Entrevista
Elena Marqués: «¿Que si se está perdiendo el cuidado de la lengua? Yo creo que se le está faltando al respeto»
La escritora sevillana publica su nueva novela, La casa, un relato de lo cotidiano, de la construcción de uno mismo y de la familia
Elena Marqués es filóloga hispánica y correctora de textos en el Parlamento de Andalucía. Pero en su tiempo libre es también escritora. Ha trabajado la poesía, el teatro, el relato corto y la novela, aunque quizás sea este último género el que más tiempo le ocupa, con obras como El último discurso del General Santibáñez, Versos perversos en la cubierta azul del Mato Grosso o Año sabático.
El pasado 7 de octubre presentó su nueva novela en la Casa de la Provincia de Sevilla, La casa (Extravertida), en la que, a través de distintas voces, narra la historia de la familia Tejedor y reflexiona sobre los orígenes, el peso del destino y la construcción de la propia realidad.
–¿Cómo nace La casa?
–Cuando era niña envidiaba a esas compañeras que venían de pueblos cercanos a estudiar a Sevilla. Hablaban con nostalgia de la proximidad de la naturaleza. Y de un sitio al que regresar.
Por eso, cuando una prima de mi padre me envió una foto ruinosa de una casa que no era la antigua casa familiar, pero bien podía serlo, la tomé como motivo para construir esta historia. Así nació la novela.
–La novela está escrita de forma poco convencional y posee una estructura atípica, sin seguir los tradicionales capítulos. ¿Qué buscaba conseguir con ello?
–La casa empieza a levantarse ante nuestros ojos con distintos materiales, distintas voces, fragmentos de diarios, apuntes de algunos personajes, y una amalgama, que es el narrador, que intenta unir todos esos elementos para edificarla.
Por ello, la obra aparece dividida en varias partes, coincidentes burdamente con las fases de construcción de la casa (el proyecto, los planos, el arquitecto, los cimientos, los muros), y en buena parte de ellas se recogen testimonios de sus protagonistas, como en un trabajo de campo previo a la elaboración de cualquier trabajo.
–La casa cuenta con cuatro voces diferentes que van mezclando la realidad y la invención de los personajes. ¿Cree que la ficción ayuda a la construcción de la realidad?
–Cuando se afirma que somos dueños de nuestra propia vida no estamos derrotando al destino. Simplemente es una confirmación de que podemos inventarnos el pasado igual que proyectamos el futuro.
En la novela hay una suma de voces que debería contribuir a descubrir la verdad de los hechos. Cuantos más datos acaparamos, se supone que mejor podríamos reconstruir la línea de los acontecimientos. Pero ocurre al contrario. Cada uno vive las cosas de un modo distinto, cada uno inventa a su manera. Y todas las invenciones tienen el mismo valor.
–¿Cree que, como los protagonistas de su libro, todos necesitamos un lugar al que volver?
–Yo, que me iría ahora mismo a recorrer el mundo, me siento bien en cada sitio que visito. Sé apreciar lo nuevo, disfruto de la experiencia del descubrimiento. Pero siempre hay que regresar. Y, si estás a gusto con lo que haces, en mi caso, leyendo y escribiendo, ya tienes tu lugar al que volver. Esa es mi casa. Mi patria es mi lengua y las maravillas que ella encierra.
–Sus novelas se caracterizan por el cuidado con el que escoges las palabras y el ritmo y la musicalidad de sus frases. Eres exigente. ¿Cree que se está perdiendo el cuidado de la lengua?
–¿Que si se está perdiendo el cuidado de la lengua? Yo creo que más bien se le está faltando al respeto, y de una forma peligrosa. No voy a lanzar un discurso tipo «la culpa es de» porque son tantos los factores que contribuyen a esa actitud de irreverencia hacia nuestro idioma que necesitaríamos extendernos a otras secciones del periódico.
La literatura es hoy una industria, un negocio; en general, toda la cultura lo es
–Ha sido editada siempre en editoriales pequeñas. ¿Cómo valoraría la situación de la literatura actual y del mundo editorial?
–La literatura es hoy una industria, un negocio; en general, toda la cultura lo es. La mayor parte de las veces la buena literatura no vende, no llega al gran público, así que no tiene cabida en los escaparates. Eso es así y veo difícil que cambie.
Es cierto que a veces se publican buenos libros que merecen esa visibilidad, se descubren nuevos autores; pero tengo observado que en muchas ocasiones esos autores terminan «relajándose» y ya da igual cómo escriban: tienen el nombre y pueden vivir de él el tiempo que les plazca. O hasta ser sustituidos por otro nombre más o menos efímero.
–También ha sido galardonada con diferentes premios e incluso has sido finalista del Premio Lara. ¿Qué han significado para usted? ¿Son necesarios este tipo de reconocimientos?
–Como el tiempo todo lo relativiza, te diré que los premios, si son pequeños, hacen mucha ilusión, pero sirven de poco. Mientras estás viviendo la experiencia te sientes un poco más importante; pero esa «fama» y ese entusiasmo son pasajeros, y, además, llegas a desencantarte cuando ves el funcionamiento de ciertos certámenes y, en fin, cómo se mueve este mundo. Es un ámbito duro y desagradecido. Hablo de dorar píldoras y rendir pleitesías, tú ya me entiendes. Y eso no va conmigo.