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Geraldine Chaplin y Omar Sharif en una escena de Doctor Zhivago

Geraldine Chaplin y Omar Sharif en una escena de Doctor ZhivagoGTRES

La dimisión del director del Patronato de Lorca y la izquierda totalitaria que no tolera fallos en su sistema

El ejemplo del apartamiento del profesor Antonio Membrilla es un ejemplo claro de lo que es capaz el sectarismo de quien acusa a los contrarios de sus propios actos

La indignación es patrimonio de la izquierda. Cualquiera que no sea de izquierdas puede también indignarse, pero su ira no llegará a puerto. Solo el barco de la izquierda, de la nueva izquierda que ha cambiado conceptualmente el comunismo por lo «woke», puede permitirse el lujo de la indignación que consigue el éxito. El éxito de acabar con aquello que le produce la indignación, lo cual no es una circunstancia natural, sino ideológica. La indignación de izquierdas es la observación de la salida de las lindes del camino marcado y su posterior purga: el comunismo de los 100 millones de muertos.

En Fuentevaqueros, los miembros del Patronato de Lorca se indignaron porque su recién nombrado director calificó a la memoria histórica, en el transcurso de una conversación en Twitter hace cuatro años, de «memez histórica». Llamar «memez histórica» al relato de la memoria democrática establecido por el actual Gobierno es motivo claro de indignación de izquierdas. Es como si alguien hubiera tocado la alambrada del gulag y se hubieran encendido las alarmas. Así funciona el rodillo ideológico «woke», antes llamado «comunista».

Membrilla y el doctor Zhivago

Los campos de trabajo ya no tienen muros ni alambradas, pero sí vigilantes invisibles. Uno no cree que pueda estar dentro de uno de esos campos hasta que se da cuenta como el profesor Antonio Membrilla un día como el de ayer en que recibió una acusación manoseada y fue condenado a la muerte social. En realidad todo y nada ha cambiado desde los tiempos de la revolución rusa. Al doctor Zhivago le denunciaban por arrancar maderos de una valla para calentar la habitación de su casa tomada por los bolcheviques.

El doctor Zhivago podría exponer que tiene frío como el profesor Membrilla puede exponer (como ha hecho) las razones de sus palabras y no servirle de nada, como no le ha servido y como no le sirvió al médico y poeta de Pasternak. Zhivago y Membrilla no tenían por qué explicarse y sin embargo lo hicieron, amedrentados por las represalias del totalitarismo establecido. En otra sociedad el director del Patronato de Lorca hubiera podido decir que la memoria histórica es una «memez histórica» como lo puede decir el director de la sucursal del banco de la esquina.

Fuera del «sistema»

Semejante apreciación no le descalifica ni le invalida para dirigir una fundación en memoria del gran poeta asesinado por unos salvajes que podrían haberlo sido de cualquier bando. Pero la izquierda advierte rápido el fallo en el sistema, la alarma de la alambrada del gulag, y se lanza con toda la fuerza de su sectarismo y de su demagogia hacia el infractor como si fuera el mismísimo asesino del poeta. La identificación es el totalitarismo y el totalitarismo es el adoctrinamiento. La nueva izquierda ha identificado a Membrilla del mismo modo que ha identificado a Rafael Nadal, a Florentino Pérez o a Amancio Ortega.

Los ha identificado porque están fuera del sistema. Desde el punto de vista político Vox también está fuera del sistema. Y todo lo que está fuera del sistema ha de ser eliminado o ha de intentarse eliminar. Nadal, Pérez u Ortega y tantos otros son huesos duros de roer por su tamaño y Vox también por la fuerza de la democracia. No pueden ser adoctrinados, ni depuestos, solo señalados y vilipendiados, al contrario que Membrilla o el doctor Zhivago, las pequeñas piezas a las que unas hordas tuiteras convenientemente dirigidas y una chusma radical convenientemente comisariada, respectivamente, son capaces de destruir con solo mover un dedo.

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