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Entrada al campo de exterminio Auschwitz-Birkenau

Entrada al campo de exterminio 'Auschwitz-Birkenau'

El aniversario de Auschwitz, según testigos y supervivientes: «Por los muertos y los vivos debemos dar testimonio»

Cada año se recuerdan los horrores del Holocausto y del resto de víctimas de los campos de concentración. Este año, la asociación Yad Vashem convocó una mesa redonda de testigos e historiadores que, junto con los restos del lugar, gritan los testimonios de Auschwitz

Todos los años, el 27 de enero, se celebra el día de la liberación; es decir, el Día de la liberación de Auschwitz (27 de enero de 1945) a manos de las tropas soviéticas que, hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, invadieron la Polonia entonces ocupada por los nazis. Para conmemorar este día, la asociación española Yad Vashem concertó una mesa redonda con la participación de historiadores, testigos y sus descendientes con el objetivo de recordar lo que sucedió, educar y dar testimonio de la advertencia: «Quien no conoce su historia está condenado a repetirla», sentencia popularmente atribuida a Jorge Santayana.

Mártires de la verdad

La memoria es el elemento central que rodea el campo de concentración y exterminio de Auschwitz y, como explican los guías del lager, del sufrimiento de la nación polaca durante la guerra: «Hay que educarse y hacer memoria, no olvidar lo que aquí pasó para que no se repita». Resulta evidente que aquel lugar no es mostrado como un «monumento» más, sino que tienen conciencia de que lo que enseñan es la animalización del hombre. La desolación, el dolor, la crueldad y el engaño que sufrieron se aúnan en aquel lugar marcado por la historia.

Durante los siglos XIX y XX el antisemitismo fue una corriente común en Europa: ataques, señalización, desprecio, pogromos, después guetos y por último cámaras de gas fueron el destino de más de un millón de víctimas. No solo judíos, también gitanos, homosexuales y católicos perecieron en Auschwitz, entre los que se encuentran los santos san Maximiliano Kolbe, recordado en su celda con un cirio, y santa Teresa Benedicta de la Cruz, más conocida como Edith Stein.

El Papa Francisco orando en el interior de la celda donde murió san Maximiliano Kolbe

El Papa Francisco orando en el interior de la celda donde murió san Maximiliano KolbeTwitter

A la asociación Yad Vashem acudieron Eva Benatar, superviviente húngara del Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial. Ella y su familia huyeron de Budapest gracias a salvoconductos y pasaportes expedidos por el diplomático español Ángel Briz, el «ángel de Budapest», quien arriesgando su vida y su carrera permitió la huida de más de 5 mil húngaros; Verya Nehama, judía de origen egipcio que tras la Guerra del Sinaí (1956) se vio obligada a huir con su familia; Patricia Weisz, hija de la superviviente Violeta Friedman, gracias a quien hoy en día es ilegal la negación del holocausto en España, y Josep Calvet, doctor en Historia por la Universidad de Lérida, especializado en el estudio de los refugiados que huyeron del nazismo a España y de la Segunda Guerra Mundial a través de los Pirineos. Todos coinciden en que se debe comunicar con precisión la catástrofe: «Por los muertos y los vivos debemos dar testimonio».

Los que acuden a ver lo que queda de Auschwitz (los nazis intentaron destruir el campo antes de que llegaran los soviéticos) traen consigo impresiones desconsoladoras. Los prisioneros eran engañados, se les decía que realmente iban allí a trabajar. No se sabía muy bien lo que sucedía en los campos, pues se encontraban cuidadosamente incomunicados (el campo se encontraba alejado de las fronteras del Reich y los habitantes de la zona habían sido expulsados). Se les indicaba que marcasen sus maletas para después identificarlas, pero en realidad todo era una tapadera para que no sospecharan.

Una vez en Auschwitz se dividían en dos filas: hombres y mujeres con niños. Un soldado se ponía al frente, observaba unos segundos a la persona que tenía delante y decidía su destino: o trabajo o cámara de gas. «Aquí vuestra única salida es por la chimenea del crematorio», les anunciaba el director.

Desprecio por la vida humana

Cualquier persona que no estuviera en perfecto estado físico era enviado a las cámaras de gas. Iban directamente los enfermos, mancos, cojos o niños, pues a sus ojos eran inútiles. A pesar de que sólo los sanos lograran salvarse, no lo hacían durante mucho tiempo, pues la media de vida de un prisionero era de tres meses. Huir era prácticamente imposible y los castigos, demasiado fáciles de obtener: por supuesto eran castigados todos los que trataban de escapar, pero no solo eso, sino que también se penaba toda muestra de humanidad de un preso hacia otro. Por ejemplo, no les estaba permitido repartir su comida (tremendamente escasa) ni ayudarse sin importar de qué manera.

Llama la atención que los trabajos más deseados eran los de limpiar los retretes, pues al menos era una tarea que se desarrollaba en el interior y no a la intemperie: muchos morían de agotamiento, de frío o de hambre. Antes de que se construyeran las cámaras de gas, otros métodos eran utilizados para acabar con los prisioneros: uno de los más sobrecogedores fue el de los médicos, quienes inyectaban jeringas llenas de veneno a los pacientes. Todo ello cambió cuando los nazis descubrieron el Zyklon B, gas mortífero empleado en las cámaras de gas donde se asfixiaba a las víctimas. Hoy en día siguen siendo perceptibles los rastros de sus uñas raspando la pared. El cabello de las mujeres (utilizado para textiles), zapatos, gafas, peines, maletas y prótesis de las víctimas se pueden contemplar en la visita. Aunque nada es tan escalofriante como entrar en una de las cámaras de gas.

Huellas de uñas en la pared de una cámara de gas, Auschwitz I

Huellas de uñas en la pared de una cámara de gas, Auschwitz I

Un elemento común entre todos los judíos supervivientes es que no hablaban a sus hijos de la Shoá (término hebreo que remite al Holocausto, que se cobró la vida de seis millones de judíos), «para protegernos y no cargan el alma de unos pequeños con una injusticia que no podrían comprender». No obstante, ahora que son mayores cuentan que no recordar lo que sucedió «sería como matar a nuestros padres una segunda vez». «Todos ellos fueron personas, tenían sus propias ilusiones y proyectos, la historia de mi familia es la de los seis millones», declara Eva Benatar.

No obstante, los guías terminan su explicación con un brote de esperanza, a pesar de relatar la cruda realidad de lo que sucedió y lo que le sucede al hombre cuando emplea mal su libertad. Es la deshumanización del hombre. Sin embargo, llama la atención que a 60 kilómetros de este lugar maldito se encuentra el Santuario de la Divina Misericordia, centro espiritual de las apariciones de Jesús a santa Faustina Kowalska, y a 33 kilómetros, Wadowice, lugar de nacimiento de san Juan Pablo II. Ambos, muestras muy diferentes de libertad: una llevó a Auschwitz y la otra a Jerusalén, una alzó el nazismo y otra destruyó el comunismo, una construyó la cuidad del hombre y otra la cuidad de Dios.

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