Cine
3.000 dólares o el oscuro final que escondía 'Pretty woman'
La película fue concebida con un tono mucho menos edulcorado y feliz que la versión que conocemos
Todo el mundo sabe cómo termina Pretty Woman. El rico personaje al que da vida Richard Gere, Edward Lewis, vence su miedo a las alturas y sube la escalera de incendios que le separa del apartamento de Julia Roberts. La escena –con ramo de rosas incluido– sirve como antesala a uno de esos diálogos que se quedan guardados para la posteridad del cine. «¿Y qué ocurrió cuando él subió a la torre y la rescató?», pregunta Gere. «Que ella le rescató a él», responde su partenaire.
Un auténtico final feliz acorde a esta historia de cuento de hadas que lleva triunfando tres décadas. Desconoceremos siempre si el éxito que la película cosecha desde 1990 hubiese sido el mismo de haber salido a la luz tal y como fue concebida, con un tono mucho menos amable y edulcorado del que finalmente vimos en cines –y en las televisiones de forma recurrente, desde entonces–. Sin duda, de haber sido así, Pretty woman nunca habría llegado a ser considerada la película romántica por excelencia.
El guion original fue escrito a mediados de los ochenta por J. F. Lawton. Estaba desempleado en aquel momento tras haberse cansado de crear escenas para películas de ninjas y diversas comedias sin gracia. En un momento le llamó la atención la película Wall Street, que acababa de estrenarse, y se propuso crear una fábula sobre la América financiera destruida a causa de la falta de escrúpulos y las ansias de poder. Así nació 3.000, cuyo título hacía referencia al dinero que el millonario Edward paga por los servicios de una prostituta.
Evidentemente, ninguno de los protagonistas se asemejaba a la descripción que luego quiso Gary Marshall, director del filme. Mientras Vivian iba a ser una prostituta drogadicta, borde y maleducada de los bajos fondos de Los Ángeles, Edward se comportaría como el típico ricachón sin conciencia y movido por la codicia.
Como era de esperar, el final estaba bastante alejado de aquel «vivieron felices y comieron perdices» que conocemos. Tras pasar una semana con él por el precio de 3.000 dólares –al principio, eran 2.000, pero la oferta subió cuando ella prometió no fumar crack durante el tiempo que estuvieran juntos–, Edward arrojaba fuera de su limusina a Vivian y le tiraba a la cara el dinero que limpiamente había ganado. Vivian, entonces, desataba su ira al ser consciente de que Edward volvía junto a su novia en Nueva York, y tras enterarse de que Kit, su mejor amiga, había muerto por una sobredosis.
¿Qué hizo, entonces, que esta sórdida historia sobre los bajos fondos empresariales de Los Ángeles acabase siendo la película que encumbrase a Julia Roberts como novia de América? Que Disney entró en el proyecto. O más bien, Touchstone Pictures, propiedad de la compañía. Hicieron falta varios guionistas y seis reescrituras para alejarnos del desesperanzador desenlace que les esperaba a los protagonistas. «Mi visión de la película era un auténtico cuento de hadas. Julia era Rapunzel, Richard era el príncipe azul y Héctor (Elizondo), el hada madrina», recuerda Gary Marshall. Y así fue en cierto modo.
Con los años, el guionista original reconoció ante la prensa que otro de los motivos por el que la película sufrió tanta transformación fue la elección de Gere y Roberts. Y menos mal que fue así, porque, a pesar de ser la elegida, las ganas de Julia Roberts de participar en el proyecto se esfumaron en cuanto conoció cómo acababa su personaje. Así lo confesó ella misma en una entrevista que le realizó Patricia Arquette para Variety.
Lawton confesó a su vez que también habían hecho una audición Al Pacino y Michelle Pfeiffer. Explicó que, de haber sido los elegidos, podrían haber estado más cerca del guion original y tal vez no haber tenido un final feliz. «Pero la química de Julia y Richard era palpable, se iluminaban entre sí, así que ya no puedo imaginarme otro final».