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29 de junio de 2024

Walt Whitman en 1891

Walt Whitman en 1891

Tres poemas de Walt Whitman, el mito barbado de la poesía que escribió «¡Oh, capitán, mi capitán»

Se cumplen 225 años del nacimiento del padre de la lírica estadounidense moderna, autor de Hojas de hierba

En el club de los poetas muertos le adoraban y por eso hablaron tanto de él en la película y el guion de Peter Weir. Era la modernidad y la libertad frente al rígido clasicismo del internado de ficción Welton en cuyas aulas lucía un retrato del monstruo mitológico de las letras. Lírica y trascendentalismo, naturaleza. Emerson y Thoreau. «Carpe diem» y un niño, Walter, que apenas estudió por las necesidades de la familia.

Neoyorquino de Long Island vivió en Brooklyn, donde trabajó en un periódico y luego en una imprenta. En el periodismo encontró su primera forma de vida. Fue director de uno siendo muy joven, del que se marchó pocos años después por su línea editorial proesclavista: la horma, una de ellas, de su zapato.

'Hojas de hierba'

Viajó por primera vez en su vida fuera del cosmopolitismo de nacimiento para dirigir otro periódico en Nueva Orleans y en el ínterin, en la contemplación del mundo, se hizo poeta para siempre. Ralph Waldo Emerson elogió su primer Hojas hierba. Esa fue toda la repercusión de su obra mítica que fue creciendo en tamaño y ascendencia hasta convertirse en la Biblia del verso libre, hallazgo no personal, pero que cultivó como nadie y popularizó.

Hojas de hierba fue un tesoro que fue amasando y completando y perfeccionando durante toda su vida, acusado, como suele suceder con lo que luego se convierte en canónico, de obsceno. Pero era natural y libre, contrario, por supuesto, a los anteriores cánones establecidos. Esas hojas de hierba germinaron desde el primer momento. Eran algo nuevo. La sencillez unida a la épica: un nuevo «ser americano», un patriotismo lírico emocionante.

Tres poemas de Walt Whitman:

  • CANTO DE MÍ MISMO

    Yo me celebro y me canto,
    y cuanto hago mío será tuyo también,
    porque no hay átomo en mí que no te pertenezca.

    Holgazaneo, e invito a mi alma.
    Holgazaneo, a mi antojo, y me paro a observar una briza de
    hierba estival

    Mi lengua, y hasta el último átomo de mi sangre, están formados
    por esta tierra, por este aire;
    nacido aquí, de padres nacidos aquí, lo mismo que sus padres, y
    lo mismo que los padres de éstos,
    yo, de treinta y siete años de edad, en perfecto estado de salud,
    empiezo ahora,
    y espero no acabar hasta la muerte.

    Dejo en suspenso credos y doctrinas;
    me aparto un trecho: los conozco bien, y no los olvidaré,
    Acojo el bien y el mal, y me permito hablar, sin preocuparme
    por los riesgos,
    naturaleza sin freno, con su energía primigenia.
  • JUVENTUD, DÍA, VEJEZ, NOCHE

    Juventud, vasta, lozana, amorosa; juventud llena de gracia,
    fuerza y fascinación.
    ¿Sabes que la Vejez puede venir en pos de ti con la misma gracia,
    fuerza y fascinación?

    Día florido y espléndido, día en que brilla un sol inmenso, día
    de acción, ambición y risa.

    La Noche te sigue de cerca con un millón de soles, y sueño, y
    una oscuridad reparadora.
  • ¡OH, CAPITÁN, MI CAPITÁN!

    ¡Oh, capitán, mi capitán!
    Terminó nuestro espantoso viaje,
    El navío ha salvado todos los escollos,
    Hemos ganado el codiciado premio,
    Ya llegamos a puerto, ya oigo las campanas,
    Ya el pueblo acude gozoso,
    Los ojos siguen la firme quilla del navío resuelto y audaz,
    Mas, ¡oh, corazón, corazón, corazón!
    ¡Oh, rojas gotas sangrantes!
    Mirad, mi capitán en la cubierta
    Yace muerto y frío.

    ¡Oh, capitán, mi capitán!
    Levántate y escucha las campanas,
    Levántate, para ti flamea la bandera,
    Para ti suena el clarín,
    Para ti los ramilletes y guirnaldas engalanadas,
    Para ti la multitud se agolpa en la playa,
    A ti llama la gente del pueblo,
    A ti vuelven sus rostros anhelantes,
    ¡Oh, capitán, padre querido!
    ¡Que tu cabeza descanse en mi brazo!
    Esto es sólo un sueño: en la cubierta
    Yaces muerto y frío.

    Mi capitán no responde,
    Sus labios están pálidos e inmóviles,
    Mi padre no siente mi brazo, no tiene pulso ni voluntad,
    El navío ha anclado sano y salvo;
    Nuestro viaje, acabado y concluido,
    Del horrible viaje el navío victorioso llega con su trofeo,
    ¡Exultad, oh playas, y sonad, oh campanas!
    Mas yo, con pasos fúnebres,
    Recorreré la cubierta donde mi capitán
    Yace muerto y frío.

Porque no había poesía en sus versos sin métrica, versos en prosa, sino un lirismo desconocido, universal, político, pero no ideológico, basado en la naturaleza como ley suprema, la ley de los filósofos, la libertad de la naturaleza del espíritu expresada en primera persona, ejemplo de tantos, viejo dios barbado y famoso y enfermo en sus últimos tiempos a quien visitó Oscar Wilde y de quien Ezra Pound dijo: «Él es América».

Y por hablar de cánones, los transformados por Whitman, el autor de El canon occidental, el crítico Harold Bloom, escribió: «Si eres estadounidense, entonces Walter Whitman es tu padre y tu madre imaginarios...», y puso Hojas de hierba por encima de Moby Dick y de Huckleberry. Whitman ha llegado a todas partes a lo largo de estos siglos, incluido el cine donde esos poetas muertos se morían por ese «viejo de dientes sudorosos», como le veía el personaje protagonista que al final recitaba, subido en su pupitre, «Oh, capitán, mi capitán!», el verso que resume la hermosa épica del dios barbado.

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