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Jorge Vilches, profesor titular en la Universidad Complutense de Madrid

Jorge Vilches, profesor titular en la Universidad Complutense de Madrid, en su entrevista con El Debate

Jorge Vilches: «La Monarquía en España nos sirve más para la convivencia que la República»

Se cumple siglo y medio de la Primera República Española, un régimen abiertamente utópico y cerrado al consenso que sólo contó con el apoyo de Estados Unidos, país que deseaba apoderarse de Cuba, según explica Jorge Vilches en su nuevo libro

En febrero se han cumplido 150 años de la proclamación de la Primera República, como colofón a uno de los periodos más tormentosos de la historia de España. A los casi dos años que duró ese primer experimento republicano acaba de dedicar un libro ameno y repleto de novedades Jorge Vilches (1967), con el título La Primera República Española (1873–1874): De la utopía al caos. Vilches, profesor titular en la Universidad Complutense de Madrid, comenta que la redacción de este libro le ha ayudado a conocer en profundidad hechos y personajes de enorme relevancia, e incluso sobe algún que otro punto ha variado bastante su valoración.

La República Federal se convirtió en una magnífica fábrica de monárquicos

–Desde los visigodos hasta hoy, son 1.600 años de historia de España, con sólo siete de República, sumando la I y la II. Parece que no es un modelo muy exitoso en España.

–No, no lo es. La historia demuestra que la forma de Estado definida por la monarquía en España nos sirve más para la convivencia que la República. Los siete años de República lo único que supusieron fue un mayor caos. Y no por culpa de los monárquicos, sino de los mismos republicanos, que se creyeron propietarios del régimen y querían gobernar en exclusiva tanto en la Primera como en la Segunda. En la Segunda, que es más conocida por parte del público en general, es evidente que la llamada Revolución del 34 se produce porque quieren recuperar el mando en la República. Y durante la Primera República los republicanos asumieron que el régimen era suyo y expulsaron de forma paulatina a todos, incluso a los del Partido Radical, que eran justamente quienes habían proclamado la República aquel 11 de febrero. Lo lleva a cabo, en primer lugar, Pi y Margall, que fue cambiando a los gobernadores civiles del Partido Radical por los suyos, del Partido Republicano Federal —aun siendo una minoría—, y permitiendo que expulsaran a los alcaldes radicales por la fuerza y que se nombraran nuevos alcaldes federales. Y estamos hablando de los catorce primeros días de la República. Esta lucha de los federales de Pi y Margall —por hacerse con el control de la República— conduce a un golpe de Estado el 23 de abril para disolver la Comisión Permanente y la Asamblea Nacional y dirigir todo el proceso político hacia la proclamación de la República Federal.

–España ha tenido un largo número de golpes de Estado y pronunciamientos desde 1820 hasta 2017 (en Cataluña). ¿Ha habido durante las repúblicas una especial concentración de ese tipo de conflictos?

– Los golpes de Estado se producen cuando hay una debilidad del poder, cuando hay una percepción de que el poder es débil. Y se producen siempre desde dentro del gobierno, o desde dentro del poder; es decir, un militar poderoso, o un civil poderoso, ya sea un ministro o presidente del gobierno, es el que realiza un golpe de Estado. Todo movimiento que no surja desde el poder lo podemos entender como insurrección, revolución, algarada. Evidentemente, cuando se pone en cuestión la forma de Estado y se proclama la República, el poder se debilita y las ambiciones crecen. Durante la primera República hubo numerosas intentonas, tanto de golpe de Estado como de alzamientos. No solamente el golpe de Estado de Maragall, sino que Figueras sufre un golpe de Estado desde Cataluña, cuando se proclama el Estado catalán aprovechando la debilidad de la Asamblea Nacional —el equivalente a lo que son hoy las Cortes–. Es un periodo sumamente golpista. Los golpes de Estado podían tener un sentido negativo —violar la legalidad para llegar a otra—, o bien positivo, es decir, para evitar, por ejemplo, una escalada cantonal, que es lo que ocurre con el golpe de Estado de Pavía el 3 de enero de 1874.

–¿Se llega a la Primera República como última opción, después de agotar todas las fórmulas de estado y gobierno a lo largo del Sexenio Revolucionario (1868–1874)?

–Sí y no. Por un lado, no había otra cosa que hacer en febrero de 1873. Pero, por otro lado, uno de los partidos sobre los que se sustentaba la monarquía democrática de Amadeo, que fue el Partido radical, trabajó para ningunear al rey. Todo estaba preparado para forzar la renuncia del rey y llegar a la República. En febrero de 1873 nadie apostaba por la monarquía de Amadeo. No obstante, es muy importante señalar que el príncipe Alfonso de Borbón se convirtió en la única opción viable en 1874, porque la República Federal se convirtió en una magnífica fábrica de alfonsinos, una magnífica fábrica de monárquicos. No había mayor argumento para defender la vuelta a la sensatez, al orden, a lo español, a la monarquía constitucional y liberal de Alfonso, que ver lo que ocurría todos los días en la España federal.

–¿Hasta qué punto la República es utópica, y viene muy influida por el ambiente de la época, como la Comuna de París o Garibaldi?

–La República federal es una utopía política y social típica del siglo XIX. Pero ser utópico no supone un concepto peyorativo en la época, sino positivo, porque consideraban que estaban sembrando para el futuro y se decían: «Bueno, sabemos que son exageraciones o idealismos, pero estamos sembrando para el futuro». Eso está muy bien para los libros o para la prensa, pero en la política práctica lo que demostró es que predicar la utopía fue una enorme irresponsabilidad, porque los republicanos federales eran incontrolables y querían que llegara ya la utopía. Lo que se les dice a los españoles de entonces —y luego a los españoles de 1931— es que, con la mera proclamación de la República, se van a solucionar todos los problemas pasados, presentes y futuros, tanto privados como públicos, ya sean económicos, sociales, geoestratégicos, de convivencia. Es una fórmula mágica. Pero ¿qué ocurre con la utopía española cuando se programa República? Pues que está fuera de Europa, porque Europa ya ha entrado en la Realpolitik. Y el primer país que rechaza a la República española es la República francesa, porque la República francesa se construye sobre el orden, sobre la destrucción de la utopía socialista de la Comuna. Y no van a permitir que se construya en España una utopía que se extienda al resto de Europa. En 1873 las potencias europeas se plantean intervenir en España, como lo habían hecho los Cien Mil Hijos de San Luis en 1823.

Los republicanos asumieron que el régimen era suyo y expulsaron de forma paulatina a todos

–¿España despareció del escenario internacional, al proclamarse la República?

–El reconocimiento internacional fue prácticamente nulo. Nadie reconoce la República española. Nadie, salvo Suiza, que no pinta absolutamente nada en el panorama europeo. No era la Suiza de hoy, sino un país muy menor. Estados Unidos sí reconoce a la República española, pero porque tiene un interés político y material, que es la idea fehaciente de que los republicanos van a favorecer sus planes en Cuba. De hecho, el embajador norteamericano Sickles es el que va aconsejando a los republicanos —sobre todo, a Figueras y también al radical Cristino Martos— cómo romper con los conservadores y cómo hacer caer la monarquía de Amadeo. En el libro, muestro los papeles del embajador norteamericano en que va contando exactamente todo esto.

–¿Cuál es el interés de Estados Unidos en la República Española?

– Es un interés que se demuestra cuando en noviembre de 1873 hay un problema con un barco de filibusteros. En aquel momento, Estados Unidos está a punto de declarar la guerra a la República española. No hay solidaridad republicana entre los dos países. Por otro lado, los independentistas cubanos se alimentan en Estados Unidos; para ellos, Estados Unidos es un sitio de refugio, pero también de aprovisionamiento, tanto de armas como de personal y de apoyo, incluso moral, a la causa republicana. Estados Unidos no tiene ningún interés más allá de lo material en Cuba, y así será hasta final del siglo XIX. Es decir, son treinta años, desde 1868 —cuando se inicia la primera guerra en Cuba— hasta 1898, de injerencia de los Estados Unidos en la política española en Cuba.

–¿Qué herencia ha dejado el republicanismo?

–Del republicanismo en España lo que ha quedado es su esencia, porque los republicanos de entonces consideraban que la República era otra forma de hacer la revolución, de darle la vuelta a España, de cambiar absolutamente todo. No es una forma de Estado democrática. En España, mayormente quedan quienes piensan en la República como un ajuste de cuentas. Determinados elementos o actores políticos de la historia de España la presentan no como una forma de conciliación, sino como una forma política que contraponer a otra parte de España. Y eso no puede funcionar, porque la República no es una forma de conciliación, a diferencia de la monarquía, que es una convención que aceptamos todos, como podemos aceptar cualquier otra institución. Y es una convención que funciona. En la Primera República se consideraba que la legitimidad de una ley no estaba en el proceso de formación y en que siguiera el cauce institucional. Para aquellos republicanos, solamente ellos tenían derecho a ejercer en plenitud todos los derechos y libertades. De ahí que fuera imposible la forma de Estado republicana.

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