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Indiana Jones y el dial del destino se estrena este miércoles 28 de junio en los cines

Indiana Jones y el dial del destino se estrena este miércoles 28 de junio en los cinesLucasfilm Ltd.

Crítica de cine

'Indiana Jones y el dial del destino': una despedida para quitarse el sombrero

La quinta película de Indiana Jones nos regala dos horas y media de puro entretenimiento y nos quita el mal sabor de boca de la anterior entrega

Tres puntos de luz iluminan el salón en el que un hombre mayor, de quien apenas distinguimos su pelo cano y unos calcetines que atentan contra los calzoncillos –y, al tiempo, contra el buen gusto– que desde la penumbra parece lucir, aparece dormido en un viejo sillón reclinable en una de las primeras secuencias de Indiana Jones y el dial del destino. La luz natural que procede de la ventana choca contra la minúscula iluminación artificial que proyecta una antigua lámpara. El tercer punto de luz lo proyecta el objeto que nos da una primera pista para contextualizar el tiempo: un pequeño televisor en blanco y negro.

Enseguida descubrimos un cuarto punto de luz. Es más antiguo que la lámpara y que el televisor, pero irradia mucho más brillo porque se trata de una estrella. Es Harrison Ford –cuyo cuerpo semidesnudo en nada parece el de un señor de 80 años–, que se ha levantado de su sillón de mala gana, con el gesto torcido, para instar a su joven vecino a que baje el estridente nivel de ruido que sale de su apartamento. Al viejo profesor Jones, aún aturdido, le explican el motivo de tanto jolgorio: «Es el día de la Luna». Así que ya sabemos que estamos en julio de 1969. En Nueva York. Y, muy pronto, que el insigne doctor Jones, al que le duelen mucho más las heridas de su vida personal que los nueve disparos que ha recibido en sus aventuras anteriores, imparte su última lección de arqueología antes de jubilarse y recibir a cambio un insignificante obsequio.

Una visita relacionada con su pasado devuelve a Indiana Jones a la vida pero también, nuevamente, al riesgo de perderla. Como le ocurrió tiempo atrás, en la Segunda Guerra Mundial, en la portentosa secuencia inicial de Indiana Jones y el dial del destino que precede a la escena del apartamento. Lo mejor de la película –junto al epílogo– está en esos primeros minutos en los que vemos a un digitalmente rejuvenecido Harrison Ford en manos de los nazis. Indiana Jones está colgando del techo, con la cuerda ahogando su cuello, y encima ve cómo una bomba está a punto de explotar junto a él. Pero es Indiana Jones, así que no sabemos cómo, pero está claro que también saldrá de esa. Y piensa que también puede hacerlo tomando prestado el uniforme de un oficial nazi para huir en coche, después en sidecar y subirse al tren como se sube a un tren Indiana Jones: por la parte más alta y más peligrosa. Todo por rescatar de manos enemigas el objeto que desata, a modo de excusa, toda la acción de la cinta: el dial del destino, que bien puede servir como espejo de otro tesoro cultural amenazado, el propio cine.

Ese macguffin –el término utilizado por Hitchcock para referirse al pretexto argumental que desencadena la trama de una película y motiva a sus personajes– de Indiana Jones y el dial del destino es un artilugio inventado por Arquímedes que podría alterar el curso de la historia. La búsqueda del ‘santo dial’ nos conduce de un lugar a otro durante dos horas y media –que, como la edad de Harrison Ford, no lo parecen– por tierra, mar y aire pero sin movernos de un mismo sitio: el del entretenimiento. Con sabias dosis de nostalgia, representadas por algún rostro conocido de la saga, y eso sí con menos toques de humor de los que desprendía la trilogía original. Será que la silla de director en Indiana Jones y el dial del destino, por primera vez en toda la saga, no lleva el nombre de Steven Spielberg y sí el de James Mangold (Logan, Le Mans’66). O simplemente que Indiana Jones, no tanto por la edad como por los latigazos de la vida, no está para risas y sí, sorprendentemente, para trotes. Porque el viejo Indy es capaz de huir al galope por las concurridas avenidas de Nueva York en pleno desfile de celebración. En El Fugitivo, Harrison Ford se mezclaba entre la multitud del Día de San Patricio para escapar de Samuel Gerard (Tommy Lee Jones). Treinta años después, con 80, huye a caballo por Nueva York. A Indiana Jones, como a Harrison Ford, se le perdona eso y más, como conducir a toda velocidad cualquier vehículo por destartalado que sea.

Indiana Jones y el dial del destino tiene un muy buen malo, como Mads Mikkelsen (Casino Royale), aquí mal acompañado por villanos no tan creíbles como él; una excelente compañera de viaje para Indiana Jones como demuestra ser Phoebe Waller-Bridge, su ahijada; y un motivo para el orgullo patrio, aunque su inmersión en la aventura sea breve, con Antonio Banderas.

Harrison Ford recibió su merecido homenaje en el último Festival de Cannes –¿a qué espera Hollywood para entregarle el Oscar honorífico?–, que proyectó imágenes de su larga y provechosa carrera en el cine. «He visto pasar la vida ante mis ojos», acertó a decir, emocionado. Al ver Indiana Jones y el dial del destino, mientras se nos dibuja esa media sonrisa que has lucido como nadie en el cine; al recordar las veces que te hemos acompañado desde que éramos un Tapón (él sí que tiene su Oscar) y darnos cuenta de lo rápido que pasa el tiempo, a nosotros también se nos pasa la vida por delante, Harry. A nosotros también.

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