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El nuevo director del Museo Reina Sofía, Manuel Segade, en la presentación de su proyecto de dirección

El nuevo director del Museo Reina Sofía, Manuel Segade, en la presentación de su proyecto de direcciónEFE

Presentación de la nueva temporada

El director del Reina Sofía presenta un proyecto con obsesión por el género para ideologizar aún más el museo

Manuel Segade anuncia un plan «artístico» lleno de confusión conceptual para rellenar los huecos que dejan objetivos ideológicos como el feminismo, la multiculturalidad o la diversidad

El Museo Reina Sofía ha presentado su proyecto, el proyecto de su nuevo director, Manuel Segade, para la próxima temporada (y para los próximos cinco años). Cabe pensar que el mundo del arte no es ni mucho menos matemático (a pesar de su infravaloración en relación a la belleza), pero al menos entre los gestores de una institución cultural pública (como Ángeles González Sinde, presidenta del Real Patronato; el gerente del museo Julián González; el ministro de Cultura, y, por supuesto, su director) ha de haber algún número más allá de las medidas de las obras de arte.

La cuestión es el proyecto que presentó a concurso Segade (el comisario gallego afirmó, para aclarar algo, o mucho, de la selva en que se iba a adentrar, que el MoMA es un museo «conservador» en comparación al Reina Sofía), donde para empezar, y para terminar, el todo, el batiburrillo, el mensaje confuso o la palabrería es la herramienta para conseguir sus propósitos bajo un «consenso» que en vez de un objetivo parece una sábana poco sutil que cubre básicamente la ideología de género, lo queer, el multiculturalismo, el feminismo, el indigenismo y todos, absolutamente todos, los charcos donde se puede imaginar que puede saltar, por ejemplo, la performance sobre lo clásico, como saltaba Peppa Pig en cualquiera de sus capítulos.

«Activar sistemas de escucha», «visibilizar lo menor», la necesidad de que un museo de arte contemporáneo «abrace la imparable diversidad de los cuerpos», «generar ecosistema y no hegemonía», «la diversidad como condición fundamental de la vida», un espacio «para deshacer los hábitos de la gente», «Colectividad», «redes informales»... una maraña indescifrable (o demasiado descifrable) de conceptos, como también «repensar el arte» del mismo modo que pide repensar la democracia la vicepresidenta en funciones.

De entre todas las «ideas», algunas llaman la atención por su aproximación al ridículo que no solo no se siente, sino del que se ufana ante el asombro que producen la sucesión de palabras proferidas. «Encuerpar» es una de ellas, «la historia del cuerpo para entreverar el discurso de género en toda la colección», y eso que, según Segade, pretende acercar el arte a todos los públicos. Si se sugería que las matemáticas no estaban entre los fuertes del nuevo (y del viejo, salvo para los elevados sueldos de sus asalariados), el lenguaje hace cambiar de ideas: «líneas referenciales», «vectores»...

Segade habló sin tapujos de «contaminar» el arte a través de la «paridad», la «vernacularidad» o «la viscosidad de los organismos tentaculares». ¿Dónde queda la belleza? Muy por debajo de la sostenibilidad, lo «performativo», el activismo, el colonialismo. «Contaminar» y «contaminar», no solo con los «organismos tentaculares» sino con las «¡nuevas tentacularidades!» (la inevitable sensación de que le estaban dando a uno la del pulpo). el «Xenofeminismo», el «pensamiento transescalar», «inventores (inventor) de palabros».

¿Y la belleza? No, el horror, el feísmo de la ideología (en el cartón que presentó, el simple cartón de una caja, como metáfora y material de lo que está por venir) que además pretende superar los 20 millones de recursos propios (las matemáticas otra vez) que ni siquiera aquí se olvida del «machismo» o del «activismo» en una «política de cuentas claras», dice Segade, a pesar de tanta «transversalidad», quizá para contrarrestar que nadie se había enterado de nada. O más bien de todo.

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