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Sancho Panza y Don Quijote en Alcalá de Henares

Sancho Panza y Don Quijote en Alcalá de Henares

¿Por qué el Quijote acaba en Barcelona?

En 2021, la entonces alcaldesa de la ciudad, junto al PSC y ERC, rechazaron la iniciativa de colocar una estatua del héroe y de Sancho Panza en la plata de la Barceloneta

Cuando Ada Colau y su hombre de confianza y hoy secretario de Estado de Cultura español, Jordi Martí (junto al PSC y ERC), se opusieron a erigir una estatua de don Quijote y Sancho en la playa de la Barceloneta, lugar donde finalizan las aventuras del ingenioso hidalgo de La Mancha actuaron contra la cultura, no se sabe con seguridad si por ignorancia o sectarismo. O por ambas.

El caballero de la Blanca Luna

Barcelona en aquellos 1600, cuando Cervantes escribió su obra maestra, era el lugar más moderno y rico de España, al contrario que ahora en su terrible involución, no solo económica, sino cultural y moral, cuya simple muestra es que el caballero andante eligió la ciudad para culminar su vida heroica y hoy la ciudad repudia al paladín universal del autor del que muchos separatistas radicales reclaman en su delirio su conciudadanía.

El sindiós por el que cabe explicar que Don Quijote acude a Barcelona para enfrentarse a su imaginado y poderoso rival, el Caballero de la Blanca Luna, su amigo Sansón Carrasco en realidad, quien intentó apartarle de sus visiones, objetivo que al final consigue en los términos del pobre Alonso Quijano.

La única ciudad que se menciona

Barcelona como símbolo en el pensamiento de Cervantes y de Don Quijote, la metáfora maravillosa de los límites del progreso contra los que chocan los principios arcaicos, fantasiosos y dementes del héroe al final de su camino. El mar tras las llanuras secas de Castilla donde comienzan sus andanzas. La luz del mar y de la modernidad que iluminan la mente del loco, seca en sus principios de lecturas ansiosas.

La única ciudad que se menciona en la gran obra universal, Barcelona, el gran homenaje sin comparación a la ciudad que fue nada más y nada menos que el «despertar» final del personaje más importante de la literatura mundial, cuyos políticos de hoy desprecian como ejemplo vivo de su degeneración.

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