó con el jacuzzi de Jesús Gil y el Gran Hermano, y que ha llegado hasta hoy con los sálvames y pesadillas paradisíacas, está hoy en franca decadencia.
Quizá el baño de boñigas solo sea una metáfora de estos malos tiempos que corren en la cadena de Fuencarral.