Crítica de cine
'Marisol, llámame Pepa': de Marisol a Pepa Flores, de franquista a comunista
El documental deja con ganas de más, pero quizá eso es parte del mito y misterio de Marisol
Este documental de Blanca Torres no pretende abordar la biografía de la cantante y actriz malagueña, sino, como reza el subtítulo del filme, hacerle un proceso al mito «Marisol». Pero, según algunos críticos, el proceso no ha sido concluyente y ha dejado sin juzgar episodios importantes como los supuestos abusos sufridos de niña y relatados por ella a la revista Interviú en 1979. Otros periodistas, por el contrario, acusan al documental de decir falsedades, como que la pequeña Marisol vivía sin su madre en casa de los Goyanes. En cualquier caso, ahora nos toca valorar el documental como documental, ya que no está en nuestras manos conocer la verdad sobre Josefa Flores, Marisol.
La película está estructurada en capítulos, y sigue un orden lógico y cronológico. Arranca con el nacimiento del mito «Marisol», cuando Pepa –con once años– es descubierta por Manuel Goyanes en un espectáculo de los Coros y Danzas de Falange en 1959. A partir de ese momento se va a ir convirtiendo en un icono, en un modelo para los españolitos: Marisol –el nombre artístico decidido por Goyanes– es alegre, inocente, flamenca, guapa, empática… y franquista: la imagen ideal para un régimen que avanza a velocidad de crucero.
El documental plantea un primer giro de guion en la vida de Marisol en 1965 cuando aparece triste y desencantada ante la opinión pública, y además pierde la voz durante una temporada. Recién cumplida la mayoría de edad de entonces, en 1969 se casa con Carlos Goyanes, el hijo de su productor/'padrastro'/protector. En la boda se le ve todo menos feliz. El icono empieza a tambalearse. En 1973, apenas cuatro años después de la boda, comienza una relación con el bailarín Antonio Gades. En las calles aparecen pintadas que la tildaban de «traidora» y «adúltera». Pepa Flores –ya no más «Marisol»– se retira a Altea y se convierte al comunismo más extremo y moscovita, probablemente bajo influencia de Gades; de ser un icono del franquismo, se convierte en uno del antifranquismo.
En 1975 la revista Interviú publica fotos de ella desnuda. Eran unas instantáneas que había realizado tiempo atrás el fotógrafo Cesar Lucas y que nunca se habían hecho públicas. Lo que faltaba para la subversión del mito. Siete años después se casó con Gades en Cuba, el único país latinoamericano que no había visitado en sus giras infantiles, teniendo por testigo al mismísimo Fidel Castro. Corría 1982. En 1985 da un portazo a los medios y ya no se la ha vuelto a ver en público. Tenía solo 35 años, ni siquiera fue a recoger en 2020 el Goya de Honor de la Academia de Cine. Y con esa ausencia empieza y termina el documental.
Precisamente esa es la gran paradoja de la película de Blanca Torres: la ausencia de la protagonista. Hasta la voz en off que representa a la de Marisol y que recorre el film hablando en primera persona, es de las actrices Carla Gris e Irene Lázaro.
Lo que no faltan son declaraciones interesantes que van dando pinceladas que nos ayudan a construir un retrato, más bien un boceto, de Marisol: la cantante Amaia, la bailaora Cristina Hoyos, la escritora Elvira Lindo, la política Esperanza Aguirre, el Presidente de la Academia de Cine Fernando Méndez Leite, el productor Enrique Cerezo, la abogada Cristina Almeida, el fotógrafo Cesar Lucas o la hermana de Marisol, Vicky Flores. Por supuesto, acompañadas de imágenes de archivo de Marisol: actuaciones, películas, ensayos, entrevistas o reportajes.
El resultado es, a pesar de todo, interesante. El documental deja con ganas de más, pero quizá eso es parte del mito y misterio de Marisol. Un mito que demuestra lo que hemos visto tantas veces: ser una estrella infantil suele ser una desgracia que a veces acaba en tragedia –afortunadamente no es el caso, aunque intentó suicidarse dos veces, algo que tampoco aborda el documental–.