Mishima: culturismo y horror suicida
El escritor japonés intentó un golpe de estado pero, al fracasar, se suicidó por seppuku en una ejecución del rito desastrosa
De las muchas anécdotas que circulan acerca del excéntrico Yukio Mishima, cuya vida está impregnada toda ella de una pátina de locura, solo tres –las más impresionantes– son ciertas: uno, además de escritor, fue culturista; dos, justo antes de morir intentó un golpe de estado; tres, se suicidó por seppuku en una ejecución del rito desastrosa.
Otras, como que fuera descendiente de una familia de samuráis de la era Tokugawa, los orígenes de su pseudónimo o la verdadera razón de su descarte como combatiente en la Segunda Guerra Mundial, no están del todo claras.
El pseudónimo –su nombre real fue Kimitake Hiraoka, «príncipe guerrero»– pudo inspirarse en la ciudad de Mishima, situada a los pies de un nevado monte Fuji –yukio, «nieve» en japonés–, como pudo salir al azar de un listín telefónico. Cuando lo llaman a filas, bien fingió la tuberculosis de un simple catarro, bien los médicos confundieron los síntomas. Tiene más probabilidades de ser cierta la segunda, dado que su mayor deseo de juventud fue convertirse en piloto kamikaze.
Pero sobre el culturismo, que decíamos, acomplejado por su endeble y frágil constitución, Mishima creó una máscara de músculos en torno a su figura; esculpió su cuerpo y lo fotografió en repetidas ocasiones –siempre desde ángulos favorecedores para sus piernas, que tuvo dificultades de hipertrofiar–. Fue un raro hábito para un japonés que se preció de tradicionalista si consideramos los orígenes occidentales del culturismo, aunque un hábito acorde con su filosofía personal del héroe y el hombre de acción que combinó con la práctica del kendo –algo así como una esgrima– para hacerlo todo algo más oriental.
Junto a un centenar más de esos hombres de acción, jóvenes defensores de la cultura tradicional japonesa, funda en 1968 el grupo paramilitar Tatenokai (Sociedad del Escudo). Dos años después, aprovechando la amistosa e ingenua invitación al cuartel militar de Ichigaya del general simpatizante Kanetoshi Mashita, cuatro integrantes de la milicia liderados por Mishima reducen a la guardia del oficial y se atrincheran por la fuerza en su despacho. El escritor, culturista y ahora rebelde pronuncia desde el balcón un discurso llamando al levantamiento contra la influencia occidental, y ante las risas de los soldados y la consiguiente humillación, se practica el seppuku.
La primera parte de la ceremonia bien, el tajo que practicó sobre su vientre fue preciso y profundo; la segunda, la decapitación, un sangriento desastre que necesitó de las katanas de dos milicianos y cuatro intentos con el consiguiente agravamiento de la agonía y unas heridas espeluznantes que truncaron aquello que el escritor siempre repetía y que algunos idealizan: «Quiero hacer de mi vida un poema».