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Miguel Hernández lee su poema en la Plaza de Ramón Sijé

Miguel Hernández lee su poema en la Plaza de Ramón Sijé

Cuatro razones por las que la izquierda actual rechazaría a Miguel Hernández

El pasado martes el ministro Urtasun homenajeó al poeta en el Ateneo de Madrid mintiendo sobre la causa de su muerte para adaptarlo a su propio relato

El ministro Urtasun homenajeó el pasado martes en el Ateneo de Madrid a Miguel Hernández (¿quizá como aperitivo de los fastos antifranquistas que ha anunciado Sánchez?) de una manera tan particular como para decir que fue asesinado, cuando en realidad, como se sabe (y puede que lo sepa hasta el mismo ministro, representante gubernamental de la cultura española), murió enfermo en la cárcel de Alicante.

Las apropiaciones culturales de la izquierda suman un nuevo caso (ya viejo) en la figura del vate de Orihuela, como ya sucedió con Lorca, como otro nombre señero, y otros tantos cuyo apoliticismo fue pasado por alto. Miguel Hernández fue, como casi cualquiera, un individuo único. La generalidad suele acabar con el individualismo en favor de los intereses ideológicos que también (y tan bien) suele manejar la izquierda para construir sus cuentos.

El poeta alicantino fue un hombre rico en perfiles, sin que esto en sí sea una especialidad, salvo precisamente por partes. Y hacia ellas es hacia donde se va. El relato de la izquierda en la figura de Hernández es especialmente susceptible de resquebrajarse no por pocas razones, quizá más de las cuatro que se aluden, pero, por no extenderse demasiado, aquí están:

Por fascista en su juventud

Este es de los pecados que la izquierda no suele perdonar o pasar por alto, salvo cuando le interesa. Durante décadas se ha enterrado el pasado fascista de Miguel Hernández, que sus poemas de juventud confirman, como la Elegía a Ramón Sijé. Y, sin embargo, siempre intentaron (y aún siguen, Urtasun mediante) intentando convertirle en un símbolo «progresista», «antifascista» o «antifranquista». «Soy, sin ser nada, comunista y fascista», le escribió a Lorca.

Por taurino

Hubo un tiempo, en realidad casi todos, en que la izquierda era taurina. Los toros no son de izquierdas ni de derechas, pero los nuevos líderes de las primeras han resuelto que la tauromaquia no es propia de ellos de repente. José María de Cossío le contrató para que le ayudase en su obra monumental sobre la Fiesta. Y no solo eso, sino que fue quien consiguió la conmutación de su pena de muerte por la de cárcel. Un taurino eminente que salva vidas es un fallo en el sistema. Pero Miguel Hernández era, incluso en su última época comunista, un taurino orgulloso.

Por español

Parece una broma decirlo así: «Español», pero ya dijo Zapatero que España era «un concepto discutido y discutible». De aquella frase-polvo estos lodos presentes donde a España la gobiernan sus enemigos. Decirse español, no ahora, sino ya desde hace décadas, no ha sido en esta corta «tradición» muy de izquierdas. Pero Hernández lo era, incluso como quienes dicen no serlo, y, sobre todo, se sentía español por encima de casi todo lo demás, por lo que hoy, esa izquierda que le homenajea, también hubiera podido llamarle fascista solo por esta breve muestra del poema completo Madre España:

«España, piedra estoica que se abrió en dos pedazos/ de dolor y de piedra profunda para darme:/ no me separarán de tus altas entrañas,/ madre.

Además de morir por ti, pido una cosa:/ que la mujer y el hijo que tengo, cuando pasen,/ vayan hasta el rincón que habite de tu vientre,/ madre».

Por católico

En su etapa «fascista» llegó a componer un auto sacramental. Pablo Neruda dijo de él que era «el más grande poeta nuevo del catolicismo español». El camino de ser el «más grande poeta nuevo del catolicismo español» a símbolo de la izquierda en palabras del mismo Urtasun (que premia en los galardones culturales nacionales a obras y artistas que atacan y ridiculizan la fe cristiana y a sus practicantes) lo ha dibujado esa misma izquierda, pero no es cierto, como no es cierto que muriera asesinado, como el ministro y tantos otros quisieran y por ello lo afirman con su característico y descomunal cinismo.

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