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La Piedra Rosetta expuesta en el Museo Británico en 1985

La Piedra Rosetta expuesta en el Museo Británico en 1985

Se cumplen 200 años de la Piedra Rosetta, y Egipto insiste en reclamársela al British Museum

El aniversario del descubrimiento de la piedra que facilitó la clave para el desciframiento moderno de los jeroglíficos egipcios se rodea de polémica: el Museo Egipcio se la reclama a los británicos

Hace poco, en su visita a España, lo exigía Zahi Hawass, el egiptólogo y arqueólogo más famoso del mundo: «Británicos y alemanes son unos ladrones. ¡Nos tienen que devolver la piedra Rosetta y a Nefertiti!». Una frase muy propia para esta fecha, justo cuando se cumplen 200 años de la Piedra Rosetta, uno de los descubrimientos más importantes de la Historia.

Durante la campaña militar francesa de conquista en Egipto en 1798, en el escenario del enfrentamiento posrevolucionario con el Imperio británico, el teniente de ingenieros francés Pierre François Xavier Bouchard encontró cerca de la población de Rashid (Rosetta era el nombre empleado entonces), en el delta occidental del Nilo, un objeto de piedra inscrito que iba a cambiar el modo de concebir el pasado con el que nuestra civilización contaba hasta la fecha.

El destino del teniente Bouchard y el de su hallazgo, la piedra de Rosetta, fue el mismo. Ambos acabaron en las islas británicas. El primero consiguió regresar a su patria, aunque su temprana muerte dejó a su viuda con una pensión mísera como sanción por su fidelidad a Napoleón. La segunda quedó en Londres... y allí sigue desde entonces.

Bouchard fue el primero en darse cuenta de que sus inscripciones estaban grabadas en tres tipos de escritura diferentes y dedujo que se trataba de otras tantas versiones del mismo texto. Como una de ellas estaba en griego, los eruditos concluyeron que podría ser la clave para entender por fin los jeroglíficos, cuyo significado se había perdido en el siglo IV. El francés Jean François Champollion consiguió desentrañar el secreto de aquella escritura olvidada. Sin embargo, tuvo que hacerlo a partir del estudio de una copia. A causa de los vaivenes de la guerra, la piedra original, que estaba destinada a ser exhibida en París, acabó en Londres.

El Museo Británico y la capitulación de Alejandría

La pieza, un bloque irregular de granodiorita de 762 kilos, de 112,3 centímetros de altura, 75,7 de anchura y 28,4 de grosor, no apareció en una excavación formal, ni siquiera para los parámetros rudimentarios de la búsqueda de antigüedades de la época. ¿Cómo acabó en Gran Bretaña? Escoltada por Bouchard, la piedra llegó en un principio a El Cairo, donde pudieron inspeccionarla los expertos del Instituto y el mismo Napoleón.

Pero la guerra seguía su curso y acabó volviéndose contra el ejército francés, a las órdenes de Menou desde el asesinato del general Kléber en junio de 1800. Los miembros del Instituto abandonaron El Cairo con los militares, camino de Alejandría, llevándose la piedra con ellos en abril de 1801. La preciada estela fue depositada en casa del general Menou. Los relatos sobre lo que sucedió a partir de este momento no coinciden.

El cuadro ' L'Expedition D Egypte Sous Les Ordres De Bonaparte', de Léon Cogniet

El cuadro ' L'Expedition D Egypte Sous Les Ordres De Bonaparte', de Léon Cogniet

El más citado lo escribió el entonces coronel y después general de división Sir Tomkyns Hilgrove Turner (1766-1843). Es una carta enviada al secretario de la Sociedad de Anticuarios de Londres en la que refleja la sensación causada por la estela entre los expertos y curiosos: «Habiendo acaparado la piedra de Rosetta la atención del mundo conocido, y de esta sociedad en particular, me ofrezco para entregarles, a través de usted, un relato de la forma en que entró en posesión del ejército inglés y de los medio por los que fue trasladada a este país, presumiendo que será aceptada en él».

Después, menciona el acuerdo entre los ejércitos enemigos que permitió que la pieza pasara a manos británicas tras la rendición de los franceses: por el artículo 16 de la capitulación de Alejandría, ciudad en la que acabaron las tareas del ejército inglés en Egipto, todas las curiosidades naturales o artificiales, recogidas por el Instituto Francés y otros debían ser entregadas a los vencedores.

Otra guerra entre franceses e ingleses

Los altos mandos británicos estaban al corriente del gran valor de muchos de los objetos que los franceses atesoraban, por lo que enmendaron el artículo 16: «Los miembros del Instituto pueden llevarse todos los instrumentos de artes y ciencias que han traído de Francia, pero los manuscritos árabes, las estatuas y otras colecciones que han completado para la República Francesa serán considerados como propiedad pública, y estarán sujetos a la disposición de los generales del ejército combinado».

La guerra había acabado, pero continuaba en el mundo del arte. Los mandos británicos cedieron parcialmente y permitieron que los expertos pudieran llevarse las colecciones de historia natural y todos los objetos que se consideraran de propiedad privada, después de inspeccionar cada lote particular. Consciente del valor de la piedra de Rosetta y a espaldas de sus compatriotas científicos, a los que desdeñaba, Menou trató de escamotearla, pero no hubo manera. Como narra Turner, el general francés Menou se negó a dar facilidades, pero tuvo que consentir lo mismo que los otros propietarios.

El militar inglés Turner decidió ir a por la pieza él mismo después de que se supiera que los soldados franceses, rabiosos, habían intentado disparar contra ella. «Acompañado por un destacamento de artilleros, equipados con una máquina de las llamadas 'carretas del diablo' (un armón de artillería con una polea para levantar cañones), fui esa mañana a la casa del general Menou y rescaté la piedra sin altercados, pero con alguna dificultad, llevándomela hasta mi casa por las estrechas calles entre el sarcasmo de un buen número de hombres y oficiales franceses. Estuve continuamente asistido en esta labor por un inteligente sargento de artillería que condujo el destacamento, cuyos componentes, los primeros soldados británicos que entraron en Alejandría, estaban muy satisfechos con todo lo sucedido», relata en su carta.

También en su carta realiza Turner una atrevida defensa de la propiedad legítima de la piedra: «Lord Buckinghamshire, el entonces secretario de Estado, accedió a mi petición permitiendo que la escultura permaneciera algún tiempo en las dependencias de la Sociedad de Anticuarios, antes de su traslado al Museo Británico, donde confío que se guardará por tanto tiempo esta reliquia de la Antigüedad, el frágil y único descubrimiento que une al egipcio con las actuales lenguas conocidas, un trofeo de orgullo para las armas británicas (casi puedo decir 'spolia opima'), no robado a los indefensos habitantes, sino adquirido honorablemente por los azares de la guerra».

Donada oficialmente por el rey Jorge III, la piedra de Rosetta ha permanecido expuesta en el Museo Británico desde 1802, aunque no fue hasta 1822 cuando se descifró su contenido, razón por la que se celebran ahora sus 200 años. En 1972 fue trasladada al Louvre, su frustrado destino original, para ser mostrada en la exposición que celebraba el 150 aniversario de la publicación de la carta en la que Champollion daba a conocer sus descubrimientos sobre la escritura jeroglífica. Ambos documentos compartieron sala, uniendo así a Champollion con el objeto que solo había podido estudiar a través de una copia. ¿Volverán a unirse por los 200 años?

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