El Premio Dulce Chacón o cuando el sectarismo de los premios literarios se revuelve cuando le tocan
El Ayuntamiento de Zafra, en Extremadura, gobernado por el PP, ha decidido conceder el galardón solo por la «calidad de la obra» y eliminar los valores de «dignidad, solidaridad y justicia» que figuraban en sus bases originales
La familia de la escritora extremeña Dulce Chacón se ha levantado contra el premio que lleva el nombre de su pariente después de que el ayuntamiento de Zafra, gobernado por el PP y en el perfecto ejercicio de sus funciones, haya decidido que se valorará únicamente para su concesión «la calidad de la obra» y no, como se hacía hasta ahora, también lo representativo de valores como «dignidad, solidaridad y justicia».
Además de la familia, los abajofirmantes habituales y vigilantes por la «corrección» de la cultura han escrito un manifiesto contra el cambio que cuenta con más de 300 rúbricas. La hermana de la escritora, también novelista, Inma Chacón, ha dicho que en estas condiciones el premio ya no representa a su hermana.
Una de las bases recoge expresamente que las obras han de estar «vinculadas a principios como la dignidad, la justicia y la solidaridad, entre otros valores humanos, tratando con ello de asociar el premio a la trayectoria vital y estética de Dulce Chacón y así hacer saber el sentir del pueblo, cuestión que valoraban tan positivamente las y los ganadores».
Dulce Chacón murió en 2003 a los 49 años y fue conocida además de por su actividad literaria por su inequívoco y público compromiso ideológico de izquierdas. El Premio literario que lleva su nombre se concede desde hace dos décadas con unos principios fundacionales que ahora el gobierno actual quiere cambiar para «darle un aire nuevo», más centrado en Extremadura y en el ámbito estrictamente literario.
Los defensores de que se quede todo como siempre ha estado alegan que nunca ha tenido contenido político, cuando ninguno de los promotores del cambio ha hecho mención a ningún contenido político como razón de dicho cambio, sino solo a un nuevo enfoque centrado en la región de la autora zafrense y a la calidad literaria.
Desde este punto se podría decir que la politización proviene de quienes se oponen al nuevo rumbo que, en cualquier caso, lo que hace es despolitizar el premio, aunque sea por defecto, que no lo es, en una intención directa del alcalde quien, según explicó a El País, es «premiar una obra de calidad, tenga los valores que tenga. No debe ser un premio ni de izquierdas ni de derechas, sino de cualquier ideología. Lo principal es que no sea un bodrio. Ya es el sentido común el que impondrá que no se lo dará a un nazi, obviamente».
El propósito no puede ser más claro e incluso más razonable. Se ha eliminado también el jurado popular (que funcionaba sin ninguna regulación), sustituyéndolo por otro en el que figura el hermano de Dulce Chacón, Antonio, para que la representación familiar permanezca, una presencia que, lejos de satisfacer a la familia, le desagrada, aludiendo supuestas presiones. No hay manera de contentar a los Chacón (menos a Antonio, parece ser) que han hecho de la cuestión pública una cuestión personal.
Por mucho que el nombre del premio lleve su apellido, el dinero es público y se concede por razón pública y por el gobierno correspondiente en colaboración con la Junta regional y la Diputación. No es un premio que concede la familia de Chacón, tan despechada porque nadie les ha consultado los cambios, sino el consistorio, que tiene las facultades para conceder el galardón.
El caso parece otra cruzada ideológica promovida por la izquierda donde el sectarismo instituido se revuelve, casi como un animal salvaje. Más allá de que guste o no el nuevo rumbo del premio, es un rumbo legítimo y legal, que además persigue la despolitización absoluta con la que no deben de estar de acuerdo abajofirmantes como Manuel Vilas, Carme Chaparro o Benjamín Prado.
El premio se sigue concediendo con el nombre de la autora y el cambio fundamental es que se va a valorar únicamente la «calidad de la obra» (solo así podrían haberlo ganado, un suponer, James Joyce o William Faulkner). No parece una decisión peligrosa o sectaria, sino más bien todo lo contrario: el espejo que refleja en todo caso a los sectarios que se oponen al cambio de las bases por razones ideológicas, de las que el alcalde solo pretende prescindir: «Cuando ganen, yo entenderé que cambien el premio según su ideología», ha dicho (y casi no se puede decir más) el regidor.