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10 de septiembre de 2024

Mario de las Heras
Los escritores y sus maníasMario de las Heras

La extraña reacción de Hemingway con quien escribía sobre sus temas habituales como el boxeo o la guerra

El gran escritor y guionista Budd Schulberg contó su experiencia con el mito que se vio corroborada por otros colegas

Madrid Actualizada 04:30

Ernest Hemingway en Cuba en 1954

Ernest Hemingway en Cuba en 1954

El escritor Budd Schulberg fue un auténtico prodigio de la literatura cuyo nombre no tuvo mayor relevancia debido a la impresionante versatilidad que difuminó su talento. Escribió guiones para el cine como joven aristócrata de Hollywood, hijo de potentado de la industria, y su primera novela, precisamente sobre el cine, le apartó de él o hizo que le apartaran, le expulsaran, como a un traidor, por contar los entresijos del negocio y las particularidades personales de muchos de sus hacedores.

La novela se tituló ¿Por qué corre Sammy? y el mismísimo Samuel Goldwyn le llamó a su despacho para comunicarle entre gritos el «destierro» que Louis B. Mayer, ambos emperadores de la Metro Goldwyn Mayer, había sugerido que fuese una verdadera deportación. El padre de Schulberg trató de disuadir a su hijo de publicar el libro, al menos de momento, pero no le hizo caso a pesar de que que todas las consecuencias que resultaron ya las había adelantado su padre en su consejo.

El escritor Budd Schulberg

El escritor Budd Schulberg

Budd Schulberg fue educado para ser escritor. Todos los domingos por la mañana su padre le leía en voz alta a él y a sus hermanos durante tres horas. Les leyó todo Dickens, luego Melville y después empezó con los rusos. Max Perkins, el descubridor de Wolfe, Scott Fitzgerald o Hemingway, le publicó una novela a su hermana en la creencia de que era un nuevo descubrimiento a la altura de aquellos. Su hermano también fue escritor y sus padres decían de Budd, a los 17, que ya era «un gran escritor».

El caso es que verdaderamente lo era y lo fue. ¿Por qué corre Sammy? o El desencantado son auténticas joyas desconocidas, no tanto como su trabajo como guionista, por ejemplo en La ley del silencio de Elia Kazan con Marlon Brando como protagonista, la gran triunfadora en los Oscars de 1955. Schulberg conoció a Hemingway en Cayo Hueso, donde vivía entonces el ya enorme autor de Fiesta. A Hemingway le gustaba el boxeo y Schulberg era un absoluto experto (la historia de Más dura será la caída, con Humphrey Bogart, es un buen ejemplo).

«¿Qué coño sabes de boxeo?»

Contó el propio escritor que lo primero que le oyó decir a Hemingway, mientras este se le acercaba a pecho descubierto y con unos pantalones raídos, fue: «¿Eres Schulberg, el escritor?», a lo que respondió: «Bueno, he escrito algunos libros», y el otro entonces dijo: «¿Y tú qué coño sabes de boxeo»? Después de eso empezó a someterle a un examen sobre boxeadores. Schulberg le dijo que solo le estaba mencionando a boxeadores muy conocidos, pero Hemingway continuó, y a cada nombre le daba un empujón.

Con cada nombre, Schulberg le daba a Hemingway una lección, pero este seguía con su actitud, empujándoles cada vez más fuerte. Después de la última demostración de sabiduría y cercanía con los púgiles, la historia completa de Mushy Callahan y de los guantes que le regaló y tuvo colgados en su cama durante toda su adolescencia, finalmente Schulberg también le empujó, añadiendo que le dejara en paz e «hirviendo de furia por dentro». Entonces Hemingway se le quedó mirando un instante, se dio la vuelta y se marchó.

Irwin Shaw ( a la izquierda), en 1949

Irwin Shaw (a la izquierda), en 1949

Luego le dijo a un amigo que Schulberg le había caído bien y Schulberg, el genio desconocido, pero conocidísimo entre todos los genios de la literatura y del cine, le contó la anécdota a Irwin Shaw y este le dijo que le había ocurrido exactamente lo mismo, pero con preguntas sobre la guerra. Contó Shaw que Hemingway se plantó delante de él en un restaurante y le dijo: «¿Y tú qué coño sabes de la guerra?».

«Nunca he podido comprender como podía ser así», dijo Schulberg. «Ese hombre consideraba propiedad exclusiva cualquier tema sobre el que hubiera escrito, y si escribías sobre alguno de esos temas pensaba que le estabas robando el material: el boxeo era suyo, la guerra era suya, los toros y Cuba eran suyos. Estaba mal de la cabeza».

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