El «gordo» Morante conquista Bilbao con apenas una verónica prodigiosa
La tarde anterior el diestro sevillano finiquitó su faena de cuajo nada más escuchar un insulto desde los tendidos
Una característica de los genios es que un día los odias y otro los amas. En esa alternancia se asiste a la esencia de la especialidad y cuando uno lo comprende lo ve al fin: la parte que se odia desaparece como explicada por la idiosincrasia única del protagonista. Lo de Morante de la Puebla es exactamente eso. El genio decepciona la mayor de las veces con su proverbial «mala suerte» con los lotes como dato a destacar, y cuando es así, cuando el toro no acompaña, cuando don José Antonio no ve el brillo en el ojo de su oponente lo deja, abrevia como nadie y lo trastea y hasta otra, mayormente entre silbidos.
Pero ¡ay! cuando el sevillano ve el destello. Puede bastar, y basta, como el jueves, una verónica para borrar todo lo demás. Se olvidan las faenas anteriores y hasta las penas. El vuelo de su capote las coge en el aire y al salir las lanza lejos una vez y otra, hasta que las (re)mata. Morante se pone «gordo» y deja famélicos a los idiotas que insultan sin sentido ni sensibilidad. El sentido y la sensibilidad que todo el mundo espera cuando torea Morante.
El privilegio de la genialidad es eso. No tuvo que esperar Bilbao y no esperó porque, además, en el ínterin de todo lo sucedido en las dos tardes consecutivas se vieron los detalles del talento y hasta del brío del malísimamente llamado «gordo», que incluso llegó a saltar el olivo con garbo amonterado.