Manuel Vilas: «La poesía es mi vida, mi familia, mi casa, mi nación y mi memoria»
Los versos de Manuel Vilas mueven y conmueven. Lumen publica su poesía completa en Una sola vida, un «testamento literario» en honor de las multitudes de Walt Whitman en el que, una vez más, celebra la vida y su amor por ella y por sus «fraternos»
«Vuelvo a sentir el futuro como una puñalada de alegría en el corazón». Este es el recorrido vital constante y recurrente de Manuel Vilas (Barbastro, Huesca, 1962), el de rehacer el camino una y otra vez hacia la alegría. A ella se ha consagrado, y en ella ha buceado a través de la escritura: no sólo de la novela, con monumentos como Ordesa o, precisamente, Alegría, sino también a través de la poesía, ese amor pleno que se ha hecho sólido en un corazón siempre deseante, en búsqueda. Él mismo lo confiesa en esta entrevista, en la que se muestra siempre ansioso por encontrar una respuesta al gran interrogante de la existencia.
Todos esos poemas que le han acompañado en sus preguntas durante seis décadas, los de juventud y los de madurez, los más luminosos y los que bucean también en los recónditos más oscuros de su alma, aparecen ahora reunidos en una antología poética, Una sola vida, que es la vez testamento literario y punto de inicio de un 'Gran Vilas' nuevo, optimista y con los brazos abiertos al mundo: «Una invitación a viajar, besar, soñar, comer, beber, amar, ilusionarse, resistir, persistir en un cuerpo, perseverar, liberarse».
–Dice que lleva toda la vida escribiendo poesía, que se casó con ella, luego se divorció y se casó con otra, y que resultó ser de nuevo la poesía.
–Realmente la poesía ha sido mi vida, mi familia, mi casa, mi nación y mi memoria. Sin poesía nada tiene sentido para mí: la identifico con la belleza y con la libertad hechas palabra. Sin belleza y sin libertad no puedo vivir. Y me refiero a la libertad vivida, no teórica. Este libro, mi literatura, es un ejercicio de libertad real, no teórico. Digo cosas que más valdría no haberlas dicho... (risas). La poesía es belleza y erotismo, y el erotismo es libertad, que es lo que todos buscamos.
–Hay un impulso vitalista, casi desbocado y ansioso, que recorre esta antología que ha decidido llamar «testamento literario».
–Esa escritura desbocada es de Walt Whitman, a quien admiro y emulo. Aunque lo leí de joven y no me interesó, porque estaba en otras cosas: me gustaban más los franceses, porque me parecían más rebeldes. Una vez que he vivido, me he enterado de lo que es Whitman. En él hay una adhesión general a la vida en todas sus formas: los seres humanos, la naturaleza, las cosas… todo cuanto existe. Yo me identifico enormemente con esta adhesión amorosa al mundo, esta exaltación constante, esta invitación a la vida, aunque hay lógicamente zonas oscuras y terribles dentro.
Me identifico enormemente con esta adhesión amorosa al mundo, esta exaltación constante, esta invitación a la vida
–Entonces, frente a esa afirmación de la vida, ¿por qué este «testamento» poético? ¿Por qué ahora?
–Porque me he dado cuenta este verano de que he cumplido 60 años. Y me he sentido fatal (risas). Pero por el número, no por mí, porque yo no me entero de la edad que tengo, en cuanto en tanto tengo salud. Cuando naces te asignan un número, te dan un número y te dicen que a partir de ahí, tienes que ir contando vueltas al sol. Así que yo tengo 60 años, pero sólo desde el punto de vista social. Y recuerdo que cuando yo era joven, la gente de 60 años me parecía anciana. Así que con este pensamiento me deprimí bastante, y pensé que era urgente que hiciera testamento.
–El mejor testamento: un libro.
–Es un poco irónico. Mis poemas están atravesados por el sentido del humor; son una celebración de la vida desde el humor. No sabría vivir sin humor, ¡me volvería loco! Y por eso muchos poemas, aunque son terribles, tienen al final una puerta abierta gracias a la ironía. Es una forma de proporcionar una salida al laberinto de la existencia.
–¿Ha reescrito algunos de sus poemas para incluirlos en esta antología? ¿Ha habido autocensura?
–Autocensura, en absoluto. He retocado algunos de mi juventud, porque cuando tenía 30 años mostraba las imperfecciones de alguien que no domina el oficio. Simplemente los he arreglado un poco, pero en espíritu siguen igual. Alguno cojeaba por estilo, pero no llegaba a las faltas de Juan Ramón Jiménez... De hecho, hay uno que se titula La tumba de Jim Morrison en París que escribí justo con 30 años, y tenía unas cuantas palabras desajustadas.
–Con la poesía tiene (también) una relación tormentosa. Eros y Tanatos, creadora y destructora... ¿La poesía puede arruinarte la vida?
–Sí, porque tal y como yo la entiendo (y soy herético, no me parezco a otros poetas), la poesía es una sed de vida tal, te produce unas ganas de vivir tan plenamente, tan intensamente, que te vuelves un poco loco. Porque además, las circunstancias sociopolíticas y socioculturales son limitantes: tienes el deseo de vivir intensamente, pero no puedes cumplirlo. A veces me gustaría que hubiera más belleza en la vida española. Escribo a menudo sobre las periferias de las ciudades, y son poemas políticos porque reivindico también la belleza de la periferia.
–¿El deseo de belleza es para todos? ¿Cree en la Belleza con mayúscula?
–Claro que es para todos. Por eso cada vez soporto menos la fealdad gratuita. Se podrían hacer las cosas bonitas y se hacen feas. Y es una cuestión social, por supuesto que lo es: las periferias, los bloques de pisos, las viviendas-colmena o la vivienda social... ¿por qué tienen que ser tan feos? ¿No tienen derecho los pobres a disfrutar de la belleza? ¿A tener un parque, a ver un árbol, a disfrutar de un arco o de un ornamento, de un simple acto decorativo?
–En Una sola vida habla también de esto, de cómo «la clase baja española no puede permitirse el lujo de los amores turbulentos». El dinero es otro de sus grandes temas...
–La clase baja está atada al matrimonio. Es algo que se manifiesta con contundencia en las clases bajas porque para divorciarse se necesita dinero. El dinero cruza el libro; cruza todos mis libros. Cuando leo libros de poemas donde no aparece el dinero, me pongo nervioso. ¿Cómo va a haber literatura contemporánea donde no se hable de dinero? Me están hurtando una de las contundencias sociológicas más grandes de este tiempo. El capitalismo es lo que tenemos delante: si no hablamos de esto, ¿entonces de qué?
–De hecho su antología comienza con el poema Macdonald's.
–A la gente le escandaliza, pero ¿de qué voy a hablar? ¿De la catedral de Burgos? Desde la historia de la poesía es lo lógico. Yo he querido describir lo que hay en el mundo. Históricamente a la poesía le han dicho que es expresión de sentimiento, de corazón, del mundo interior del poeta, del paso del tiempo, de las nubes, de la naturaleza… Mi poesía quiere expresar el mundo. Igual que ahora nos parece muy bucólico Whitman hablando de la tierra, pero en su época fue desdeñado por hablar de cosas reales como la guerra, las ciudades o Nueva York. Lo mismo le pasó a Baudelaire, que hablaba de un país callejero lleno de vagabundos y gente miserable.
–«He sido un iluso, un entusiasta, un clemente. Uno que creía en la belleza de las cosas». Es una curiosa selección de adjetivos para definirse...
–Creo que es una definición muy humilde; no creo que ningún gran político español se llamara «iluso» a sí mismo. No son adjetivos que pertenezcan a lo que hoy se entiende como «el lado positivo» del mundo. La mía es una reivindicación del vagabundo. No he atesorado grandes posesiones materiales, ni un gran prestigio: soy un don nadie, pero un don nadie enamorado de la vida, como Whitman, que era un vagabundo también. Mi alma es ilusa, clemente y entusiasta; es humilde y sencilla, pero está llena de alegría.
Soy un don nadie, pero un don nadie enamorado de la vida. Mi alma es ilusa, clemente y entusiasta; es humilde y sencilla, pero está llena de alegría
–Ha dividido sus poemas en días de la semana. ¿Odia el lunes, como todos, o es para el Gran Vilas la promesa de algo que empieza?
–Los lunes son desgraciados siempre, aunque no tanto como los domingos. Los domingos son horribles, especialmente los domingos por la tarde: por la mañana duermo, pero por la tarde me da la depresión (risas). Pero siendo serios, he decidido dividir los poemas en días de la semana porque me parece un símbolo de la temporalidad del ser humano. En un año pasan demasiadas cosas; no digamos ya en una década. Pero una semana es asequible; es un tiempo razonable y tangible. Y, a la vez, funciona como un almanaque: es una invitación al lector a pasar una semana conmigo, unas vacaciones al lado de mi alma. «Hoy es miércoles, me leo un Vilas de los miércoles»: así estoy contigo todos los días.
–¿Porque a eso aspira, a estar con nosotros?
–Tengo un gran deseo de fraternidad. Quiero a todo el mundo, pero especialmente a los más desvalidos. Digamos que si mi vida es una semana, yo me encuentro ya en el sábado por la noche: es divertido, pero se acerca el domingo... Nos acompañamos en este camino.
–Se encomienda al verso de Walt Whitman: «I contain multitudes». En una vida caben muchas vidas, pero el libro se titula Una sola vida...
–Es una contradicción, una paradoja. Dentro de una vida caben muchas: la niñez, la adolescencia, la juventud, la madurez, la vejez... También mi poesía está llena de afecto y de países y de personas. Invoco a las multitudes, porque el mundo es una multitud. Y de nuevo aparece el tema del hermanamiento, que he heredado de mi padre, aunque creo que es algo propio de todo ser humano. En el poema Camareros de la tierra les doy las gracias sinceras, y acabo diciendo que para mí los camareros han sido más importantes que Einstein o Picasso. Me gusta la reivindicación de aquello que se entiende como humilde, secundario, subalterno.
–Habla del erotismo, de pasiones, de ese vivir desenfrenado… «Siempre las pasiones, nunca son bastantes». ¿No alcanza uno cierta templanza, no aspira al «justo medio» aristotélico?
–Eso lo da la madurez, y me parece sabio, aunque yo sigo un poco desbocado. También hay quien se refrena porque no quiere gastarse. Las pasiones dan miedo por el gasto físico y psicológico que conllevan, con lo que uno se vuelve conservador. También es una cuestión capitalista: el capitalismo busca que madures; te hace trabajar tanto que no te da tiempo a disfrutar de tus pasiones. Sólo te reserva un mes de doce para que les des rienda suelta, ¡cuando deberíamos vivir apasionadamente siempre! Aunque la pasión está bien a cualquier edad, es cierto que hay que serenarla. Pero la vida es pasión, es todo aquello que hace palpitar el corazón. Yo creo que en el mundo en el que vivimos los sentimientos humanos clásicos están como suspendidos, ninguneados, ladeados. Y mi poesía intenta recuperarlos.
–En su última novela, sobre la que hablamos en El Debate, defendía también el amor en la edad madura, y decía que muchos de sus coetáneos se habían vuelto vagos en este aspecto.
–Pero uno se vuelve vago porque se asusta, porque elige no sufrir. Pero al elegir no sufrir, niega la vida misma. Ahí hay una contradicción permanente. «Yo no me vuelvo a enamorar porque se sufre mucho, me he apañado ya la vida, me he hecho una rutina…», me dicen. ¿Pero qué vas a hacer si no te enamoras? ¿A qué te vas a dedicar? ¿Vas a jugar a la petanca? (Risas). Reivindico el punto de comedia en la vida, porque la vida es dramática, y necesitamos reírnos constantemente. Exploramos la oscuridad pero no con ánimo de encontrar una solución, sino de hermanarnos en esa contemplación de la vida.
Uno se vuelve vago en el amor porque se asusta, porque elige no sufrir. Pero al elegir no sufrir, niega la vida misma
–¿Es pesimista a este respecto?
–Soy vitalista, pero obviamente no quiero que nadie me dé la solución, igual que yo no quiero dárselas a mis lectores. Cuando un libro te dice algo, no te resuelve lo que te está pasando; no te da respuestas prefabricadas. Pero sí te ayuda a poner muebles dentro de la oscuridad.
–¿Hay espacio para la trascendencia entre sus pasiones?
–Eso es lo que pretendo con mis libros, esa es la utilidad de la literatura, o la que debería ser: tendría que ser una pregunta sobre si hay una dimensión religiosa, de carácter religioso general. En mi poesía hay mucha desesperación porque mi poesía es amor a la vida y a las cosas, pero sé que todo está tocado por la temporalidad. En ese sentido no hay presencia de ninguna trascendencia, o precisamente hay trascendencia porque me falta. De ahí nace mi desesperación. Este furor de vida no consigue alcanzar una trascendencia, que es lo que haría toda la existencia más rica, como cuando leo a los místicos, que también están desesperados porque aman muchísimo la vida, pero su sed de vida es saciada por la divinidad. En mi caso no hay divinidad.
–¿No hay divinidad, pero sí panteísmo?
–Adopto el panteísmo whitmaniano. Yo digo como Buñuel que «soy ateo por la gracia de Dios», pero en mis poemas no dejo de interrogarme sobre ello, y ahí sale el Vilas más angustioso, más existencial. Yo no sé responder a esa interrogación. Pero bueno, el panteísmo es una solución que literariamente es muy plástica y visual, pero la pregunta me persigue, y es terrible. Como decía Rubén Darío... ¿para qué vivimos, para qué existimos?
–Acabamos con la muerte, como acaba su libro con el poema The end, donde no sólo la imagina, sino que la escribe. ¿Le da miedo?
–A mí la muerte me parece una humillación. Para los grandes vitalistas es un fin de fiesta, y un fin de fiesta no deseado. Se me ocurrió conjurarla en este poema haciendo comedia: de hecho, tiene un paso de comedia dentro. Yo me invento que muero a los 89 años, que es una forma de intentar controlarla, para que no me humille cuando muera. Es algo que me hace mucha gracia de la literatura, ¿usted cuándo quiere morir? Es una fantasía lúdica, como casi todo en esta vida.