
Joan Crawford protagonizó Johnny Guitar en 1954
Historias de película
Joan Crawford, la actriz odiada por Bette Davis y por su propia hija: «Era insensible y cruel»
La imagen de una de las mayores estrellas de la historia del cine fue puesta en entredicho por su hija, que la definió como una maltratadora infantil, una narcisista enfermiza y una farsante manipuladora
Hay pocos ejemplos de mayor versatilidad como actriz, ambición como estrella y capacidad incansable de trabajo como el de Joan Crawford. Una de las actrices menos queridas de la historia del cine. Una de las estrellas más oscuras.
Nació en Texas entre 1904 y 1908 (aún hoy sigue habiendo dudas al respecto) y siempre trató de quitarse el aspecto rupestre que creía iba adherido a sus orígenes. Abandonada por su padre antes de nacer, en 1915 empezó trabajando de camarera y después de bailarina, soñando desde niña con abandonar su tierra natal. En 1925 ganó un concurso de belleza que le abrió las puertas al cine donde debutó con un modesto contrato en la Metro para quien realizó una veintena de películas mudas forjando una imagen de moderna flapper que se esmeró en construir milimétricamente. A ello se unió el aumento de su popularidad tras su matrimonio con Douglas Fairbanks Jr., el rey indiscutible de la década, del que se divorciaría tras ver cómo se hundía su carrera con la llegada del sonoro. Crawford sí se adaptó bien a las películas habladas y enseguida logró grandes papeles con quien formaría la pareja definitiva de la MGM durante la década de los 30, Clark Gable: Amor en venta, Salvada, Alma de bailarina, Cuando el diablo asoma, Encadenada, Amor entre espías, Extraño cargamento… Todas, grandes éxitos. Además, su participación en Grand Hotel en el 32 y Mujeres en el 39, la situaron como una de las superestrellas de Hollywood, pues ambas películas corales reunieron a lo más granado de la industria. Sí, en 1940 Joan Crawford era una de las mayores estrellas del mundo.

Joan Crawford, en una imagen de 1966
Pero, en esos años, hostigaban a la actriz dos obsesiones. Una, la limpieza, el orden enfermizo y la perfección que le hacía someterse a duros tratamientos de belleza y largas horas diarias de ejercicio. Y, dos, ser madre para lo que movió toda clase de hilos e influencias, también de manera obsesiva, hasta lograr adoptar a su hija Christina en 1939.
Sin embargo, la felicidad –si la conoció– le duró poco. Con la llegada de la nueva década sus películas empezaron a perder dinero y en 1944, Louise B. Mayer la «invita» a irse de la Metro donde llevaba casi 20 años, lo que supuso para ella una enorme crisis personal de la que ya no saldría jamás. Sin embargo, al año siguiente y después de pasar por una –según ella– humillante audición, Crawford logró uno de los papeles de su vida, Alma en suplicio, por el que ganó el Oscar a la mejor actriz que recogió desde la cama haciéndose la enferma, pues no quería ir a una ceremonia donde no tenía la certeza de ganar.A partir de los 40 años, incansable como había sido en su etapa de flapper, Crawford se metió en el papel de amantísima madre, de estrella madura, de mujer valiente y poderosa en papeles como Entre el amor y el pecado, La envidiosa, Miedo súbito o Una mujer peligrosa… Luchó con uñas y dientes por cada uno de ellos. Lograría sonadísimos éxitos con las extraordinarias Johnny Guitar en 1954 y ¿Qué fue de Baby Jane? en 1962 donde volvió a demostrar, una vez más, sus magníficas dotes interpretativas, enfrentándose a una de las pocas actrices que estuvo a su altura, Bette Davis. Se odiaban.
Fallecida en 1977, se había retirado drásticamente de la vida pública en el 74 después de contemplar horrorizada unas fotos de ella y Rosalind Russell en una fiesta en honor de esta última. Y después de decir «si así es como me ven, no me verán más» canceló su agenda pública, rechazó entrevistas y proyectos y vivió prácticamente recluida en su apartamento de Nueva York lo que le quedaba de vida.

Joan Crawford falleció en 1977
Entre medias de todos los éxitos profesionales, que fueron muchos, su vida privada fue un desastre. Casada cuatro veces, en 1929, 1935, 1942 y 1956, en esta última ocasión con el presidente de Pepsi Cola, a la muerte de este se hizo con el control de la compañía imponiendo nuevos formatos de publicidad y redefiniendo su presencia en medios. Todo ello, entre ataques de megalomanía, cogorzas épicas y arranques violentos, mientras seguía apareciendo en revistas de todo el mundo, posando radiante por sus famosas obras de caridad.
Había adoptado a un niño más en 1943 y a otros dos en el 47 mientras metía y sacaba a la mayor de internados cada vez más estrictos para, después, robarle literalmente papeles que ella conseguía en series de tercera en televisión. Su descenso a los infiernos interpretativos le pasaron inadvertidos, sin embargo, en Mi estilo de vida y Un retrato de Joan: la autobiografía de Joan Crawford, donde la actriz contaba sus maravillosas dotes para la crianza y lo feliz que le hicieron sus hijos, sin bien ya deja de manifiesto en ellas cierto resentimiento hacia los dos mayores a los que desheredó «por motivos que les son bien conocidos».
Tal vez por eso, Christina Crawford, como si de una cruel venganza póstuma se tratara, publicó su autobiografía, Queridísima mamá, en 1978, en la que dejó reflejadas las palizas y humillaciones a las que la actriz les sometió durante toda su vida a sus hermanos y a ella, sobre todo a ella. La obra, que fue llevada al cine en 1981 con Faye Dunaway interpretando a la actriz, no escatima en dejarla como una maltratadora desquiciada con dolorosos momentos explícitos y frases del estilo: «Aprendió a ser bailarina, aprendió a ser actriz, aprendió a ser una estrella, pero tal vez no le quedó tiempo suficiente para aprender a ser un ser humano» o «era una zorra insensible, cruel y monstruosa».
El público se dividió y muchísimos personajes públicos no creyeron nunca una sola palabra. De entre todos ellos destacaron las de Bette Davis, su archienemiga dentro y fuera de la pantalla, que dijo: «Nunca fui la mayor fan de Joan Crawford, pero respeté y respeto su talento. No se merecía un libro así de su hija».
Verdad o mentira, polémicas aparte, hay un hecho irrefutable: Joan Crawford fue una actriz maravillosa. Pero no fue una actriz querida.