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Abu Obeida, portavoz de las Brigadas Izz ad-Din al-Qassam, el ala militar de Hamas

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El Debate de las Ideas

¿Cómo aplastar la cabeza del enemigo sin que nos devore el corazón?

Aplastar la cabeza del enemigo de manera inexorable es la obra de la Virgen santa, de la hija de Sión, el acto mismo de su mansedumbre descalza

¿Cómo aplastar la cabeza del enemigo sin que nos devore el corazón? Porque podríamos vencerle dejándonos ganar por su inhumanidad, y ése sería su mayor triunfo: un triunfo interior. De ahí la llamada que se repite en pleno anuncio del Apocalipsis: «Oiréis hablar de guerras y de rumores de guerras. Mirad, no os inquietéis, porque es necesario que esto ocurra, pero todavía no es el fin» (Mt 24,6; Mc 13,7; Lc 21,9).

«Pero todavía no es el fin», he aquí lo que podría aumentar aún más nuestra preocupación pero que es al mismo tiempo una apelación a nuestra capacidad de aguante. Por otro lado, estamos hablando del apocalipsis, es decir, en el corazón de la catástrofe, de la revelación de nuestros corazones. ¿Quiénes seremos cuando estemos ante la prueba? ¿Bajo qué bandera, por encima de la refriega y de los dos bandos terrenales, vamos a luchar realmente? Toda batalla entre los hombres se libra siempre en dos planos, el material -la materialidad más brutal- y el espiritual -la espiritualidad más virginal, porque mantiene su elevación, no al abrigo de un «rincón de oración», sino en medio de la carnicería.

Toda batalla entre los hombres se libra siempre en dos planos, el material y el espiritual

Por otra parte, aplastar la cabeza del enemigo de manera inexorable es la obra de la Virgen santa, de la hija de Sión, el acto mismo de su mansedumbre descalza. Así habla el Señor desde el origen a la serpiente: «Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te herirá en la cabeza, mientras tú le herirás en el talón» (Gn 3,15). Sí, el talón está herido (tan mortalmente como el de Aquiles), y es inevitable que haya sangre, pero el corazón debe permanecer puro.

El pasado sábado 7 de octubre no sólo se celebraba el 50 aniversario de la Guerra de Yom Kippur o el Shabat de Simhat Torá («la alegría de la ley»). También era la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, la única fiesta mariana que conmemora una victoria bélica, la de Lepanto, contra la flota islámica de Alí Pachá. El «diluvio de al-Aqsa» tiene lugar en esta alineación de los astros, dejando escuchar un famoso grito de la yihad: «Después del sábado, viene el domingo», es decir: después de los judíos, los cristianos. Pero, lo repito, en este diluvio inevitable, ¿cómo construir un arca?.

Confusión entre el terrorista y el soldado

El horror nos deja estupefactos, aturdidos, y tiende a hacernos perder toda otra consideración. Ése es el objetivo del terrorismo: no sólo matar, sino matar de tal manera que los vivos vean afectada su capacidad de juicio, de modo que ya no puedan responder, sino sólo reaccionar, de manera pulsional, para dar la vuelta a la tortilla. Los familiares de las víctimas, las mismas víctimas, entran en una furia ciega, sobre reaccionando con una violencia que permite a la violencia anterior reclamar una justificación a posteriori. Ya se ha dicho que, para llevar a cabo tales atrocidades -el secuestro de niños, el atentado suicida, por ejemplo-, el terrorista tiene que verse acorralado por poderes imperialistas que no le dejan otra opción que la resolución de la desesperación. Se convierte en el pequeño David filisteo que se enfrenta al gigante Goliat judío. Vamos a tener que excusarle y acusarnos a nosotros mismos, una pendiente tanto más fácil porque tenemos la sensibilidad judeocristiana.

Pero al excusar así su inhumanidad, les deshumanizamos: no les reconocemos ninguna libertad para hacer el bien, ningún sentido del honor, ninguna capacidad para ir más allá de la mecánica de la venganza. Por el contrario, castigarles como conviene significa reconocerles su responsabilidad de hombres.

El diluvio está ahí, ahogando nuestra razón: en esas imágenes de horror que llueven a raudales y que los propios terroristas difunden en TikTok e Instagram para llegar a nuestros jóvenes. Los testimonios procedentes de la base de Shura transformada en morgue, donde los cadáveres llegan despedazados en contenedores, nos dejan sin palabras: «Os puedo asegurar que no veíamos imágenes así desde el régimen nazi», dice el coronel Weissberg, rabino jefe del Ejército israelí. «¿Qué se puede decir cuando se descubre el cadáver de una mujer embarazada asesinada por un terrorista a quien le abrieron el vientre y luego le extrajeron el feto antes de cortarles la cabeza a ambos? ¿Y qué decir cuando ves los cuerpos de madres o abuelas que han sido violadas tan violentamente que les han roto los huesos del pubis?»

Y luego están las imágenes de Gaza en ruinas, el hospital al-Ahli, la iglesia de San Porfirio, los cadáveres que yacen entre los escombros mientras nos sentamos en nuestros sillones frente a nuestras pantallas, incapaces de ir más allá de las circunstancias de esta visión hipnótica, incapaces de distinguir nuestro objetivo del escudo humano, porque Hamás, que no tiene ningún problema en decapitar bebés, no tiene tampoco ningún problema en matar a los gazatíes que intentan irse de allí: necesitan este manto de civiles para encubrir sus crímenes.

Reducimos la situación a una adversidad binaria, sin perspectiva, fuera del largo plazo

Como sólo necesitamos un botón para ver toda esta violencia, buscamos un botón para hacerla desaparecer. ¡La paz, ya! O el exterminio, ¡pero ya! ¡Y que termine rápido! ¡Para que podamos regresar a nuestra zona de confort! Somos incapaces de tener paciencia y, rechazando el horror de la guerra, rechazamos también el honor. Confundimos al terrorista con el soldado. Reducimos la situación a una adversidad binaria, sin perspectiva, fuera del largo plazo. Obnubilados por las imágenes calamitosas, ya no ubicamos los acontecimientos en el contexto de la historia de Israel. Concentramos a los palestinos en un solo bando (¿sabían que antes de la creación del Estado de Israel, el mundo árabe utilizaba el nombre de «palestinos» para designar a los judíos que vivían en ese territorio aún inglés?), olvidamos que Hamás está en conflicto con Al Fatah y que el propio Yasser Arafat, que tenía una esposa cristiana, hoy se estará revolviendo en su tumba.

Europa seguirá a Israel en su caída

Debo citar aquí lo que el añorado filósofo israelí Michaël Bar Zvi escribió en 2009: «Cuando escuché las vociferaciones de la calle parisina contra Israel, me acordé de la frase de Erasmo: Ah, ¿para quién escribir, si entre los aullidos y los gritos de la política los oídos se han vuelto sordos a las sutilezas de los semitonos? No es el odio lo que me molesta, es prehistórico, ni es la violencia lo que me asusta, es visceral, y menos aún la mentira, es inherente a la causa. No, lo que más me perturba es la pesadez, el peso, la opacidad de la nube, o quizá deberíamos decir la niebla, bajo la que estamos sepultados (...) La finura de los semitonos ya no se adapta al discurso de la calle, de las pantallas, de los escenarios». Para quienes conocen algo del espíritu del Talmud, esta finura parece profundamente judía. Pero también es el alma del continente europeo, y es esta alma la que el fundamentalismo, ya sea tecnológico o religioso, se esfuerza por erradicar.

La hora es decisiva. Tenía que llegar. Israel sólo podría acabar produciendo un asunto Dreyfus a escala mundial, en el que todo el mundo está llamado a tomar partido. Si las Escrituras judías son nuestra fuente, bien podría ser que el Estado judío fuera nuestro estuario.

Pierre Boutang osó escribir en La Nation française el 1 de junio de 1967, poco antes de la Guerra de los Seis Días: «El hombre europeo ya no está eminentemente en Europa, o no está despierto allí. Está, paradójica y escandalosamente, en Israel; es en Israel donde la Europa profunda será derrotada o conservará, con su honor, el derecho a perdurar». Michaël Bar Zvi, representante del Keren Kayemet LeIsrael (Fondo Nacional Judío), se sabía de memoria aquellas palabras de Erasmo: ¿qué miembro de los Hermanos Musulmanes podría citar a Erasmo con admiración? Si Israel cae, Europa no podrá otra cosa que caer también.

No se trata sólo de cultura, sino también de misterio. ¿Cómo es posible que el destino de un país más pequeño que una región italiana o que dos departamentos franceses pueda tener tanta repercusión en el futuro del mundo? ¿Por qué 9 millones de judíos que reclaman una tierra tan diminuta son un escándalo para 2.000 millones de musulmanes, que poseen 57 países y afirman la unidad de la Ummah? También podríamos preguntar directamente: ¿por qué el Verbo se hizo judío?

No podemos dejar de verlo, aunque hay que creerlo: este pueblo está marcado por una elección que es el primero en no comprender. El judío puede no tener fe en Dios, pero Dios sigue teniendo fe en él, apartándolo de las naciones, casándose con él para bien o para mal, y encargándole finalmente la misión de aguafiestas y revelador... Tan pronto como el orden mundial quiere cerrarse sobre sí mismo, ahí está él, desconcertante e inquietante, irrupción de la trascendencia a pesar suyo. En la era de los nacionalismos se le critica por ser demasiado cosmopolita; en la era de la globalización, por ser demasiado nacionalista. ¿Se le retrata como un Rothschild? Aquí está Einstein. Aquí está Marx (Karl o Groucho). Incluso sus esfuerzos por asimilarse completamente acaban discriminándole: se convierte en el más austriaco de los escritores austriacos, como Stefan Zweig, algo que el Hitler austriaco no podía soportar. Incluso Super-Man es una invención de Siegel y Shuster, descendientes de inmigrantes judíos de Ucrania y Lituania; y Astérix el Galo, de Goscinny, nieto de un rabino polaco...

Con semejante escándalo, podemos predecir que el antisemitismo durará tanto como el tiempo mismo. Al igualitarista no le gusta el judío porque es recalcitrante a su máquina niveladora; el antisemita es superior a él porque tiene el instinto de lo sobrenatural. Presiente que algo extraño sucede con el judío, algo más extraño que lo que sucede con el simple extranjero.

Esta elección no es precisamente ningún enchufe, al contrario, es la exigencia de una rectitud a prueba de todo: a no sucumbir a la tentación del orgullo y del desprecio, a mantener, una vez más, el honor en medio del horror.

Al hacer esta constatación, no estoy ofreciendo una solución (¡gracias a Dios! una solución sólo serviría para separar el trigo de la paja). En realidad redoblo el problema. No se puede ser pacifista, hay que responder a la agresión; no se puede ser belicista, no basta con reaccionar. Necesitamos un jefe de guerra llevado en las alas de la Paloma, que sólo desenvaine la espada para plantar el olivo.

Este doble problema era ya el de Juana de Arco. Sólo puede resolverse en el misterio de una vocación a la vez casta y guerrera, según Charles Péguy:

Los que saben rezar no saben luchar.

Los que saben luchar ignoran cómo rezar.

De la oración demasiado bella a las batallas demasiado feas,

nadie sabe hacer juntas la guerra y la paz (...).

Que venga el caudillo de la guerra a despertarnos.

Doble cristiano para tiempos doblemente caídos.

Doble cristiano o –es más o menos lo mismo– simple israelí, consciente de que el mundo le mira y de que el Eterno le espera.

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