La horrible sombra en la vida del comunista Neruda a los 50 años de su muerte
Al poeta chileno, premio Nobel de Literatura en 1971, su primera mujer se dirigía a él en sus cartas como «My dear pig» («Mi querido cerdo»)
Gabriel García Márquez, amigo íntimo de Fidel Castro, en cuyo coche oficial viajaba, dijo que Pablo Neruda era el más grande poeta del siglo XX. Dicen que Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, su verdadero nombre, cogió su nombre artístico de Guillermina María Francisca Neruda, un personaje de Estudio en Escarlata, la primera novela sobre Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle.
Poeta y diplomático, su ideología de izquierdas la trasladó a sus libros, por los que estos comenzaron a hacerse famosos como su nombre. Por esto, por la ideología, estuvo veinte años a golpes con su amigo primitivo, el también Nobel Octavio Paz, con el que acabó reconciliándose. La ideología decorada con versos que le hizo una celebridad. En realidad fue casi tan poeta como político, e incluso puede que la balanza se inclinara un poco más de este último lado.
Clandestino y vividor
Clandestino por su oposición al gobierno chileno a finales de los 40, sus amigos artistas, Picasso entre ellos, le ayudaron a reubicarse. Pudo volver a Chile a principios de los 50 luego de un casi exilio europeo de placer en lugares como Capri. A partir de entonces empezaron a llegar los reconocimientos, literarios y políticos. Oxford le nombró Honoris Causa y Salvador Allende embajador en París. El último fue el Nobel para el ya había sido nominado en 1956 y que estuvo a punto de conseguir en 1963. Finalmente lo obtuvo en 1971, dos años antes del fin de una vida que dejó una sombra terrible.
Dijo Borges que no recordaba ningún poema de Neruda, e incluso llegó a ridiculizarle en El Aleph, representándole en el personaje de Carlos Argentino Daneri: «Un poeta inconcebiblemente malo y un evidente imitador de Whitman». La «incontinencia poética» del chileno también la satirizó de otro modo el argentino en sus obra más conocida: «Éste se proponía versificar toda la redondez del planeta; en 1941 ya había despachado unas hectáreas del estado de Queensland, más de un kilómetro del curso del Ob, un gasómetro al norte de Veracruz, las principales casas de comercio de la parroquia de la Concepción, la quinta de Mariana Cambaceres de Alvear en la calle Once de Setiembre, en Belgrano...».
Al final Borges dijo que era un buen escritor, pero «un hombre mezquino» que en la realización de su «buena vida» (Confieso que he vivido, es el título de su autobiografía) solo tuvo una hija a la que abandonó de forma cruel. Malva, su hija, a la que tuvo con su primera esposa, María Antonia Hagenaar, murió en Holanda a los ocho años. El epítome socialista y comunista, luchador por los derechos de los hombres, de las clases bajas, de los desprotegidos, abandonó a su hija enferma de hidrocefalia y además le negó, a ella y a su mujer, cualquier tipo de ayuda, desde la económica hasta incluso concederles el salvoconducto para salir de la Europa devastada por la guerra.
La existencia desgraciada de Malva siempre avergonzó a Neruda. Un hermano adoptivo de Malva acabó escribiendo una novela sobre ella, figura ocultada con denuedo por su progenitor. María Antonia, «Maruca» para Neruda, encabezaba sus cartas al poeta para pedirle dinero para su hija con «My dear pig» («Mi querido cerdo»). Pablo le escribe a una amiga: «Mi hija, o lo que yo denomino así, es un ser perfectamente ridículo, una especie de punto y coma, una vampiresa de tres kilos (...) pasábamos las noches enteras, el día entero, la semana, sin dormir, llamando médico, corriendo a las abominables casas de ortopedia donde venden espantosos biberones (...) Tú puedes imaginar cuánto he sufrido».
Pero la mínima afectación del poeta en los inicios, a quienes sus amigos, como Lorca, le escribieron versos para ella, se convierte en un desafecto que acaba en la despiadada decisión del abandono absoluto. Mientras le canta a los milicianos españoles, su hija enferma (y su madre) se sume en la miseria. «Maruca» consiguió que un matrimonio holandés cuidara de Malva, a la que fue a visitar todos los días hasta que murió a los ocho años. Malva ni siquiera aparece en las memorias del escritor que en el mismo título confesaba que había vivido.