Claridad y accesibilidad en un lenguaje atormentado
Las Academias nos han dado una Guía para hablar claro y transparente. Me gustaría que todos lo usáramos con la claridad y la elegancia posibles para que lográramos impulsar el derecho a comprender
Cuando el ser humano dice sus primeras palabras se materializa un proceso complejo, con habilidades cognitivas y neurológicas, que iniciado en los primeros meses de nuestra vida, suele continuar hasta que la perdemos. Emitir palabas supone que el nuevo hablador ha convivido con los que formaban su entorno, y con la imitación, la práctica y la reiteración de lo que fue oyendo, acaba uno por conformar su manera de decir.
La verdad es que cada uno habla del modo en que ha aprendido. Hay mucha gente que se expresa con llaneza, con un lenguaje accesible, sencillo, y sin presunción, lo que muchas veces puede ser entendido como hablar con una lengua vulgar. Con las profesiones, en cambio, el lenguaje se vuelve técnico, ya que adquiere la terminología propia de su ámbito. Lo que se pretende es que hablemos con un lenguaje que facilite en los demás el derecho a comprender lo aseverado.
Wittgenstein afirmó que «todo lo que puede ser pensado, puede ser pensado claramente; todo lo que puede ser expresado en palabras, puede ser expresado claramente». El propio Ortega y Gasset sostuvo, refiriéndose a la filosofía, que «la claridad es la cortesía del filósofo». Y ciñéndonos al mundo jurídico —una de las profesiones con poca claridad en el mensaje— Joaquín Garrigues Díaz-Cañabate manifestó que los juristas «a diferencia de otras profesiones, resolvemos el problema con las palabras de la ley o con palabras que nos sirven para interpretar la ley… Al escribir o al hablar no buscamos la belleza literaria. No aspiramos a ser oradores ni escritores brillantes. Nos contentamos con ser hablantes y escribientes que piensan, escriben y hablan con sencillez, como juristas».
Del mundo de los novelistas me van a permitir que recurra a dos autores. Uno es don Miguel Delibes, el cual refiriéndose a su propia vocación literaria señaló que había sido el Curso de Derecho Mercantil del reseñado Joaquín Garrigues el que lo aficionó a la literatura: «No es algo tan difícil de comprender —añadió— si pensamos que don Joaquín Garrigues, el mercantilista, era un orteguiano: un hombre que se había criado a los pechos de Ortega, lo había admirado mucho y su estilo tenía mucho de orteguiano. Era este un estilo preciso, brillante, que de repente, aun tratando de materias tan áridas, se iluminaba con una metáfora rutilante. Una forma de escribir como esta, sobre ello no hay duda, encandila al joven estudiante: Ya no me bastaba una forma cualquiera: buscaba una apropiada, que además fuese lo más precisa y brillante posible».
El otro autor es el más grande de nuestros escritores, don Miguel de Cervantes, el cual, en el capítulo XIX de la Segunda Parte, dice «El lenguaje puro, el propio, el elegante y claro, está en los discursos cortesanos, aunque hayan nacido en Majadahonda: dije discretos porque hay muchos que no lo son, y la discreción es la gramática del buen lenguaje, que se acompaña con el uso».
Pues bien, gracias a la iniciativa del actual director de la Real Academia Española y de la Asociación de Academias de la Lengua Española, Santiago Muñoz Machado, acaba de publicarse la «Guía Panhispánica de Lenguaje Claro y Accesible», que se concibe como un «mapa esquemático que recoge las informaciones esenciales que orientan al viajero a lo largo de sus itinerarios comunicativos». La razón fundamental de esta guía es que nuestra legua sea «transparente en sus descripciones gramaticales, rica en recursos léxicos, segura en su ortografía y dotada de las pautas discursivas de claridad forjadas por nuestros grandes escritores».
Hasta el año 2024 no se publicó una guía sobre el leguaje claro y accesible, sabiendo que no usamos el lenguaje una manera clara y comprensible. Nadie tomó la iniciativa de orientarnos a hablar de un modo «claro» y «accesible», a pesar de que muchos sabemos que el llamado «derecho a comprender» no es fácil de alcanzar. Porque usamos generalmente mal nuestra lengua y la escribimos peor.
La guía extiende la reivindicación de claridad y de la accesibilidad a todos los ciudadanos en los ámbitos en los que el «mal uso del lenguaje» se convierte en una barrera de incomprensión para entenderlo. Por eso el lenguaje tiene que tener la claridad debida por parte del que habla y también la «accesibilidad» para que pueda ser captado por todos los destinatarios del mensaje. La guía del lenguaje claro es un camino para que hablemos con calidad en una especie de derecho a la transparencia, relacionándola hacía un diseño que pretenda servir a todos y en todas las circunstancias, lo que se llamaría un diseño universal. Además, debe tenerse en cuenta que el desarrollo de la informática y su aplicación a todos los ámbitos de nuestra realidad ha creado una importante separación entre los que han sabido asimilarla y los que no podido hacerlo.
Llama la atención que habiendo publicado las Academias de la Lengua Española una guía como la reseñada haya un «lenguaje político» que se viene utilizando en la comunicación política, aparentemente brillante por el uso de eufemismos y palabras acariciadoras, pero que es opaco, hueco y carente de contenido referencial. Es el llamado lenguaje inclusivo de género que ha calificado como «lenguaje vacuo», o «neolenguaje», «lengua de madera», «lengua de cemento», que es enemigo de la claridad lingüística. Porque, como dijo Eduardo Galeano, «los políticos hablan, pero no dicen». Es como si estuviéramos ante un caso de 'lampedusismo' o 'gatopardismo' político: a veces es necesario que algo cambie, para que todo siga igual.
Tiene razón Claudio Rodríguez cuando dice que «siempre la claridad viene del cielo; es un don: no se halla entre las cosas sino muy por encima, y las ocupa haciendo de ello vida y labor propias». Las Academias nos han dado una Guía para hablar claro y transparente. El reto lo tenemos los que hablamos nuestra lengua. Pero viniendo la «claridad que viene del cielo» me gustaría que todos lo usáramos con la claridad y la elegancia posibles para que lográramos impulsar el derecho a comprender y que no existieran incomprensiones lingüísticas.
- José Manuel Otero Lastres, Académico de Número de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España.