El sesgo de los premios culturales del Estado: un oasis para la izquierda radical y 'feminista'
Está institucionalizado que los galardones nacionales recaigan en autores con «compromiso progresista» independientemente de la calidad o el mérito de sus obras
Hace un tiempo se habló en este periódico del «compromiso progresista» que, desde hace muchos años ya, es necesario para que el Estado español, independientemente del Gobierno que toque, conceda cualquiera de sus premios culturales. Un requisito no pedido expresamente en cualquiera de las bases, pero sucintamente esencial.
No es una cuestión patria en exclusividad, sino que el mundo, los premios culturales concedidos por los Estados del mundo, mira en la misma dirección: la preponderancia, más se diría que la ocupación, de la izquierda en los nuevos usos revisionistas, feministas, lo woke en general, por donde crece sin cesar (por la izquierda del árbol) la sinuosa y cada vez más gruesa rama de los galardones públicos como parte importante de la famosa Agenda.
Los Premios Nobel, quizá los premios más famosos que existen, son un buen ejemplo de lo anterior. El resto de premios orbitan a su alrededor, los españoles también, por supuesto. El Premio Nacional de Cine 2023 fue para la directora Carla Simón, joven y meritoria cineasta ganadora del Oso de Oro en el Festival de Berlín, y autora de películas multipremiadas (por supuesto también en los Goya), como Verano 1993 o Alcarrás.
El ministerio de Cultura español destacó como motivos para la concesión del premio el hecho fundamental de que «combina con inteligencia y rigor el realismo y la ficción con una mirada de plena actualidad a problemas sociales. Además, incorpora de una manera orgánica la diversidad de lenguas que caracterizan y enriquecen nuestra sociedad y cultura».
¿Y si no hubiera incorporado «de manera orgánica la diversidad de lenguas», por ejemplo? Pues que más que seguramente el ministerio hubiera buscado otro ganador. Esta cuasi afirmación se refiere a las pruebas, a los antecedentes, como el del Premio Nacional de Narrativa de 2022 (el de 2023 aún no se ha concedido), otorgado a la autora Marilar Aleixandre por un libro escrito en gallego, exacta y ya no tan curiosamente igual, que el año anterior, 2021, cuando el Premio Nacional de Narrativa fue para otro autor en gallego, Xesús Fraga, por una historia de dos generaciones de mujeres valientes y emigrantes gallegas.
¿Ha oído el lector hablar de la calidad de las novelas de Aleixandre y Fraga entre el público o la crítica? Ni falta que hace. Volviendo a 2023, el Premio Nacional de Artes Plásticas ha sido concedido a Teresa Lanceta, «pionera del arte textil en España» por rescatar «un lenguaje femenino, vernacular y colectivo». Siguiendo la secuencia, parece imposible que el Premio Nacional de Artes Plásticas lo hubiera ganado un hombre por rescatar «un lenguaje masculino, mundano e individual».
La palma (no la de Oro de Cannes, aunque también, sino de palmaria) se la lleva, de momento, a la espera del resto de premios del año que están al caer, el Premio Nacional de Fotografía, que en 2023 ha recaído en la barcelonesa Laia Abril por concentrarse «en temáticas que siguen siendo vigentes y que estructuran social y políticamente la discriminación, sobre todo de las mujeres, así como el sufrimiento individual y colectivo que relega a ciertas personas, como masa anónima, al margen de la sociedad». La ideología como clave y no la calidad y el mérito.
Sectarismo «cultural»
¿Puede ser merecedor del Premio Nacional de Fotografía el fotógrafo que no retrate la discriminación o a las mujeres, sino cualquier otra temática susceptible de ser fotografiada? En este mundo y en este país, no. Porque incluso cuando ha gobernado otro partido este estado parcial, sectario y anómalo de las cosas de la cultura (que ya incluso ha superado el umbral del «compromiso progresista» necesario para adentrarse en la radicalidad de los nuevos planteamientos sociales) no ha sido cambiado, sino mantenido. Laia Abril es el ejemplo de que estas cuestiones no son propias de España, pues su obra ha sido exhibida en el extranjero y forma parte de colecciones públicas y privadas, como parte de museos e instituciones culturales internacionales.
A la espera del resto de premios nacionales, para hacerse una idea mejor del currículo de Laia Abril («artista multidisciplinaria»: otra condición indispensable, nada de «escultor» o «pintor» a secas), la recientísima Premio Nacional de Fotografía, destacó enormemente (en los círculos donde buscan sus candidatos los premios nacionales) por su Historia de la Misoginia, de 2016, «una investigación visual sobre la misoginia realizada a través de comparaciones históricas y contemporáneas».
Una colección cuyas «evidencias visuales, auditivas y textuales teje una red de preguntas sobre ética y moralidad, y revela una asombrosa serie de desencadenantes sociales, estigmas y tabúes sobre el aborto que han sido invisibles hasta ahora», dice el texto de Foto Colectania, donde se expuso la muestra en la que se defendía el derecho al aborto, del mismo modo que se podría defender, pero sin Premio Nacional de Fotografía, el derecho a la vida.