Fundado en 1910
Andrés Amorós, en la redacción de El Debate

Andrés Amorós, en la redacción de El DebatePaula Argüelles

Discurso de presentación de Andrés Amorós del tradicional Pregón Taurino de la Feria de Sevilla

El colaborador de El Debate fue el elegido por la Real Maestranza de Caballería de la ciudad del Guadalquivir para presentar los días grandes del coso hispalense en la figura de Francois Zumbiehl, antropólogo ilustrado y apasionado de la tauromaquia

El crítico taurino de El Debate, Andrés Amorós, presentó al antropólogo cultural François Zumbiehl durante el Pregón Taurino de Sevilla. Por su interés, reproducimos íntegro el discurso de Amorós este Domingo de Resurrección en la capital hispalense:

Autoridades. Queridos amigos.

Debemos dar gracias a Dios por estar hoy aquí, un año más: el Domingo de Resurrección, en Sevilla, a punto de escuchar el Pregón Taurino, preparándonos para acudir a la Plaza de los Toros sevillana.

Agradezco mucho a la Real Maestranza de Caballería de Sevilla el honor de haberme designado para hablarles, esta mañana.

Siempre he creído que la de esta tarde, sea cual sea su cartel, es la más importante corrida del año. Los aficionados del mudo entero sueñan con lo que puede pasar esta tarde y nos envidian a los que tenemos la fortuna de estar aquí. Nos encontramos, sencillamente, en el «ombligo del mundo» taurino.

Ha pasado ya la tristeza de la Semana Santa, aunque sea tan poco triste como la de Sevilla, con su belleza única. Como todos los años, nos han despertado, esta mañana, las campanas de la Giralda, que se han echado a volar, doblando una y otra vez, asustando a los pájaros, sacando de la cama a los perezosos, para anunciarnos la mejor noticia de toda la historia: Cristo ha resucitado. Y, con Él, ha renacido lo que más necesitamos: la esperanza de que nuestra vida no es en vano.

Lo dicen los textos litúrgicos: la Cruz de Cristo es «nuestra única esperanza». Gracias a ella, podemos proclamar, con san Pablo: «Muerte, dónde está tu victoria?» Podemos repetir lo que Gustav Mahler, un judío angustiado, converso al catolicismo, añadió, de su propia mano, en la partitura manuscrita de su Segunda Sinfonía: Resurrección: «Moriré para vivir».

Sí, esta mañana sevillana estamos viviendo la resurrección de la alegría, estamos escuchando la auténtica música de La consagración de la primavera, mucho más que la de Stravinski. Muy pronto, pasará la lluvia y la ciudad se empapará de los aromas del azahar y las magnolias, de los lirios y las jacarandas. Hemos iniciado ya ese camino hacia la luz que nos va a llevar al regocijo popular de la Feria; al Corpus, con su solemne procesión y el baile velazqueño de los seises; a la alegría de las Cruces de mayo… Y, antes, esta misma tarde, a la Plaza de los Toros, síntesis de toda esa feliz belleza.

En esta ciudad de ritos, cumplimos, una vez más, la hermosa tradición de escuchar el Pregón Taurino. Lo pronuncia, esta vez, un ilustre aficionado francés, François Zumbiehl. Ya lo hicieron, antes que él, otros compatriotas suyos: Bartolomé Bennassar, Francis Wolf, Araceli Guillaume.

Es un justo reconocimiento a lo que supone hoy Francia, para los toros: en muchos aspectos, un modelo, que debemos imitar, por su inteligente defensa de sus tradiciones; por el papel activo que han asumido y se les ha reconocido a los aficionados, mucho mayor que en España; por la seriedad de los toros que allí se lidian; también, por la unión de los toros con el mundo de la cultura.

Baste con un solo ejemplo. En Nimes he visitado un anticuario, dedicado exclusivamente a obras de arte y recuerdos taurinos: algo que no creo que exista en toda España.

En una Plaza de Toros conocí yo a Yves Montand. Como él cantaba, los aficionados a los toros, en Sevilla, hoy, vemos la vie en rose, la vida entera de color de rosa.

No es nueva la pasión por Sevilla y por nuestra Fiesta que han sentido muchos artistas franceses, desde los viajeros románticos. Resume su estancia en España el pintor romántico Delacroix: «En este poco tiempo, he vivido veinte veces más que en varios meses, en París».

Lo corrobora el pintor impresionista Manet, enamorado de Velázquez y de los toros: «La corrida es uno de los más bellos, más curiosos y más terribles espectáculos que se pueden ver».

A muchos escritores franceses les fascinó presenciar una corrida de toros en Sevilla. Para el esteticista Teófilo Gautier, «eso vale por todos los dramas de Shakespeare».

Algo parecido exclama Alejandro Dumas: «¡Vaya usted a escribir dramas, después de esto!»

Para Mérimée, el autor de la sevillana Carmen, «es el espectáculo más hermoso que puede verse, produce emociones tan fuertes que, visto una vez, uno ya no puede renunciar a él».

Jean Cau, que fue secretario de Jean-Paul Sartre, acompañó a Jaime Ostos y a su cuadrilla durante toda una temporada: de ahí surgió su libro Las orejas y el rabo. Escribió en Por sevillanas: «Ver al Vito coger las banderillas, plantarse, llamar al toro… Este momento no lo cambiaría yo por diez años de vida». Recuerdo yo la tertulia taurina de Julio, El Vito, junto a la Plaza de San Francisco.

Henri de Montherlant se enamoró totalmente de los toros: «Son la pasión de toda mi vida». Y añadía: «Los enemigos de la Fiesta quieren apartarnos de toda la tradición nacional, hacernos creer que somos unos retrasados». Cuando Montherlant escribió esto, ni él ni nadie podía imaginar a un Ministro de Cultura español que iba a renegar de nuestra Fiesta…

Me gusta a mí repetir lo que proclama uno de los caracoles que cantaba don Antonio Chacón, el que se definía a sí mismo en términos taurinos: «Yo soy como los toros de Saltillo, que, cuando me llega la sangre a la pezuña, embisto con más fuerza». Dice la letra delos caracoles: «El conocimiento la pasión no quita».

Con mucha pasión se ha acercado a la Fiesta de los toros François Zumbiehl y con gran conocimiento la ha defendido.

Zumbiehl es Doctor en Antropología Cultural, tiene estudios de legras clásicas y de filosofía. Ha ocupado cargos diplomáticos en varios países (España, entre ellos). Vínculos familiares le han unido con ganaderos andaluces, como don Álvaro Domecq. Ha vivido el sentimiento sevillano del toreo, iluminado por su gran amigo Pepe Luis Vázquez. Con el apoyo de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, en 2009 organizó el coloquio internacional La Fiesta de los toros, un patrimonio cultural compartido.

Es autor de varios libros de tema taurino, que los aficionados conocemos bien: El torero y su sombra. El discurso de la corrida. Mañana toreo en Linares. Instantes de arena. (Gestos y palabras de una tarde de toros).

Actualmente, es Vicepresidente del Observatorio Francés de Culturas Taurinas. En ese puesto, ha coordinado el comité científico responsable del argumentario que consiguió la inscripción de la corrida de toros en la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de Francia.

Resumo y repito: François Zumbiehl es un ilustrado que se apasiona por todo lo que significa la Tauromaquia. En el Pregón que ahora vamos a escucharle, aborda un tema clave, en el momento actual: la guerra que ha declarado a nuestra Fiesta un supuesto animalismo.

El amor a los animales es, sin duda, un sentimiento muy noble pero, como cualquier otro sentimiento, puede llegar a excesos lamentables, si se lleva al extremo. Permítanme que añada yo un ejemplo.

Uno de los inspiradores de este movimiento, el filósofo animalista australiano Peter Singer, concluye que los animales son buenos por naturaleza, mientras que los seres humanos somos irremediablemente malos, no tenemos arreglo. En vista de eso, lo que propone es que nadie tenga más hijos, para que la malvada especie humana desaparezca de la faz de la tierra y los benditos animales puedan vivir felizmente solos, un planeta idílico.

A estos disparates se puede llegar, desde la ignorancia y el fanatismo. Nuestro sabio refranero apostillaría: «Muerto el perro, se acabó la rabia».

Frente a tanta ignorancia y tanto sectarismo, que comparten hoy algunos políticos españoles, François Zumbiehl –me consta– ha defendido siempre que debemos colocar a los hombres y a los animales en el lugar que a cada uno le corresponde. Como Dios manda y como el sentido común exige.

Esta tarde, una vez más, acudiremos a la Plaza de los Toros sevillana. Nos emocionaremos al escuchar el sonido que produce, al descorrerse, el cerrojo de la puerta de cuadrillas. Nos deslumbrará el resplandor del albero y su contraste con la armonía clásica de las columnas y los arcos. Nos envolverá la armonía de los pasodobles.

Volveremos a sentir, esta tarde, la emoción que trae consigo el peso de la historia, en el marco único del coso del Baratillo: los grandes toreros que lo han pisado su albero dorado, a lo largo de los años; las hermosas faenas que aquí nos han deleitado…

También, inevitablemente, sentiremos la nostalgia por la ausencia de amigos muy queridos, con los que hemos compartido tanta belleza. Recuerdo yo de modo especial a Manolo Vázquez, que citaba de frente al toro y a la vida. Al sevillano serio Eduardo Osborne. A Juan Manuel Albendea, defensor de la Fiesta en el Parlamento. A Antonio Burgos, que cantó la primera novillada de un jovencillo, vestido de rosa y oro, que se llamaba Pepe Luis…

En el mundo entero, se ve hoy nuestra Fiesta como seña de identidad de la cultura española. A la vez, como todo arte auténtico, es universal. Esta tarde, en la Maestranza, va a alternar un francés (el primero que ha abierto la Puerta del Príncipe) con un peruano y abre el cartel un sevillano.

Sí, el toreo es un arte universal. Por eso, me gusta recordar lo que sintió un poeta ruso, Evgeni Evtuchenko, al acercarse a esta Plaza de los Toros:

«Sevilla se cubre de lilas.
​La ciudad enajenada esparce lilas
​como si fueran un humo que nos envuelve.
​¡Vamos a la corrida!».

Si lo dice un gran poeta ruso, habrá que hacerle caso… Y recuerdo también la conclusión que saca un poeta andaluz, Ricardo Molina:

«Abril. Pura invasión de ríos y alamedas
​Todos vamos a ser felices en Sevilla»

Esta vez, vamos a ser felices un día antes, el 31 de marzo.

Sí, somos muy afortunados al estar aquí, un año más: en Sevilla, el Domingo de Resurrección, a punto de ir a los toros.

Cuentan que Juan Belmonte, ya retirado, mientras presenciaba los festejos en la Maestranza, solía canturrear, por lo bajo, una copla:

«Siempre te estoy esperando
​y nunca vienes
​a horita cierta».

Ésa es la realidad. Esta tarde, no acudiremos a la Plaza a ver torturar a un pobre animal, aunque pueda creerlo así un inculto Ministro de Cultura. Iremos a la Maestranza a esperar la llegada del arte, de esa belleza que, como dijo el poeta inglés John Keats, supone «una alegría para siempre», un sueño eterno.

Cuando murió, en Francia, don Antonio Machado, encontraron, en el bolsillo de su chaqueta, una esquelita, donde había volcado toda su nostalgia de Sevilla en un último verso:

«Estos días azules y este sol de la infancia».

Con sol o con nubes, esa luz sevillana de la belleza y de la emoción es la que nos va a iluminar, esta tarde, en la Plaza de los Toros, bajo un cielo tan azul como el manto de las Inmaculadas de Murillo.

Dentro de unos momentos, vamos a escuchar el pasodoble Suspiros de España. Cuenta la leyenda que lo compuso el músico andaluz Antonio Álvarez Alonso, por una apuesta, en una sola noche, en los descansos de su actuación en el Café-Restaurante «España», de Cartagena.

No sabía qué título darle y se acordó del nombre de unos dulces, que había visto en el escaparate de una pastelería: «Suspiros». Ese título, nacido del azar, tiene hoy para nosotros un hondo significado: escuchándolo con deleite, afirmamos nuestro amor a España y a los toros.

La Tauromaquia ha creado un lenguaje propio, que compartimos profesionales y aficionados. Un momento antes de iniciar el paseíllo, los toreros suelen decirse: «¡Que Dios reparta suerte!». Es un deseo muy oportuno, porque todos, sin duda, la necesitamos.

Permítanme, para concluir, desear yo también que Dios reparta suerte: esta mañana, al Pregonero y gran aficionado François Zumbiehl. Esta tarde, a todos los toreros, de oro y de plata, que se van a jugar la vida para darnos el regalo impagable de la belleza. En general, le deseo suerte a la Tauromaquia, nuestra Fiesta nacional. Y, sobre todo, le deseo la mejor fortuna, siempre, a la cuna de este arte único: a esa nación nuestra por la que suspiramos y a la que queremos seguir llamando España.

comentarios
tracking