Verne en España y en español
El escritor francés ambientó en la ciudad gallega de Vigo un capítulo de Veinte mil leguas de viaje submarino, que se publicó antes en España que en la propia Francia
Se piensa en guiris escritores amantes de las bondades de nuestro país y se piensa en Hemingway: los toros, la fiesta, la guerra… no da para más. Menos numerosas, pero sobre todo menos ruidosas fueron las visitas de Julio Verne a España. Las referencias patrias en sus libros fueron también menos explícitas que las del británico, pero no por ello menos inspiradoras.
Por el epistolario del francés sabemos que tenía a nuestra nación como «el país de la imaginación», con todo lo que eso significa viniendo de un escritor de aventuras y ficción especulativa con mucho mundo a sus espaldas. Tuvo una relación literaria muy fructífera con nuestro país, para nada anecdótica más allá del cambio de nombre que le hicimos –de Jules al Julio de toda la vida–, aunque alguna curiosidad se ofrece al respecto.
Que sepamos, porque hayan quedado documentadas, conocemos cuatro visitas de Verne a España, una por década desde finales de los cincuenta: en 1859 emprende el viaje en el que conoce Madrid, Sevilla, Cádiz, Granada y Barcelona; en 1867, acompañado de su editor Pierre-Jules Hetzel, exploran juntos Barcelona, Madrid, Toledo, Granada y Córdoba; en 1878, conoce a bordo de su yate Saint Michel III –su tercer barco del mismo nombre, toda una dinastía– las ciudades de Vigo, Valencia y Málaga; y en 1884, circunnavega una vez más nuestras costas.
Pero su literatura viajó por España incluso más que él. Sus obras se traducían de manera inmediata al español y apenas tardaban unos meses en cruzar la frontera, en su mayoría gracias a los sellos de Gaspar Editores y Agustín Jubera Editor, con las traducciones de Nemesio Fernández Cuesta y Vicente Guimerá, por mencionar dos de los preferidos por entonces que todavía hoy se siguen imprimiendo, con sus errores y todo.
Como la traducción al español era poca cosa para encumbrar nuestra relación con Verne –tenía poco mérito, dado que se convirtió en el segundo autor más traducido del mundo–, se dio el caso excepcional de que la versión completa de Veinte mil leguas de viaje submarino (1869) vio la luz en nuestro país antes que en Francia, donde solo se había publicado para entonces la primera parte. ¿Colapsaron las imprentas francesas con motivo de la guerra francoprusiana y el asedio de París, y esto retrasó su publicación en Francia hasta 1871, o el traductor Vicente Guimerá se conchabó con el editor Tomás Rey y Cía. para lanzar en primicia una edición pirata de la obra?
Sea como fuera, el mundo conoció la novela más memorable de Verne en España y en español, que no en Francia y en francés, y Nemo proclamaba, en la lengua de Cervantes, aquella loa de «¡el mar para mí lo es todo!... Es el inmenso desierto en el que el hombre no está nunca solo, porque la vida se agita a su alrededor. El mar [...] es el vehículo de una sobrenatural y prodigiosa existencia; es movimiento y amor, es el infinito viviente».