Mary Shelley: un monstruo tras otro
La vida entera de Mary Shelley fue un dechado de dramas y controversias, y no solo en sentido literario
La vida entera de Mary Shelley fue un dechado de dramas y controversias, y no solo en sentido literario. Para empezar, creció sin su madre. La novelista y filósofa Mary Wollstonecraft, destacada figura del feminismo clásico –cerró la primera gran ola del movimiento en 1792 con la publicación de Vindicación de los derechos de la mujer– murió de una septicemia diez días después de dar a luz. Mary fue su segunda hija. La primera, Claire Clairmont, fue fruto de una relación extramatrimonial.
En 1814, una Mary de dieciséis años quedó encinta del poeta Percy Bysshe Shelley, a la sazón casado con otra mujer, Harriet Shelley, embarazada por más señas. Harriet dará a luz a su hijo mientras su marido huye del escándalo y recorre Europa con la encinta Mary y su hermanastra Claire en un triángulo amoroso solo reservado a los más bohemios del XIX, y aún del XXI –eran unos adelantados a su tiempo, pero también al nuestro–. Mary perdió a su hija –prematura–, y la humillada y abandonada Harriet se suicidó –se tiró a un lago de Hyde Park embarazada de un oficial con el que al parecer quiso olvidar el despecho–.
Reclusión en Villa Diodati
En 1816, en parte con la intención de disipar las penas de Mary, en parte para corresponder a la invitación de Lord Byron, con el que ahora se junta Claire y van a tener un hijo, viajan todos a la famosa Villa Diodati (Cologny, Ginebra, Suiza), célebre por su fastuosidad y porque albergó antes a Voltaire, a Rousseau y a Milton. A esta reunión de artistas acudirá también el médico personal de Byron y escritor en ciernes, doctor John W. Polidori. La intención es pasar unos días de recreo acompañados del amigable clima suizo, pero, como si de un giro de guion terrorífico se tratase, estalla el volcán Tambora (Indonesia) y el tiempo se agria con tormentas de tal magnitud que el grupo queda recluido en la mansión.
Byron lanza entonces el reto de escribir y presentar al grupo, cada uno de ellos, una historia sobrenatural. En el contexto del que luego se conocerá como «el año sin verano», de la devastación causada por las Guerras Napoleónicas, de la fascinación experimentada por los avances médicos y quirúrgicos, y del acicate del explosivo cóctel de sexo, alcohol y láudano nacieron dos monstruos más. Donde ni Byron, ni Percy, ni Claire cumplieron con el desafío literario, Polidori presentó los mimbres de lo que más tarde sería El vampiro (1819), relato mínimo de las máximas consecuencias para la conformación de las pesadillas populares contemporáneas, y Mary Shelley concibió lo que en 1818 será publicado como Frankenstein o el moderno Prometeo, una historia de cadáveres, electricidad y errados intentos de insuflar vida.