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Mujeres protestan con carteles durante la manifestación convocada por el 8M

Mujeres protestan con carteles durante la manifestación convocada por el 8MEuropa Press

El Debate de las Ideas

Feminismo reaccionario: la provocativa propuesta de Mary Harrington

La autora encuentra el origen del naufragio de la utopía hedonista de la revolución sexual en un concepto erróneo de la persona y de la libertad

Mary Harrington ha sido la última (quizás la penúltima, porque son cada vez más) en unirse a la lista de quienes denuncian el callejón sin salida al que nos ha llevado la revolución sexual. Mary Eberstadt, Nancy Pearcy, Abigail Favale, Kathleen Stock o Louise Perry son algunas de las mujeres que han roto el tabú y han osado publicar sus críticas a la visión de la sexualidad imperante en Occidente desde los años 60. Harrington comparte con las dos últimas un perfil atípico para alguien que, por ejemplo, argumenta a favor del matrimonio, en contra del divorcio y propugna el rechazo a la píldora anticonceptiva. Y si de salirse del guion se trata, Harrington no duda en afirmar que, tras vivir en una comuna okupa lesbiana, encontró la libertad cuando se casó con un hombre y que la maternidad le reveló aspectos clave de su identidad hasta entonces ignorados.

En su libro Feminism Against Progress cuestiona abiertamente lo que se les ha venido presentando a las mujeres como un progreso. Reconoce que ella compró acríticamente el ideal de un tipo de libertad que considera cualquier vínculo u obligación como algo de lo que hay que mantenerse alejado. La revolución sexual, anunciaban sus entusiasmados heraldos, iba a abrir las puertas a un mundo utópico de igualdad sexual en el que todos gozaríamos sin trabas del sexo. La realidad, advierte Harrington, es frustrante y poco satisfactoria para la mayoría de las mujeres. Al mismo tiempo, el sexo se ha mercantilizado hasta extremos inimaginables gracias a la tecnología anticonceptiva que separa el sexo de la reproducción y a la tecnología digital que virtualiza ese mercado y lo hace accesible a cualquiera. Otro tanto ha ocurrido con la fertilidad, cuyos componentes se venden ahora por separado en lo que llaman la cadena de ensamblaje de niños: esperma masculino, óvulos femeninos y por ahora, a la espera del útero artificial, úteros de alquiler.

Harrington encuentra el origen del naufragio de la utopía hedonista de la revolución sexual en un concepto erróneo de la persona y de la libertad. Lo que llama feminismo bio-libertario entiende el progreso como la maximización de la libertad concebida como ausencia de condicionantes no deseados. Es este feminismo bio-libertario el que, en buena lógica, considera que hay que liberarse también de los condicionantes impuestos por nuestros cuerpos y, por ello, considera feminista el empleo de la tecnología con el objetivo de hacer intercambiables a hombres y mujeres. Este tipo de feminismo es una especie de gnosticismo que en vez de basarse en un supuesto espiritualismo se fundamenta en la tecnología y que considera que nuestros cuerpos son como un lego de carne que podemos montar, desmontar y combinar a nuestro antojo, un planteamiento que alcanza su paroxismo en el movimiento trans, que en realidad no sería contradictorio respecto de este tipo de feminismo.

Harrington cree que hay dos momentos clave en el proceso que nos ha llevado hasta aquí: la revolución sexual en el siglo XX, pero también la revolución industrial en el siglo XIX. Ésta dio lugar a un sistema económico que pasó a considerar a mujeres y hombres como unidades de producción intercambiables… en el que las mujeres, al poder ser madres, juegan siempre en desventaja. Para compensar esta desventaja las feministas exigieron que interviniera el Estado, pero con la llegada de la píldora anticonceptiva aparece un remedio tecnológico que promete acabar con el origen de la diferencia entre sexos. Se abre así también el camino al aborto: la oportunidad de ser iguales a los hombres implica para las mujeres el derecho a intervenciones médicas que las liberen de obligaciones no elegidas, también del embarazo de sus hijos. El paradigma del ser humano de la era de la píldora, señala Harrington, es masculino.

Rechazo a los anticonceptivos

La píldora más el aborto han podido dar la impresión de que las diferencias sexuales podían finalmente ser erradicadas, pero la realidad es que éstas reaparecen por doquier (desde la enorme diferencia entre hombres y mujeres a la hora de conseguir un orgasmo hasta el microquimerismo que vincula a los hijos con la madre de un modo radicalmente distinto del que los unirá con su padre). Para Harrington el feminismo ha tratado de mitigar el impacto negativo en las mujeres de la mercantilización del sexo, pero en realidad ha servido para subordinarlas aún más en un contexto en el que su valor de mercado decae de manera muy acentuada a partir de una edad bastante temprana en comparación con los varones. En un juicio que levantará ampollas pero del que cada vez más mujeres son conscientes, Harrington señala que «el ataque al patriarcado, en vez de prevenir que los varones se comporten inapropiadamente… ha abierto las puertas a una sociedad de iguales que rivalizan y en la que los hombres pueden seguir sus impulsos sin los límites que ofrecían los aspectos positivos de la masculinidad que limitaban antes los excesos masculinos». Por eso las campañas del Ministerio de Igualdad no sirven para nada a la hora de reducir la violencia perpetrada contra las mujeres, porque en la lucha contra el patriarcado se han derribado las barreras que impedían al hombre aprovecharse de su mayor fuerza.

Ante este estado de cosas, Mary Harrington aboga por un feminismo que rechace el progreso que nos han presentado como ineludible, un feminismo reaccionario que no rehúye la polémica. Como por ejemplo, al reivindicar el patriarcado (sí, han leído bien): si atacarlo se ha convertido hoy en día, según Harrington, en atacar la idea de que hay una conexión especial entre madre e hijo, habrá que defender un patriarcado que sea sencillamente la afirmación de que existen diferencias sexuales entre hombres y mujeres que no se pueden erradicar. Del mismo modo, su propuesta va más allá de lo que sostiene el feminismo TERF y aboga por espacios únicamente para mujeres, sí, pero también únicamente para hombres.

Los anticonceptivos tienen como consecuencia que se asuma que «las mujeres son estériles por defecto y están siempre sexualmente disponibles»

«Te han mentido y otra vida es posible. Para vivirla tienes que cambiar», escribe Harrington. Empezando por recuperar el matrimonio, que considera que no es el remedio mágico para resolverlo todo, pero que ayuda mucho a que las mujeres que son madres consigan la estabilidad que necesitan. En palabras de Harrington, el matrimonio es el que posibilita «la solidaridad radical entre los sexos», al tiempo que se constituye «como la unidad más pequeña posible de resistencia a la abrumadora presión económica, cultural y política para que seamos átomos solitarios en el mercado». Por eso también aboga por hacer más difícil el divorcio, consciente de que el no considerarlo como una posibilidad salvaría muchos matrimonios que abandonan a la primera de cambio. ¿Significa esto regresar a los roles propios de, por ejemplo, hace un siglo? Para nada, responde Harrington, que considera que esto no es lo suficientemente tradicional y aboga por un redescubrimiento de roles más antiguos, de un estilo de vida familiar pre-moderno: «Durante la mayor parte de la historia, hombres y mujeres han trabajado juntos en un hogar que era al mismo tiempo unidad productiva». Una perspectiva atractiva, ciertamente, y que el teletrabajo descubierto por muchos desde la pandemia hace más fácil (Harrington recoge varias experiencias en este sentido), pero que no obstante será difícil en muchos casos, en los que se tendrá que buscar otros tipos de acomodo y organización familiar.

Pero si algo caracteriza al feminismo reaccionario de Harrington es su rechazo a la píldora anticonceptiva (por cierto, los restos de estradiol son un terrible contaminante que vierten las mujeres que utilizan anticonceptivos hormonales en su orina y que es muy difícil de eliminar en el tratamiento de aguas residuales, pero sobre el que se guarda un sospechoso silencio). Los efectos colaterales psicológicos y biológicos de la píldora están cada vez más documentados, pero su consecuencia más grave es la visión de la mujer que los anticonceptivos han impuesto, una visión que nos presenta a la mujer como estéril por defecto y para la que la fertilidad es un extra opcional, y sólo si ella así lo decide. Pero esta visión, que algunos califican de «empoderamiento», en realidad perjudica a la mujer, pues «su esterilidad por defecto significa una presión continua para acceder a sexo sin amor». Los anticonceptivos tienen como consecuencia que se asuma que «las mujeres son estériles por defecto y están siempre sexualmente disponibles». Una mentalidad que vemos detrás de los mayores abusos y violencias que padecen hoy en día las mujeres y que Harrington propone combatir dando la espalda a la anticoncepción y abriéndose a lo que a ella le ha descubierto un mundo insospechado, la maternidad. Ella insiste en llamarlo feminismo, aunque uno empieza a sospechar que algo que puede significar una cosa y su contrario quizás haya dejado de ser útil como concepto para comprender lo que sucede.

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