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03 de julio de 2024

El escritor e historiador Luis E. Íñigo

El escritor e historiador Luis E. Íñigo

Entrevista

Luis E. Íñigo: «Hemos contraído una deuda de gratitud con los ríos y les debemos también una reparación»

En Las arterias del mundo (Edaf , 2024) el historiador selecciona las principales funciones que las corrientes fluviales han desempeñado en su relación con las sociedades humanas y se embarca en un recorrido histórico especial por cada una de ellas

Las arterias del mundo (Edaf, 2024) es mucho más que un libro referido a los ríos como algo físico, es algo también psicológico, literario e histórico. Son los ríos que discurren por dentro y por fuera del ser humano en una curiosa y feliz y lograda simbiosis entre lo que narra y lo que es. Una obra con una perspectiva tan diferente y a la vez tan natural que parece mentira que nunca antes se haya tomado. Eso su hace su originalidad aún mayor. En las arterias del mundo de Luis E. Íñigo está la historia de los hombres, su asentamiento, su progreso y después también el asentamiento de los poetas, el sentido metafórico del río, su significado, con referencias a Goethe o a T.S. Eliot. Es casi la versión ensayística, instructiva y amena de Del tiempo y el río de Thomas Wolfe, la novela sobre la vida, el despertar y el paso del tiempo, El río de la vida que fue un libro y también una película de Robert Redford. El río como guía, como anclaje del ser humano.

Las arterias del mundo de Luis E. Íñigo

Las arterias del mundo de Luis E. Íñigo

¿Cómo surgió la idea?

—No leo mucha poesía, pero en ocasiones lo hago. Y en una de esas ocasiones me topé con un poema titulado The Dry Salvages, uno de los célebres Cuatro Cuartetos de T. S. Eliot, quizá escrito mientras contemplaba las aguas del Misisipi. En él repasa, en un evocador lenguaje entre lírico y épico, distintas facetas de los ríos. Dice de ellos que son como «un dios pardo y fuerte, hosco, intratable, indómito…», pero también «al principio reconocido como frontera» y «transportador del comercio», y nos recuerda sin rodeos que «está dentro de nosotros…». Eso me hizo pensar en todo lo que los ríos han sido en la historia de la humanidad: dioses, fronteras, arterias comerciales, calzadas de agua... y entonces tuve la idea de escribir un libro que reflexionara sobre ello. Así nació esta obra.

Los ríos han alimentado y alimentan a la humanidad, haciendo posible el nacimiento y la evolución de sus civilizaciones

¿Por qué se titula el libro Las arterias del mundo?

—Se trata, como es obvio, de una metáfora. La escogí porque me apreció, a un tiempo, precisa y preciosa. Las arterias llevan la sangre limpia, oxigenada y llena de nutrientes a todos los órganos del cuerpo, haciendo posible de vida de los organismos complejos. Del mismo modo, los ríos han alimentado y alimentan a la humanidad, haciendo posible el nacimiento y la evolución de sus civilizaciones y la relación y el intercambio de recursos y conocimiento entre ellas, que es el mayor catalizador del progreso colectivo. Pero no solo eso, como decía cuando mencionaba el poema de Eliot, los ríos son muchas cosas para el hombre. Siguiendo su corriente desde la desembocadura hemos penetrado en el interior de los continentes. Navegando sus aguas hemos acortado las distancias entre las regiones, transportando entre ellas sus productos y permitiendo que se especializaran, lo que ha multiplicado el comercio y con él, el desarrollo económico. Los ríos han servido también de fronteras entre imperios y entre ellos y los bárbaros que ansiaban penetrar en su interior, creando áreas de fértil intercambio cultural, verdaderos laboratorios de ideas e instituciones que, como todas las mezclas, han acelerado el progreso humano. Sus aguas se han teñido por ello con frecuencia de sangre, sirviendo de escenario a algunas de las grandes batallas de la historia. Y, en fin, convertidos en dioses, han merecido durante milenios nuestra devoción. Grandes ríos como el Nilo, el Ganges o el Amazonas, pero también pequeños como el Oshun o el Urubamba, han sido divinizados y algunos de ellos siguen siendo objeto de culto en nuestros días. No es una exageración, pues, afirmar, como reza un proverbio tradicional de los maoríes que viven en las orillas del Whanganui, una corriente fluvial de unos 290 kilómetros de longitud que recorre la isla Norte de Nueva Zelanda, Ko au te awa, ko te awa ko au, en español «Yo soy el río y el río es yo». Haberlo olvidado tan soplo refleja nuestra ignorancia prepotente, hija del progreso industrial, que ha olvidado lo relevante para prestar atención a lo accesorio.

He seleccionado las principales funciones que las corrientes fluviales han desempeñado en su relación con las sociedades humanas y me embarcado en un recorrido histórico por cada una de ellas

Hay ríos grandes y pequeños. Henry David Thoreau escribió la historia de sus pequeñas navegaciones por los ríos cercanos a su casa, ¿su historia los navega todos?

—Me gusta la comparación. Thoreau fue un filósofo empeñado en estudiar la relación entre la condición humana y la naturaleza, un hombre que se retiró a vivir en los bosques buscando la soledad para encontrarse a sí mismo y descubrir en qué consistía la verdadera vida. Yo no pretendo llegar tan lejos. No creo que esté a mi alcance descubrir la esencia de la vida. Pero sí trato, como Thoreau, de acercarme al menos a la comprensión del problema esencial de la relación entre la naturaleza y el hombre como factor de desarrollo histórico, uno entre otros muchos, porque la Historia es, por naturaleza, multicausal. Para ello no navego todos los ríos, pero sí un grupo bastante nutrido de ellos, y en lugar de adoptar una perspectiva cronológica, quizá la que esperarían encontrar en el libro los lectores de historia al uso, escojo para ello un punto de vista analítico. Creo que conjuro así el riesgo de que el papel de los ríos en la historia quedase desdibujado, desvaído entre las innumerables pinceladas necesarias para dar forma al barroco paisaje del pasado. Para evitarlo, he seleccionado las principales funciones que las corrientes fluviales han desempeñado en su relación con las sociedades humanas y me embarcado en un recorrido histórico por cada una de ellas. Madres nutricias, torrentes de sangre, trenes que nadie conduce, caminos hacia lo desconocido, fronteras azules, aguas sagradas… todo eso han sido los ríos en nuestra historia, y desde todas esas perspectivas los analizo en el libro.

En los ríos está todo lo que la humanidad ha sido y es, todos los mundos que han creado y que sobreviven en ellos

¿Cuánto tiempo tardó en escribirlo?

—Es difícil de decir. A menudo comienzo a escribir un libro cuando aún no he terminado el anterior, como si una voz me lo ordenara y no pudiera negarme a obedecerla. Además, se trata de un libro compuesto por capítulos independientes, de modo que la documentación de cada capítulo también lo es, por lo que he intercalado períodos de escritura y documentación. Creo que me ha llevado unos dos años en total escribir el libro. No mucho si se tiene en cuenta lo diversa que es su temática. En realidad, es un libro de historia, pero también de economía, de espiritualidad, de exploraciones, de guerra… como escribiera el poeta francés Paul Éluard, hay otros mundos, pero están en este. Eso es lo que sucede con los ríos: en ellos está todo lo que la humanidad ha sido y es, todos los mundos que han creado y que sobreviven en ellos.

¿Qué ha sido lo mejor de escribirlo y lo peor?

—Escribir es una tarea agridulce. En ocasiones, también cuando hablamos de ensayo, las ideas se desenvuelven y encadenan con facilidad y las palabras para expresarlas acuden a tu mente sin necesidad de llamarlas. Pero a veces, más de las que uno quisiera, sucede lo contrario. Te sientes espeso, las ideas se embarran y las palabras no fluyen con naturalidad; escribes un párrafo una y otra vez hasta que te gusta…y lo peor de todo: hay días en que relees lo que escribiste el día anterior y no te gusta; lo borras todo y vuelves a empezar…e incluso días que no consigues escribir nada. Y todo esto, cuando no eres un escritor a tiempo completo, sino que dedicas a la escritura los ratos libres, es mucho más complicado, porque a veces te llega la inspiración cuando no puedes escribir y a veces no te llega cuando de pones… pero tampoco hay que dramatizar. Después de todo, escribir es una tarea apasionante que yo siempre comparo con la del escultor. Se trata de ir moldeando poco a poco una obra, hacer que cobre vida y observar maravillado cómo lo hace. Mi momento preferido es la corrección de las pruebas, cuando el libro ya está ahí, terminado, y puedes revisar con calma lo que has escrito, pero todavía puedes cambiar cosas para perfeccionarlo.

Los ríos, de alguna manera, son nuestros padres o mejor, nuestras madres nutricias, como se titula el primer capítulo del libro

El homo sapiens se instaló en la ribera de los ríos por una cuestión instintiva, la primera de ellas dispone del agua para beber, pero eso solo fue el principio de los principios…

—La humanidad nació junto a un río. Es cierto; no se trata de una hipérbole. Es probable que la secuencia que el célebre director de cine Stanley Kubrick escogió para dar comienzo a su inmortal 2001: Una odisea del espacio sucediera en realidad junto a las orillas del humilde río Omo, una corriente fluvial de poco más de 700 km que desagua en el Turkana, uno de los lagos del Rift africano. Al menos es allí donde se han hallado los fósiles más antiguos conocidos de Homo sapiens, con una datación cercana a los 230.000 años. Y no es un mero producto del azar que se encuentren tan cerca de un río. Los ríos ofrecían a la humanidad paleolítica todo lo que necesitaba: piedra para tallar, caza en abundancia, pesca y, claro está, agua, para beber, pero también para cocer los alimentos, lo que nos permitió acortar nuestro intestino, dedicar menos energía a mantenerlo y desviar el excedente al desarrollo de un cerebro que nos permitió convertirnos en la especie dominante del planeta. Sin los ríos, no habría sido posible. De alguna manera, son nuestros padres o mejor, nuestras madres nutricias, como se titula el primer capítulo del libro.

Adoctrinar me parece una falta de respeto. Pero hay verdades evidentes. No podemos negar que hemos causado al mundo, también a los ríos, un daño que quizá ya no seamos capaces de reparar

¿Se trata de un libro ecologista?

—Sí, pero no de un libro militante. La conciencia ecologista, entendida como responsabilidad hacia el planeta en su conjunto, las diversas culturas que lo pueblan y, por supuesto, las generaciones futuras se desprende de la lectura de sus páginas de forma natural, no forzada. No se trata de convencer a nadie de nada, sino de colocar al lector ante la evidencia de lo que los ríos han sido y todavía son en la actualidad y dejarle que saque sus propias conclusiones, como deben hacer los lectores adultos. Adoctrinar me parece una falta de respeto. Pero hay verdades evidentes. No podemos negar —y así lo recuerdo en la Introducción— que, como el audaz aprendiz de brujo del poema de Goethe, que se atreve a manipular fuerzas cuya naturaleza desconoce, o el insensato Faetón de la mitología griega, que incendia la tierra al conducir el carro de su padre el Sol, tan soberbios como ignorantes, hemos causado al mundo, también a los ríos, un daño que quizá ya no seamos capaces de reparar, y, al hacerlo, nos hemos dañado a nosotros mismos, aunque solo ahora hemos empezado a comprender del todo hasta qué punto. Como el titán Prometeo, robamos un día el fuego de los dioses, creyendo ser dignos de su poder, y se nos castiga por ello. Hemos contraído, pues, una enorme deuda de gratitud con los ríos y les debemos también una reparación. Podemos cuidarlos mejor desde ahora, escuchando a los pueblos indígenas, por cuyas bocas hablan las voces de nuestros antepasados, que nos recuerdan que un día vimos en ellos a nuestros hermanos; asegurándoles, quizá, como algunos estados están haciendo ya, voz y derechos ante los tribunales. Pero creo que, como historiador, mi papel consiste en ayudar a los lectores a reconocer su papel en nuestra historia. Luego, que ellos saquen sus propias conclusiones.

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